MECENAS, TROVADORES, BIBLIÓFILOS Y CRONISTAS: LOS REYES DE ARAGÓN DEL CASAL DE BARCELONA Y LA SABIDURÍA (1162-1410)





Revista Chilena de Estudios Medievales

Número 2, julio-diciembre 2012, 81-120




Mecenas, trovadores, bibliófilos y cronistas:
los reyes de Aragón del Casal de Barcelona y la sabiduría
 (1162-1410)

Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña
Universidad CEU San Pablo



Resumen

  Numerosos monarcas catalano-aragoneses de la línea dinástica del Casal de Barcelona mostraron desde el reinado de Alfonso II (1164-1196) hasta el de Martín I el Humano (1396-1410) un vivo interés por el mecenazgo cultural, científico y artístico llegando en algunos casos a ser ellos mismos intelectuales en el trono. Esto se tradujo en una fecunda conexión entre la Realeza y la sabiduría en todas sus expresiones: desde la astronomía o la cronística a la poesía y la música, pasando por la fundación regia de universidades o el patrocinio de trovadores y eruditos. Esta llamativa continuidad en este perfil sapiencial hace de los reyes sabios del Casal d’Aragó un fenómeno único en el Occidente pleno-medieval donde solo las dinastías de los Plantagenet y los Hohenstaufen pueden presentar un balance comparable.



Introducción

  Hace ya un siglo, en el año 1910, el profesor alemán Heinrich Finke publicó un importante estudio donde subrayó que los monarcas catalano-aragoneses descendientes de Ramón Berenguer IV (m. 1162), esto es, los pertenecientes al Casal de Barcelona, constituyeron una dinastía notable no solo por sus realizaciones políticas y sus conquistas mediterráneas sino también por susingular amor a la cultura y a las artes1. Creo llegado el momento de reevaluar sus conclusiones, pero no por superadas o caducas sino, al contrario, por lo que tuvieron de clarividentes.

En efecto, la abundante historiografía en varias lenguas publicada desde que Heinrich Finke publicara su estudio pionero no ha hecho sino confirmar su tesis: desde el reinado de Alfonso II (r. 1164-1196), el primer Rey trovador de la España medieval, hasta los de Martín el Humano (r. 1396-1410), nos encontramos monarcas cronistas (Jaime I, Pedro IV y Martín I), trovadores (Alfonso II, Ramón Berenguer IV de Provenza, Pedro III y Federico III de Sicilia), músicos (Juan I), bibliófilos (Jaime II, Pedro IV, Juan I y Martín I), oradores (Pedro IV y Martín I) y fundadores de universidades (Jaime II, Pedro IV y Martín I), en una abundancia y con una regularidad poco comunes en el conjunto del Occidente medieval. Tan solo las dinastías de los Hohenstaufen y los Plantagenet pueden presentar un elenco comparable de soberanos cultivados en la Plena Edad Media europea2.

Por consiguiente, parece llegado el momento de abordar de nuevo, cien años después, el tema de la excepcionalidad sapiencial dinástica planteado por Finke para el Casal de Barcelona y situarlo en nuevas coordenadas metodológicas e historiográficas.


Víctor Gebhardt
Historia general de España y de sus Indias desde …
Madrid 1864
Estas nuevas coordenadas deberán apoyarse no solo en la nueva evidencia documental estudiada sino, sobre todo, en la dimensión discursiva, propagandística, retórica e ideológica de la propia narrativa sapiencial que sobre la cultura y el mecenazgo de sus reyes encontramos en las crónicas y la documentación de la época. Y es que, como no podía ser de otro modo dado el momento historiográfico en que vivió, Finke no abordó en su por lo demás extraordinario trabajo los aspectos propios de una historia de las mentalidades políticas o una historia cultural de la política, claves para comprender el fenómeno de la Realeza sapiencial cristiana en el Occidente medieval3.

Y es que, sin duda, esta acusada dimensión intelectual personal de los soberanos del Casal de Barcelona unida a su mecenazgo científico y artístico, fue utilizada por ellos como instrumento de legitimación política y como una herramienta de poder4. La imagen sapiencial de la Realeza proyectada por muchos de ellos, unida a su innegable capacidad como estadistas, les invistió de una aureola davídica y/o salomónica de gran fuerza. Ciertamente, los monarcas buscaban la sabiduría por razones de tipo religioso e intelectual de índole muy personal pero no dejaban de ver las ventajas políticas que el proyectar una determinada imagen salomónica les reportaba en una época que valoraba al Rey sabio como una figura carismática y casi sacralizada. De igual modo sucedió entre los Plantagenet y, sobre todo, entre los Hohenstaufen, dinastía cuya memoria probablemente influyó de algún modo en los modelos sapienciales regios catalano-aragoneses a partir del matrimonio de Pedro III el Grande con Constanza de Sicilia5.

Jaime II el Justo (r. 1291-1327), monarca fundador de universidad y primer Rey bibliófilo del Casal d’Aragó, era presentado de la siguiente forma por el médico judío barcelonés, Jahuda Bonsenyor, que era su médico, consejero y secretario: "curioso de saberes, más que ningún otro señor, por el gran entendimiento que en él es y por el cual sabe y entiende que la sabiduría es el mayor bien que Dios ha donado a los hombres"6.


Precisamente, este entusiasta elogio sapiencial de Jaime II como Rei curós de saber que tanto recuerda el concepto alfonsí del Rey escudriñador de saberes, se produce en el prólogo de una colección sapiencial de proverbios traducidos del árabe por Jafudà Bonsenyor para el propio monarca7.

Con todo, en ningún caso se comprueba esto mejor que con la figura de Pedro IV el Ceremonioso (r.1335-1386), soberano que combinó innegables dotes de estadista con genuinas inquietudes intelectuales, conocía y utilizaba con maestría la teología política. En sus documentos hacía uso de imágenes y comparaciones extraídas de la Biblia y él mismo gustaba de identificarse con el Rey David (com altre David)8, un monarca que combinaba en su figura la búsqueda de la sabiduría y el engrandecimiento de su Reino9. Tal y como subrayara Finke, Pedro IV "tenía una increíble inclinación a enseñar y a instruir"10, encarnando varias figuras arquetípicas regias en su persona: la del Rex orator, la del Rex litteratus y la del Rex institutor scholarum.


En esta dirección, Frédéric Alchalabi ha subrayado con acierto que el Rey Pedro "un talentoso hombre de letras (no olvidemos la importancia de la cultura literaria para los reyes, ya que rex illiteratus quasi asinus coronatus), sabía cómo componer sus discursos de tal manera que él apareciera como el más poderoso. De este modo, completaba sobre el papel las derrotas de sus enemigos tras haberlo superado en el campo de batalla"11.

Esta noción sapiencial de la Realeza cristiana fue transmitida a sus hijos por el Rey Ceremonioso. Sirva, a título de ejemplo, una carta fechada en 1398 dirigida a los caballeros de la Gaya Ciencia, en la que el Rey Martín el Humano resumía del siguiente modo su visión sapiencial de la existencia en una sentencia latina: "Quoniam sola scientia dicitur summanobilitas in hac vita" (‘Solo la ciencia es considerada como la suprema nobleza en esta vida’)12, una frase que sintetiza bien la visión que sobre el papel de la sabiduría tuvieron los monarcas del Casal d’Aragó en el siglo XIV.

Con todo, no es menos cierto que si Martín el Humano, último monarca del Casal de Barcelona, supo encarnar perfectamente el topos salomónico, su hermano Juan el Cazador es, por el contrario, un perfecto ejemplo de aquellos reyes cuyas inquietudes intelectuales o artísticas les alejaron del gobierno de sus reinos, convirtiendo esta virtud en debilidad, por lo que fueron cuestionados por ello por sus contemporáneos. Resulta significativa, en este sentido, la crítica de un humanista como Bernat Metge, servidor suyo, a la frivolidad de las aficiones literarias y cortesanas de un Rey más pendiente del arpa, la astrología y la poesía que de la guerra13 o el duro juicio de Jerónimo Zurita: "se introdujo tanto exceso en esto que toda la vida se pasaba en danzas y salas de damas"14.

Ahora bien, la atención a la astrología o al trovar y la música, que Juan I compartió con monarcas tan preclaros como estadistas como Carlos V el Sabio de Francia o Federico II de Sicilia (la astrología) o tan aguerridos como Ricardo Corazón de León o Enrique VI de Alemania (el trovar), no era en sí misma el origen de la crítica hacia él dirigida. Solo cuando un monarca fracasaba como estadista se le reprochaban sus aficiones intelectuales o arísticas, presentándosele bien como un nuevo Nerón bien como un hombre distraído de los asuntos de Estado por la búsqueda de entelequias. Piénsese en este sentido en la tan injusta imagen que el Padre Mariana creó de Alfonso el Sabio como un soberano que perdió su Reino por escudriñar en exceso las estrellas. Pero lo cierto es que ni Pedro el Ceremonioso ni Pedro el Grande recibieron crítica alguna por ocuparse el primero de la astrología o el segundo de la poesía trovadoresca.


Los reyes trovadores

  Linda M. Paterson ha calificado a la Cataluña de los siglos XII y XIII como "parte integral de la civilización trovadoresca" de Occitania15. En este sentido, se ha sostenido que la Corona catalano-aragonesa vivió ‘medio siglo de oro de lalírica trovadoresca, que coincide con el reinado de Alfonso II y con el de suhijo medio siglo de oro de lalírica trovadoresca, que coincide con el reinado de Alfonso II y con el de suhijo Pedro II”16, un siglo de oro en el que los monarcas jugaron un papel decisivo. En palabras de Irenée Cluzel, "no cabe duda de que en ninguna otra dinastía sus miembros mostraron tanta afición por el arte poética"17.

Ciertamente, el perfil regio de mecenas de trovadores y cultivadores de la poesía que van a adoptar los monarcas catalano-aragoneses a partir del reinado de Alfonso II recuerda vivamente al de sus poderosos vecinos de Aquitania, los Plantagenet, siendo en ambos casos tanto una especie de señal de identidad dinástica como una actividad artística muy personal. En este sentido, no parece exagerado vincular el mecenazgo de trovadores con ‘el ambicioso programa de aumentar el peso de la Gran Corona de Aragón y de construcción de un Reino hispano-occitano similar al anglo-normando’, como ha hecho Saverio Guida18.

Y es que ‘la convicción de los trovadores provenzales y de la sociedad occitana de la que eran casi los portavoces era que el Rey de Aragón los representaba, simbolizaba, encarnaba y defendía más que ningún otro señor dentro y fuera del espacio socio-cultural y político occitano’19.

Letra capitular de Alfonso II el Casto
en el cancionero I, que conserva 
la vida y una canción
Fuente: gallica.bnf.fr. Bibliothèque 
nationale de France. 
Ms. français 854, f. 108
Cabe destacar por encima de los reyes trovadores catalano-aragoneses una figura por su influencia y carácter pionero: Alfonso II de Aragón (r. 1162-1196), denominado en los textos provenzales lo reis Amfos, aquel que trobet (“aquel que trovó”)20, quien cultivó “con discreta elegancia” la poesía provenzal21. Su reinado ha sido definido por Isabel de Riquer como “la época dorada” de la actividad juglaresca en la Corona de Aragón22. Al morir en el año 1166 su primo Ramón Berenguer II heredó el marquesado de Provenza y comenzó a hacer frecuentes viajes y expediciones por sus dominios ultrapirenaicos, lo que lo puso en contacto constante con trovadores, a quienes acogió generosamente en su corte23.

Numerosos trovadores alabaron la figura del Rey trovador catalano-aragonés24. Entre los más destacados, Folquet de Marsella (1178-1231), que luego ingresaría en la Orden Cisterciense y sería obispo de Tolouse, quien celebra en sus poesías a Alfonso II de Aragón junto a otros monarcas protectores de trovadores como Ricardo Corazón de León y a Alfonso VIII de Castilla25.

Pero no todos los trovadores miraron con buenos ojos a Alfonso II. Uno de los más célebres, Bertran de Born (1159-1215), que tan buena relación tuviera con Alfonso VIII de Castilla, sin embargo albergó un odio profundo hacia el soberano de Aragón. De este modo, en 1184 el trovador compuso un sirventés en el que dedicaba una estrofa a atacar al Rey Alfonso por su aspecto físico y por su poesía: "Mucho se lamentan los aragoneses, los catalanes y los de Urgell porque no tienen quien los guíe, sino un señor flaco y alto que se alaba a sí mismo cantando y prefiere dinero a honor" (‘mas un seignor flac e gran/tal qe’is lauza enchantan/e vol mais deniers q’onor’)26.
Sin duda, resulta significativa la mención por parte de Bertran de Born de la afición al trovar del monarca: ‘tal qe’is lauza en chantan’ (‘se alaba a sí mismo cantando’). Parece que la imagen de Alfonso II como Rey trovador estaba tan consolidada que incluso un enemigo acervo como Bertran de Born la tenía que utilizar aunque fuera para denigrarlo.

Tan solo se conservan dos poesías del Rey Alfonso II. En la primera de ellas, Per mantas guizas m’es datz, el Rey trovador nos habla de su amada utilizando con delicadeza los conceptos usuales del amor cortés27. La segunda (Be meplairia, senh’en reis) es una tensó, una composición dialogada datada en 1170, en la que el monarca debate airosamente sobre el amor de las damas por los hombres poderosos con el más famoso trovador de su tiempo, Giraut de Bornelh, considerado el maestro de los trovadores provenzales28.

El mecenazgo literario de su hijo Pedro II el Católico, un monarca con un perfil caballeresco a un tiempo heroico (vencedor en Las Navas) y trágico (derrota y muerte en Muret), ha sido puesto en valor recientemente por varios investigadores, tras haber sido “infravalorado o injustamente reducido” durante mucho tiempo29. Por ejemplo, Stefano Asperti ha indicado que si bien ‘Alfonso II fue indudablemente un punto de referencia de primera importancia en su época (los años 1180-1196) está claro que el papel jugado por Pedro II no fue sustancialmente inferior en las dos décadas sucesivas (...) Son numerosos los trovadores que entraron en contacto con Pedro II, en realidad casi todos los que estaban activos en la Occitania meridional en aquellos años’30.

En esta dirección, otro investigador italiano, Saverio Guida, ha subrayado que ‘Pedro II buscó la implicación de sectores sociales amplios - y en primer lugar las élites -, tratando de manipular e influir en la opinión pública para justificar y legitimar sus acciones. Para lo cual, al igual que habían hecho los Plantage- net, pensó en atraer a su órbita al servicio de sus intereses a un gran número de propagadores de ideas, de clérigos y heraldos, de trovadores y juglares’31.

De hecho, no pocos trovadores occitanos celebraron al Rey Pedro como seingnor, y admiraron y cantaron su dreitura, franqueza, proeza y gentileza32. Y es que Pedro II fue presentado como el campeón de la justicia contra la injusticia, dentro de una campaña de información y persuasión destinada a presentarle como príncipe modelo de cortesía (gentileza), de generosidad (largueza), de heroísmo (proeza) y de lealtad33.

Por consiguiente, será a partir de esta época, el tránsito del siglo XII al XIII, cuando se verifique el juicio de Heinrich Finke: ‘En todas las cortes europeas medievales había joculatores, trovadores, pero en ningún sitio son mencionados con tanta frecuencia y ocupan una posición tan original como en la Casa real de Aragón (...) Sin duda tenían una posición más elevada que en otras regiones’34.

Durante el reinado de Pedro el Grande (r. 1276-1285) continuó el mecenazgo regio de los trovadores. En particular, cabe destacar que el gran Cerverí de Girona siguió su exitosa carrera de trovador áulico de la Casa real de Aragón. Así, en el Vers cert semblant de pech (“Verso cierto que parece de necio”) habla con elogio de la conquista de Montesa por Pedro el Grande (septiembre de 1277) y es posible que el sirventés En mal punh foncreada se refiera a la campaña de Túnez de Junio de 128235.

Pedro III por Jaume Mateu
Con todo, lo más significativo es la afición del propio soberano al arte de trovar. Tenemos tres indicios sólidos de esta dimensión trovadoresca de Pedro III36. El primero lo hallamos en un poema del propio Cerverí de Gerona, donde leemos: ‘Yo no defiendo a los juglares en atención a mí mismo, ni soy juglar ni tengo sus costumbres, pues lo que yo hago lo hacen los altos reyes entendidos’ (car ço qu’eu fatz l’aut rey entenden)37. Sin duda, esta es una alusión a la afición al trovar de reyes de su tiempo tales como el propio Pedro el Grande, Alfonso el Sabio o Dionís de Portugal.

El segundo indicio corresponde a su época de Infante cuando, posiblemente en el Otoño de 1268, intercambió unas insignificantes coblas, alusivas a la guerra de Urgell, con un Peironet, que aquel mismo año aparece documentado junto al Infante38.

El tercer indicio, con mucho el más relevante, lo encontramos en un ciclo de sirventeses compuesto en el contexto de la invasión francesa de la Corona de Aragón en el Verano del año 1285, invasión que el Papado legitimó otorgándole el carácter de Cruzada. Ese Verano cinco trovadores contendieron poéticamente mientras lo hacían de modo real los ejércitos de Felipe el Atrevido y Pedro el Grande. El iniciador del ciclo es Bernat d’Auriac, un trovador provenzal “afrancesado” llamado el mayestre de Bezers. El segundo trovador que interviene en este ciclo es el propio Rey Pedro. El tercero un trovador de su casa, Pere Salvatge. El cuarto es Roger Bernat III, conde de Foix (c. 1265- 1302). En 1280 se había rebelado contra su señor feudal, Pedro el Grande, con quien a partir de entonces le enfrentaría una gran rivalidad. El ciclo lo cierra un trovador anónimo, que se muestra también hostil al Rey de Aragón39.

El curso de los acontecimientos que desembocó en la “guerra de sirventeses” es como sigue: poco antes del 10 de Junio de 1285 el trovador afrancesado Bernat d’Auriac había escrito un sirventés a fin de animar a los “cruzados” franceses en la entonces inminente campaña al sur de los Pirineos. A mediados de Junio estas estrofas se oirían en el Ampurdán y allí en Barcelona el Rey Pedro respondió a los versos de Bernat d’Auriac, siguiendo, como era obligado en estos debates, el estrofismo, la métrica y las rimas del sirventés de Bernat d’Auriac y, naturalmente, la misma melodía, que se ha perdido. Pero esta respuesta está escrita dirigiéndose a Pere Salvatge, de quien consta que, por otro documento, que el 30 de Julio el Rey le concedía en Barcelona un salario para mantener a su familia, en lo que es posible ver una recompensa por los versos que Pere Salvatge escribió en seguida contestando a los del soberano40.

Tal y como ha señalado Martín de Riquer, ‘este curioso ciclo de poesías revela de un modo claro y decisivo el valor del sirventés como arma política, precisamente en momentos en que dos bandos en lucha precisan de una propaganda eficaz’41. En efecto, tal y como hicieran sus antepasados, Pedro el Grande fue muy consciente de la eficacia de la poesía trovadoresca en la batalla de la propaganda.
Sus hijos Jaime II el Justo (r. 1291-1327) y Federico III de Sicilia (r. 1296- 1337) no iban tampoco a descuidar este aspecto de la Realeza que empezaba a ser una señal de identidad el Casal de Barcelona. En efecto, inserto dentro de una colección de tratados de medicina de Arnaldo de Vilanova, médico personal del Rey Jaime, se ha encontrado un poema mariano en lengua catalana atribuido por el propio Arnaldo al rey Jaime II: Incipit Dancia illustris regis Aragonum cum comento domestici servi eius42.

El breve poema del monarca es una invocación a la Madre de Dios para que auxilie a la nave de la Iglesia, porque ésta corre peligro:


Mayre de Deu e fylha
verge humil e bela
vostra nau vos apela

que l'aydetz, qar perylha43


Aunque la autoría regia ha sido puesta en duda, aceptar este cuestionamiento supondría una deliberada falsificación por parte de Arnaldo de Vilanova. Además, la calidad de la prosa y el estilo del riquísimo epistolario conservado del monarca (más de 10.000 cartas) parece probar la capacidad literaria de éste44. Por otro lado, las pésimas relaciones de la monarquía catalano-aragonesa con el Pontificado (si bien el propio Rey Jaime mantuvo cordiales conexiones con algunos Papas) desde las Vísperas Sicilianas parecerían justificar este desahogo.

¿Qué cantaban los trovadores?
Al menos uno de los hijos de Jaime II, el Infante Pedro de Aragón (1305-1381), conde de Ribagorza, que en sus últimos años tomará el hábito franciscano, heredó la vena poética de la dinastía y, de acuerdo con la Crònica de Ramón Muntaner, compuso un canción de danzar (dança novella) sobre las insignias regias que cantó él mismo en la fiesta de coronación de su hermano, Alfonso IV el Benigno45. También fue el autor de una cansó donde versificaba la organización de la corte real aragonesa y de un espejo de príncipes sobre el que luego volveremos. Asimismo, el Infante Don Pedro, calificado por Ramón Muntaner como ‘un agraciado y sabio señor, el joven más sutil del mundo46, sería también el destinatario de las dedicatorias de sendos tratados de poesía compuestos por los jóvenes poetas Cornet y Castellnou47.

Pero será el hermano y rival de Jaime el Justo, Federico III de Sicilia, quien mejor acredite su vena poética. Esto se puede comprobar en el intercambio de coblas en la primavera de 1296 entre el monarca siciliano y el conde de Ampurias, Ponç Hug IV (c. 1277-1313), un intercambio que si bien, a juicio de Martín de Riquer es ‘de escaso interés literario’, también resulta ‘patentiza, una vez más, hasta qué punto la poesía era vehículo de acciones políticas48.

El poema, titulado Ges per guerra no’m chal aver consir, fue compuesto por el Rey Federico tomando el estrofismo y las rimas de un sirventés de Guillem de Berguedà, escrito en 1190. Una de estas coblas, que tienen mucho de reivindicación personal, reza así: ‘Pero yo puedo hacer oír la fama de los catalanes y de Aragón más allá de Alemania, y acabar dignamente lo que mi padre emprendió. Creo que por derecho me pertenece poseer el Reino’49.

El contexto creativo de este poema es el siguiente: cuando Federico de Sicilia se dio cuenta de que su hermano Jaime II de Aragón hacía preparativos bélicos para atacar Sicilia y desposeerlo de la corona, envió a España un mensajero, Montaner Pérez de Sosa, con la finalidad de inducir a los barones, caballeros y ciudades de los dominios de Jaime II a que hicieran desistir a éste de sus propósitos. Los versos de Federico III, seguramente llevados por el mensajero Pérez de Sosa, debieron de llegar a conocimiento del conde de Ampurias, barón de gran prestigio que contestó a los versos del monarca siciliano con otras coblas50.

Alguien tan riguroso y embebido en los asuntos de gobierno como el estadista Pedro el Ceremonioso tampoco dejó de componer poesía en lengua catalana. Embebido en sus documentos de cancillería de cuando en cuando escribía versos en catalán como divertimento, siendo muy conocido un poema de tono burlesco que escribió como chanza a propósito del tercer matrimonio de su heredero, Juan el Cazador, una clase de versos frívolos que, lejos de ocultar, le complacía enseñar a sus cortesanos51. También se conocen otras composiciones suyas, entre las que destacan sus rimades con ocasión de sus cuartos esponsales con Sibila Forcia52.

En realidad, la ligereza de la afición poética del monarca no debe llevarnos a minusvalorar su importante patronazgo de poetas, que jugó un papel relevante en la escuela lírica catalana del siglo XIV. En su corte fueron bien acogidos literatos como Jaume March, Pere March, Bernat de Só, Bernat de Bonastre, Guerau de Queralt y el Vizconde de Rocaberti53.

Leemos en los Anales de Jerónimo Zurita que Juan I el Cazador

(...) tuvo fin en aventajarse entre los otros príncipes sino en la majestad de su casa y corte que fue la más señalada que en grandes tiempos se hubiese visto jamás (...) Fue sumamente dado a todo género de música (...) La poesía se deslustró de traerla mucho entre las manos (...) y en lugar de las armas y los ejercicios de la guerra – que eran los ordinarios pasatiempos de los príncipes pasados – sucedieron las trovas y poesía vulgar y el arte de la que llamaban la gaya ciencia, de la cual se comenzaron a instituir escuelas públicas; y lo que en tiempos pasados había sido muy honesto ejercicio (...) vino a envilecerse en tanto grado que todos parecían juglares54.

En efecto, Juan I fue un Rey trovador y también músico. Se conserva evidencia documental del intercambio de poemas entre el monarca cuando era aún Infante con los poetas Pere March (un sirventés) y Bernat de Bonastre (una traversa)55. Pero, aún más importante, también se conserva un rondell con notación musical compuesto por su propia mano que envió en 1374 a su hermano Martín, para que se cantara e interpretara en su corte y con la súplica final de que lo hiciera circular56. Además, existen numerosas evidencias de su actividad como poeta y como mecenas de poetas, en particular como patrocinador de la festividad poética de la gaya ciencia, una suerte de concurso de poesía que se celebraba en Barcelona y cuyo galardón financiaba el propio soberano57.


Los reyes y la educación

  Heinrich Finke señaló que “los pintorescos fragmentos” de información que se podían encontrar al respecto en las Acta Aragonensia probaban que Jaime II fue un excelente educador que dedicó la debida atención a la formación de sus hijos, en particular la de aquellos que iban a abrazar la vida religiosa58.

Los hijos de Jaime II recibieron también la atención educativa de Ramón Llull, que escribió para ellos un comentario a los Proverbios cuyas sutilezas consideraba útiles “para aprender a reinar”59, mientras que por su parte Arnaldo de Vilanova les dedicó un catecismo práctico para introducirles en la vida religiosa60.

Aún más importante, si cabe, el Infante Don Pedro, el mismo al que veíamos anteriormente componiendo poesía y música, escribiría en 1358, meses antes de tomar el hábito franciscano, un interesante espejo de príncipes (el De vita, moribus et regimine principum) para la formación política de su sobrino, el futuro Pedro el Ceremonioso61. Este tratado, inspirado en el De Regimine Principum de Egidio Romano, supone un llamativo ejercicio de teorización de la santidad dinástica del Casal d’Aragó combinado con el pragmatismo político pactista propio de la Corona catalano-aragonesa, ya que su mensaje central al futuro Rey es que tenga siempre en cuenta los límites del poder real, constreñido siempre en Aragón por la dependencia militar y financiera de las Cortes de los diferente reinos62.


Tan meticuloso en esto como en todos los demás aspectos del ejercicio de la Realeza, Pedro IV el Ceremonioso fue un monarca que dedicó especial atención a la educación de sus vástagos. La personalidad de Juan I el Cazador y Martín I el Humano fue forjada en buena parte por la influencia paterna.

En este sentido, Carmen García Herrero ha destacado que ‘algunos de los rasgos que caracterizaron a don Martín durante toda su vida, tales como su natural tranquilo y conciliador, el gusto por las artes y las letras o su profunda religiosidad, se iniciaron y enraizaron durante los años infantiles, un tiempo que estuvo presidido por la figura del padre, a quien el infante admiraba sobremanera y cuya sombra permanecerá siempre cercana’63.

También las preferencias e intereses culturales reflejados en la biblioteca de Martín el Humano fueron perfilados, a juicio de María José Roy y Diego Navarro, por el influjo personal de su padre y en menor medida de su hermano Juan I. En efecto, ‘parece ser que los primeros años del infante Martín estuvieron presididos por la fuerte personalidad de la figura paterna, aunque a la larga, el talante de padre e hijo iban a discurrir por sendas notablemente diferentes’64. Y es que frente al carácter tormentoso de su padre, la personalidad tranquila y devota de Martín le ganaría en su época el sobrenombre de el Eclesiástico.

De hecho, lo cierto es que los primeros libros de la biblioteca que llegaría a reunir un bibliófilo como Martín el Humano le serían regalados o prestados por su propio padre, el Rey Pedro. Así, en 1371, cuando solo tenía siete años, le hizo llegar el Llibre dels Feyts de Jaime el Conquistador65 y en 1386 (poco antes de morir) ordena copiar para su hijo el Compendi historial de fray Jaume Domènec66. Ahora bien, en realidad Pedro el Ceremonioso dedicó muchos más desvelos a la educación de su heredero, el futuro rey Juan I. En efecto, el hermano mayor de Martín el Humano recibió precisas instrucciones sobre qué libros leer y qué libros hacer copiar por parte de su padre, instrucciones que se han conservado.

Los reyes cronistas

  Existe hoy día un cierto consenso historiográfico respecto a la autoría regia eminente (en tanto que “editores” del texto y no tan solo como meros promotores de éste)67 tanto del Llibre dels Feits68 como de la Crònica de Pere el Cerimoniós. De igual modo, se da por muy probable la autoría de una crónica, hoy perdida, por parte de Martín el Humano.

El Llibre dels Feits del Rei en Jaume, escrito al dictado del Rey en dos pe-ríodos diferentes (primeros capítulos en 1244 y últimos en 1274)69 en el catalán elegante y grandilocuente de la cancillería regia, fue compuesto según declara el propio Jaime el Conquistador al final del primer capítulo para ‘que todos supiesen las gracias que Nuestro Señor nos ha concedido (...) y para dar ejemplo a todos los hombres del mundo’70. Esta triple función, conmemorativa, autobiográfica y ejemplificadora, de la crónica en tanto que “memoria” (‘leixam aquest libre per memòria e per dar exempli a tots’) presupone una intención moralizante por parte de un soberano cristiano que quiere instruir en los hechos de Dios no solo a sus súbditos sino al conjunto de los hombres71.

En efecto, en opinión de Damian Smith, Jaime I ‘esperaba que su crónica fuera leída en voz alta a sus sucesores, siendo ésta una especie de manual de buen gobierno (...) La obra tiene una triple dimensión propagandística, educadora y legitimadora’72.

Por otra parte, como ha subrayado Jaume Aurell, ‘el estilo narrativo en primera persona de la crónica, como si fuera el propio monarca el que la escribiera’ puede llevarnos al equívoco de asignar la autoría material propio soberano, que ciertamente no era un hombre de letras73: ‘la explicación más probable es que, en los raros momentos de ocio de su intenso reinado, Jaime I dictara sus memorias a sus escribanos y ellos las reescribieran, siguiendo los modelos de las crónicas de su tiempo’74.

Por consiguiente, estaríamos ante ‘una ficción autobiográfica en la que el autor (el Rey) asume artificialmente, gracias a su autoridad, la paternidad de un texto que es el fruto de un trabajo colectivo’75. En todo caso, ‘la exhaustividad de la crónica y los abundantes detalles de la vida personal del Rey nos hacen pensar en una intervención directa de Jaime I’ antes que en la idea de que uno de sus caballeros, presente en sus gestas, terminara escribiendo la crónica y atribuyendo la autoría al soberano76.

Sea como fuere, lo cierto es que el raro estilo narrativo autobiográfico (en el que incluso en algunas ocasiones se desliza el yo en lugar del nos mayestático) del Llibre dels Feits la convierte en una obra única en su siglo y casi diríamos en el conjunto del Medievo. Habrá que esperar casi cien años para que otro monarca europeo escriba algo parecido, cuando el Emperador Carlos IV componga su autobiográfica Vita Karoli, y no sería hasta el siglo XV el que las autobiografías (regias o no) empezaran a proliferar en el Occidente europeo. Y es que, en efecto, Jaime el Conquistador legó a la posteridad un retrato íntimo de sí mismo que ha llevado a Thomas Bisson ha subrayar que ‘ningún monarca se había revelado a sí mismo mejor a la posteridad’77.

Revista Mirador (1936)
El hallazgo de las instrucciones precisas de Pedro IV al último redactor de su Crònica, el mestre racional Bernat Descoll78, ya deshizo en su día cualquier posible duda sobre el papel del monarca en su composición79, a pesar de la insistencia de algún autor en ponerla en tela de juicio. El equipo que formaban, además de Bernat Descoll, Arnau Torrelles, Ramon de Vilanova y Bernat Ramon Descavall, fue en todo momento guiado, tutelado y supervisado por el monarca, que deja “una poderosa huella” en el texto80.

Por otra parte, Frédéric Alchalabi ha apuntado que el análisis de la Crónica de Pedro el Ceremonioso revela que la historia tenía para el monarca “una función instrumental”, en tanto que “herramienta” a su servicio para legitimar sus actuaciones. El Rey Pedro ‘incluso proyecta la imagen de un calculador príncipe del Renacimiento con una conciencia política muy desarrollada’81.

Con todo, sería exagerado afirmar que la historia era para Pedro IV solo un instrumento político. De hecho, el monarca parece haber tenido un interés genuino por el estudio de las crónicas, no solo adquiriéndolas para su biblioteca sino encargando traducciones al catalán de algunas de ellas, como el Speculum Historiale de Vicente de Beauvais82.

Por otro lado, la documentación conservada de la década de 1340 nos permite ver al monarca-historiador en acción, sea recopilando de forma sistemática materiales historiográficos en las abadías de San Juan de la Peña y Ripoll para la elaboración de su Crónica, sea realizando luego una labor personal de edición de estos materiales83. Esta labor desemboca en 1355 en el encargo real a Tomás de Canyelles de elaborar un Liber nostrarum cronicarum84 que antecedería y de algún modo prepararía la redacción de la Crònica. Aunque él no fue el redactor de la Crónica que lleva su nombre, de igual manera que Alfonso el Sabio no lo fue de las Estorias alfonsíes, sí impartió todo tipo de instrucciones detalladas sobre el contenido de cada capítulo, revisando y editando los borradores según el trabajo de su equipo de colaboradores avanzaba85.

También se atribuye al Rey Ceremonioso la autoría de un Tractat de Cavalleria apoyado en la traducción catalana de la Segunda Partida de Alfonso el Sabio86. Pere Bohigas ha demostrado que el monarca revisó personalmente la traducción catalana de la Segunda Partida que fue luego utilizada para componer el Tractat, eliminado aquellos giros gramaticales que no le satisfacían87.


Los reyes y la ciencia

  Por el Llibre del Repartiment conocemos la vinculación a la Casa del Rey de tres médicos judíos valencianos durante el reinado de Jaime el Conquistador88, soberano que en sus Furs para Valencia tomó disposiciones para fomentar el estudio en la ciudad de la medicina y el derecho89. Su hijo Pedro III incorporó en el año 1279 a su corte al médico judío Samuel Abenmenassé como galeno y como intérprete oficial del árabe90.

La relación del sabio valenciano Arnaldo de Vilanova (1240-1311), ciertamente uno de los intelectuales más originales y brillantes de toda la Edad Media cristiana, con la Corona catalano-aragonesa comenzó con su nombramiento en 1281 como médico personal de Pedro el Grande, a quien acompañará hasta el lecho de muerte (Noviembre de 1285). En 1293, tras el paréntesis del reinado de Alfonso III, vuelve a incorporarse a la corte como médico de cámara de Jaime II, compaginando esta labor con su docencia en Montpellier, convirtiéndose también en una suerte de consejero espiritual para el monarca y su esposa, Blanca de Anjou, a quienes inocula sus convicciones propias del espiritualismo franciscano. Cuando en 1309 sus controvertidas opiniones religiosas, que no le habían impedido ser médico de un Pontífice, finalmente le alejen de la corte de Jaime II Arnaldo pasará al servicio de otro miembro del Casal d’Aragó, Federico III de Sicilia91.

Pero antes, entre 1305 y 1308, el maestro Arnaldo (mestre Arnau) compuso en latín para su soberano y paciente un Regimen sanitatis para ayudarle a prevenir sus diversas dolencias y las de sus hijos. Este tratado de medicina y de higiene, que aborda enfermedades que aquejaban al propio monarca como las hemorroides, presupone un conocimiento bastante completo del latín por parte de Jaime II. Significativamente, la Reina Blanca, que no dominaba esta lengua, ordenó en 1310 una traducción al romance que realizó el cirujano real Berenguer Sarriera92.

Con todo, la relación de los monarcas catalano-aragoneses con la ciencia no termina, ni mucho menos, en la gigantesca figura de Arnaldo de Vilanova. Los reinados de Jaime II y Pedro IV suponen, de hecho, una etapa de ‘importantes traducciones al catalán de obras científicas árabes bajo el impulso de estos dos monarcas’93. No en vano, se tradujeron en la Corona de Aragón en los siguientes dos siglos cuarenta y seis obras de medicina árabe al hebreo, latín y catalán94.

En este sentido, resulta significativo que Jaime II adoptara disposiciones para que uno de los lectores de medicina de la Universidad de Lérida que él había fundado, Guillem Jaubert de Beziers, recibiera varios libros de medicina árabe95 o que en 1313 encargara (y le pagara por ello) a Yehuda Bonsenyor la traducción al romance del Kitab al-Tasrif del cordobés al-Zahrawi96.

De Pedro IV el Ceremonioso nos dice Jerónimo Zurita en sus Anales: ‘fue muy dado a todo género de letras, en especial a la astrología y grandemente aficionado a la alquimia, en la cual tuvo por maestro un físico suyo judío que se llamó Menahem’97.

Ciertamente, Pedro IV era ‘un hombre notable por su curiosidad intelectual’98 y, al igual que otros reyes sabios medievales tales como Federico II de Sicilia, Alfonso X el Sabio o Carlos V el Sabio de Francia, su contemporáneo, dedicó mucha atención a la astrología/astronomía, encargando la confección entre 1360 y 1366 de unas célebres tablas astronómicas que llevan su nombre a su astrónomo palatino Pere Gilbert y su discípulo Dalmau Sesplanes, con el auxilio del judío andalusí Jacob Corsino99. Estas tablas son para el siglo XIV catalano-aragonés un hito comparable a lo que supusieron las Tablas alfonsíes para el siglo XIII castellano-leonés (unas tablas que, por cierto, corrigieron). En este sentido, un reciente estudio de Michael Ryan ha puesto de relieve la gran importancia que este soberano otorgó a la astrología/astronomía en sus ambiciosas políticas de mecenazgo y en su propio universo intelectual100.

El Rey Pedro también encargó a dos expertos cuya identidad nos es desconocida la elaboración de un Art de Astrologia, tarea para la cual les permitió la consulta de las muchas obras que sobre esta materia había en su biblioteca101. Asimismo, se sabe que encargó tratados de astrología a su médico, Bartomeu Tresbens102.



L'astronomia de Jacob ben David Bonjorn
Josep Chabàs, Xavier Rodríguez i Gil (1992)

Su hijo, Juan, amante de la música y las artes, también dedicó mucha atención a la astrología judiciaria, abandonando su dimensión más científica103, una afición que le valió severas críticas, de entre otros, del Inquisidor Nicolau Eymerich104, siendo Martín el Humano el que finalmente, movido por su acendrada piedad religiosa, terminara con esta “sospechosa” actividad a caballo entre la ciencia y la superstición en la corte catalano-aragonesa, si bien hay que subrayar que conservó en su biblioteca los libros de su hermano que versaban sobre estas ciencias105.


Los reyes y los libros

  En la Baja Edad Media, como en los siglos anteriores, el clero estaba en primera línea cultural. Frailes mendicantes, canónigos, monjes benedictinos, obispos... figuran entre los principales intelectuales del momento tanto en al norte como al sur de los Pirineos. Con todo, algo ha cambiado. A la élite cultural se han incorporado los seglares, sobre todo la aristocracia laica y los juristas, aunque no solo ellos. Nacen ahora las bibliotecas particulares fuera del ámbito monástico, clerical o universitario. Si en siglos anteriores tan solo algunos monarcas sabios habían reunido bibliotecas laicas es ahora cuando florece el fenómeno de las bibliotecas particulares.

En Castilla es éste un fenómeno bastante restringido a nobles como el marqués de Santillana (Íñigo López de Mendoza, m. 1458, la mejor biblioteca del siglo XV), el conde de Benavente (Alfonso Pimentel, m. 1461: 126 libros), el conde de Haro (Pedro Fernández de Velasco, m. 1470: 79 libros), Alfonso Tenorio (m. 1430: 24 libros) o Alvar Pérez de Guzmán (c. 1482: 31 libros). Si alguien estima escaso el número de códices de estas bibliotecas particulares, piénsese en que la biblioteca universitaria de Salamanca, la mejor de la España medieval, contaba apenas con 201 códices en el inventario de 1471106. La biblioteca mejor surtida del mundo occidental en ese momento, la biblioteca pontificia de Aviñón, no superaba los 2.000 volúmenes y la de la abadía de Cluny contaba 1.700.

En la Corona de Aragón por el contrario encontramos que el fenómeno rebasa los límites de la aristocracia y penetra en los círculos burgueses. Aquí resulta necesario apuntar el que ‘la existencia en los Archivos de la Corona de Aragón de recibos, cartas de venta, escrituras de subastas y gran número de inventario de bienes nos permite un conocimiento mucho más temprano y completo de las bibliotecas de los diversos grupos sociales’107 que en la Corona de Castilla.

Este interesante aspecto ha sido estudiado, entre otros, por Jaume Aurell, junto Alfons Puigarnau108. Basten como botón de muestra tan solo dos ejemplos: un jurista barcelonés del siglo XIV, Ramón Vinader (m. 1351), tenía 162 libros109 y un notario catalán del siglo XV, Miquel Abeyar, llegó a reunir la increíble cifra de 471 libros y se ha constado que hasta un 30 por ciento de los mercaderes valencianos y catalanes tenían libros en casa. Si se tiene en cuenta que, a pesar del abaratamiento del libro que supuso la introducción del papel en lugar del pergamino, un libro grueso costaba todavía lo mismo que un caballo, se valorará en su justa medida el esfuerzo bibliófilo de estos burgueses110.

Pero más importante aún que este esfuerzo de bibliofilia fue la incorporación de los laicos a la vanguardia de la creación de ideas y a los circuitos intelectuales no solo como receptores de la producción cultural sino también como creadores. El mecenazgo artístico y científico, el imaginativo uso de la lengua vernácula y un emergente orgullo que ligaba lo caballeresco no solo a la profesión de las armas sino a la excelencia intelectual, distinguen la entrada de los nobles catalano-aragoneses y castellanos (piénsese en los Mendoza, los Guzmán, los Pimentel, los Estúñiga) en el mundo de la alta cultura libresca.

En lo que respecta a los soberanos del Casal d’Aragó, a pesar de que allí ‘la existencia en los Archivos de la Corona de Aragón de recibos, cartas de venta, escrituras de subastas y gran número de inventario de bienes nos permite un conocimiento mucho más temprano y completo de las bibliotecas de los diversos grupos sociales’111 que en la Corona de Castilla, sin embargo el primer indicio cierto de una biblioteca palatina que se conoce es el de la perteneciente al rey Jaime II, datado en el año 1323, monarca para quien copiaba códices el notario zaragozano Juan de Prohome112, si bien consta la existencia de una (mínima) biblioteca regia desde el año 1230, en el reinado de Jaime el Conquistador113.

El primer monarca del que hay cierta información detallada sobre su biblioteca es Alfonso III, de quien se sabe que encargó una Biblia francesa para hacerla traducir al catalán114. Pero a este monarca no le interesaban solo los libros religiosos. También poseía códices relacionados con sus otros intereses intelectuales: hay constancia de que entre sus libros se hallaba al menos uno de astronomía, otro de leyes, el Llibre dels Feyts de su abuelo y un libro francés de exempla115.

Ahora bien, como señalábamos antes, el primer monarca catalano-aragonés que merece el título de bibliófilo fue su hermano Jaime el Justo. Existe constancia documental de la compra de toda clase de libros por parte de Jaime II, en particular de obras de medicina y astrología, aunque también de un códice con las Décadas de Tito Livio116. También se sabe que ordenó que se le hiciera llegar secretamente un libro de geomancia que estaba custodiado en el archivo117 y que poseía obras médicas tales como las traducciones catalanas del Regimen sanitatis de Arnaldo de Vilanova (que había encargado su esposa) y la no menos influyente Chirurgia del dominico italiano Teodorico Borgognoni118. Asimismo, hay constancia documental de varios encargos del Rey al miniaturista Bernat Gonter para iluminar sus libros119.

Pedro IV el Ceremonioso fue también un apasionado de los libros, objetos muy preciados para él que buscaba sin cesar por doquier, hacía copiar, compraba y solicitaba en préstamo120. Entre sus libros llama poderosamente la atención la prevalencia de crónicas, su lectura predilecta. Las había de todo tipo: procedentes de Francia, Castilla y Sicilia sobre la historia de estos reinos, compradas en París sobre historia de Hungría, Dacia o Noruega o las com- puestas por historiadores de la Antigüedad Clásica (Tito Livio, Suetonio, Pompeyo Trogo, Plutarco)121. También se encontraban en abundancia en su biblioteca los libros de astrología, entre ellos dos del astrónomo toledano del siglo XI Alí Aben Ragel122.

Al final de su reinado (año 1381), el Rey Pedro decidió instalar la biblioteca regia en el monasterio de Poblet123, rompiendo así con la tradición de guardar los libros del Rey en el archivo, la cámara u otras dependencias del Palau Major. En este sentido, el profesor Bohigas ha llamado la atención sobre varias cartas del Rey Ceremonioso al abad de este monasterio, (1381-82), con instrucciones precisas sobre la instalación de esta biblioteca. Tenía que tener acceso por el claustro, ser de bóveda y piedra picada y poseer bancos con atriles y cadenas para sujetar los libros124. Además, dejó dicho que la biblioteca tenía que ser conocida como la libraria del Rey En Pere125 en lo que también era una forma de inmortalidad para un bibliófilo.

Lo cierto es que sus dos hijos, Juan el Cazador y Martín el Humano, son dos de los monarcas europeos del siglo XIV que más merecen el título de “reyes bibliófilos”. La documentación publicada por Rubió y Lluch recoge numerosos ejemplos de peticiones de préstamo de libros entre los miembros de la familia de Pedro IV126. Por ejemplo, se conservan tres cartas de hijo, el Rey Juan, en las que reclama a su hermano Martín el Humano la devolución de libros: en una fechada en 1387 le reclama obras de Tito Livio y Valerio Máximo, en otra fechada de 1389 la devolución de un romance de caballería127, y en otra fechada en 1391 le reclama un libro de la materia de Bretaña, es decir de tema artúrico128.

En realidad, que Juan I llevaba su bibliofilia al extremo lo demuestra el hecho de que incluso “sustrajera” libros sin permiso de las bibliotecas. En Caspe, por ejemplo, entró sin permiso en la biblioteca del castillo de la Orden de San Juan del Hospital a pesar de las protestas de un caballero sanjuanista. De allí se llevó un valioso ejemplar del Epitome Rei Militaris de Vegecio según reconoce en una carta al Gran Maestre del Hospital, el erudito aragonés Juan Fernández de Heredia129. Hay otros numerosos ejemplos documentados que prueban una bibliofilia por parte de Juan I que en ocasiones degeneró en “bibliomanía”130.


Más “ortodoxo” fue su intercambio de libros con el tío de su esposa Violante de Bar, el Duque de Berry, el mayor bibliófilo del Reino de Francia, de quien recibió en 1383 una copia del De Civitate Dei de San Agustín, de las Décadas de Tito Livio y una Biblia miniada. En correspondencia, el aún Infante aragonés le hizo llegar una copia del Livre des Merveilles du monde de Marco Polo131. También se dirigió Juan el Cazador al camarlengo del Rey de Francia para solicitarle un libro de Milagros de Madona Santa María en 1383132. Al renacentista Duque de Milán, Gian Galeazzo Visconti, le solicitó ejemplares de Pompeyo Trogo, Tito Livio y Plutarco133. Y, siendo ya Rey, Juan I solicitó al cultivado conde de Foix, el célebre Gastón Febus, que le enviara su Libro de la Caza, un tratado cinegético compuesto por el propio conde134.

De muy diferente talante era Martín, hombre extraordinariamente devoto, rezaba las horas monásticas y era de misa diaria, llegando incluso en ocasiones a asistir a tres misas en un mismo día. Parece ser que sentía una cierta predilección incluso por la espiritualidad cartujana, lo que le llevó a fundar una cartuja en el Reino de Valencia, la Cartuja de Valldecrist. De ahí que en vida se le conociera sobre todo como l'Eclesiàstic, un apodo que refleja bien su forma de ser. De carácter sedentario, lector ávido y poco dado al ejercicio militar o la caza, cuando alcance la edad madura se volverá un hombre obeso y de delicada salud en el que sus intereses intelectuales y espirituales primarán sobre cualquier otra consideración.

En efecto, las fuentes nos hablan unánimemente "de su talante pacificador, su interés por múltiples aspectos culturales, científicos y religiosos, además de una vertiente personal de composición retórica, cualidades que conforman a Martín esencialmente como un Rey bibliófilo, mecenas y promotor cultural de su tiempo"135.

Sin duda, el inventario de los libros del Rey Martín realizado por dos escribanos en Septiembre de 1410 por orden de su esposa (la reina Margarita, su segunda mujer) tras la muerte del monarca tres meses antes136 es uno de los principales catálogos de biblioteca de todo el siglo XV europeo, así como una de las más sobresalientes colecciones bibliográficas de un monarca de la Corona de Aragón137. La biblioteca del monarca se hallaba en el interior del Palau Major de Barcelona. Contaba con 349 volúmenes distribuidos por varias dependencias anexas a la capilla y guardarropa reales138. Esta cantidad de libros es inmensa si se la compara con la biblioteca de otros príncipes hispánicos de la época: el rey Juan II de Castilla reunió unos 200, el cultivado príncipe de Viana apenas un centenar y solo la biblioteca napolitana de Alfonso el Magnánimo superaría su tamaño medio siglo después. Desde luego, cifras de libros como los que llegaron a contar las inmensas bibliotecas del rey Carlos V el Sabio de Francia (1.300 volúmenes) o el duque de Borgoña Felipe el Bueno (700 códices) estaban fuera del alcance de los gobernantes hispánicos139.

Resulta significativa la variedad de lenguas de los códices del monarca. El latín era la lengua más representada pero también encontramos obras en catalán, italiano, castellano y francés e incluso griego y hebreo140. Esto habla de una cierta erudición personal que también corrobora el hecho de que en una carta dirigida al gobernador general de Cataluña en 1408 fuera capaz de citar un pasaje de la Divina Comedia de Dante (en concreto: Paradiso, XXXIII, 65)141 que aludía a la figura de la Sibila, un pasaje que probablemente tuvo que leer en el italiano original.

A modo de ejemplo y contraste, repárese en que el estudio de las bibliotecas nobiliarias castellanas del siglo XV revela una preponderancia de las obras en lengua vernácula sobre los códices latinos o en otras lenguas. Por citar tan solo una, la biblioteca del conde de Haro contenía 42 libros en castellano por 34 en latín y tan solo tres en otras lenguas (todos ellos en francés)142.

El mismo Martín el Humano regaló libros a su hijo Martín el Joven, Rey de Sicilia. Así, en 1399 le envió a Sicilia una copia del códice de Valerio Máximo que a su vez le había prestado en su día su hermano, el Rey Juan143. También se conservan documentos de compra o encargo por parte de Martín el Humano de numerosas obras, como por ejemplo cuando pidió prestado en 1407 cien escudos de oro al mercader Gaspar Moles para poder adquirir ciertos libros en París para su biblioteca144.

Se conservan asimismo las cartas que se intercambiaron el Cardenal Pedro de Auvernia y el Rey Martín tratando del préstamo de libros. Así, el Cardenal le prestó al monarca entre 1398 y 1399 el Speculum Historiale de Vicente de Beauvais y una vida de los Santos Padres (De Vitis Patrum)145. En 1405 también reclamaba al abad de Poblet que le hiciera llegar la Historia adversus Paganos de Paulo Orosio146.

Otro documento significativo que ilustra perfectamente el interés personal que el monarca se tomaba por la obtención de aquellos libros que más le interesaban lo encontramos en una carta dirigida por éste al Papa Benedicto XIII en la que le solicita que le envíe las obras de Séneca147. Y el 15 de Abril de 1409 el Rey se dirigía a su antiguo consejero y paje, Francisco de Aranda, por aquel entonces entrado en religión como cartujo y miembro de la curia del Papa Luna, para pedirle que le consiguiera en la biblioteca pontificia una traducción del De Civitate Dei de San Agustín y un ejemplar del De Vita Christi de Ludolfo de Sajonia y además le agradecía el envío previo de dos copias de unos escritos sobre Sicilia que procedían de Aviñón y que el soberano catalano-aragonés se comprometía a devolver después de que se hubieran copiado148.

Que además de a los contenidos también le daba importancia a las formas artísticas del libro lo probaría su encargo del llamado Breviario (Llibred’hores) del Rey Martín, cuyas bellas miniaturas propias del Gótico internacional fueron realizadas por un equipo de cuatro miniaturistas entre 1398 y 1403149. En efecto, parece ser que tenía cierta afición por la miniatura libresca aviñonesa, ya que en Mayo de 1386, siendo aún Infante, había encargado también en Aviñón una serie de códices para abastecer la biblioteca de la Cartuja deValldecrist, el cenobio cuya fundación había patrocinado él mismo150.

En cuanto a las materias de los libros de la biblioteca del Rey Martín, destacar la presencia de obras de religión (misales, salterios, breviarios, hagiografías...), obras jurídicas como los Usatges de Cataluña o las Siete Partidas de Alfonso el Sabio, obras de astronomía como las Tablas Alfonsíes, obras de geometría y medicina, obras de historia en latín como la Chronica de San Isidoro de Sevilla, el Chronicon Pontificum et Imperatorum de Martin de Troppau151 o la propia Chronica regum Aragonum, además de diversas crónicas sicilianas, francesas y castellanas, obras de autores clásicos greco-romanos como Julio César, Plutarco, Valerio Máximo, un libro en catalán sobre los tártaros (De les batalles dels Tartres), el Cligès de Chrétien de Troyes en el francés original, un libro de juego de dados en catalán, otro libro de ajedrez, un tratado de estrategia militar, una Historia de Hércules en aragonés y, finalmente, numerosos volúmenes de poesía catalana y provenzal152.

María José Roy y Diego Navarro han apuntado, en definitiva, que ‘se configura a partir de las lecturas de Martín I un gusto pre-renacentista, avivado como hemos dicho anteriormente por el estrecho contacto con los humanistas italianos a través los frecuentes viajes a Sicilia’153.


El mecenazgo cultural y artístico


Españase da noticia de la serie escultórica de 19 
estatuas representando reyes de Aragón mandadas
labrarpor Pedro IV al maestro Alcoy; de ellas queda
sólo una en la catedral de Gerona, denominada
vulgarmente “San Carlomagno” y que según
parece, es el retrato de dicho monarca aragonés;
lleva en el estoque y puñal el escudo de las barras.
Las estatuas estaban destinadas al Palacio
Real de Barcelona."
  Pedro el Ceremonioso quiso ornar el Palau Major de Barcelona con las estatuas en alabastro y piedra de sus antecesores en el trono real aragonés, incluida la suya propia, así como de los once condes de Barcelona que les precedieron, encargando en 1342 al escultor mestre Alcoy su elaboración. Se tiene constancia documental de la supervisión directa que el monarca ejerció sobre los trabajos del escultor, sus materiales y sus pagos, llegando incluso a requerir al abad de Ripoll información detallada sobre los rasgos fisionómicos de sus regios antepasados de cara a que las estatuas tuvieran el mayor verismo posible154.

Su hijo Martín tuvo ciertamente un papel muy destacado en la introducción del Gótico internacional en Valencia, atrayendo hacia la ciudad del Turia numerosos artistas extranjeros, procedentes de Italia, Flandes y Francia155. Tal y como ha señalado Matilde Miquel, ‘la presencia de Martín constituye uno de los pilares sobre los que se asienta esta nueva corriente artística, puesto que su educación en la corte, el gobierno de Sicilia o su estancia en la corte pontificia de Aviñón le confieren una personalidad abierta a las novedades artísticas que se asentaron en Valencia, que él fomentó con sus encargos’156. Las obras escultóricas encargadas por el Rey Martín para su palau inacabado en Poblet serían otro ejemplo de este regio mecenazgo artístico157.

El mecenazgo musical de los reyes de Aragón ha sido puesto en valor, entre otros, por el trabajo de investigación de María del Carmen GómezMuntané158 y de su discípulo Andrés Descalzo. Este último ha localizado casi doscientos ministriles que estuvieron en algún momento al servicio de Pedro el Ceremonioso, siendo este monarca el introductor en la corte catalano-aragonesa del nuevo estilo musical conocido como Ars Nova159.

Este activo mecenazgo musical no decayó en los dos reinados posteriores, en particular durante el reinado de Juan I, quien todavía siendo Infante organizó una cobla de ministrils en la que había músicos de todas partes de Europa160 y que dirigía su profesor de música, el alemán Mittag161.

También se tomó un interés muy personal por las artes plásticas su hijo Martín el Humano. Por ejemplo, en 1406 encargó imitar para la capilla de uno de sus palacios las pinturas de los ángeles de la capilla de San Miguel en el palacio pontificio de Aviñón, realizadas en 1346 por el maestro italiano Matteo Giovannetti de Viterbo, pinturas que le habían impresionado cuando visitó al papa Benedicto XIII162.

Cabe mencionar, asimismo, la dimensión literaria del círculo de intelectuales ligado de la Cancillería real barcelonesa. Hay constancia de que en su seno se produjo una recepción de Petrarca y Boccaccio en los dos últimos decenios del siglo XIV. Muy minoritarios pero muy sensibilizados debieron ser los círculos que acogían las nuevas ideas163. Sobre todo, cabe destacar en su seno una figura de la talla de Bernat Metge, tan ligado a la Corona.

De hecho, esta figura extraordinaria fue el secretario personal del Rey Martín. De su obra cumbre, Lo Somni (año 1399), sabemos que el monarca ordenó hacer una copia para su uso personal que terminó en Zaragoza164. En realidad, Metge le debía su libertad al monarca, ya que tras la muerte del Rey Juan el Cazador había sido procesado acusado de corrupción junto a buena parte del personal de la cancillería y solo la intervención de Martín el Humano pudo librarle de una condena más severa. De hecho, Lo Somni fue compuesto durante su permanencia en prisión aguardando juicio165.

Sin duda, resulta curioso que esta obra, un diálogo filosófico de corte platónico-ciceroniano y claro saber clasicista entre el difunto rey Juan I y el propio Metge, fuera apreciada por el monarca si se tiene en cuenta su perfil devoto, ya que Metge da sutilmente un toque epicúreo con resonancias de Ovidio a sus reflexiones sobre por ejemplo la inmortalidad del alma, lo que ha llevado a Batllori a calificar el Lo somni como una obra de carácter “humanista”166. Hay que tener en cuenta que es ésta una obra que incluso desborda a Petrarca en lo que tiene de contestación radical a los esquemas mentales de la escolástica167. No en vano, a Metge se le ha calificado como “el primer filósofo laico” de la España cristiana medieval168. Posiblemente la apertura de miras intelectual del Rey Humano pesó más en el ánimo del monarca que sus posibles objeciones religiosas ante esta obra. Es decir, el monarca se encontraba entre los pocos que podían entender y ¿apreciar? la innovadora producción literaria de Metge, que ‘se veía obligado a dar en clave de clandestinidad’169.

En cuanto a la labor de mecenazgo cultural del Rey Martín cabe señalar su papel promotor en la elaboración de las Crónicas del Reino de Sicilia, iniciadas durante su estancia en la isla o en la composición de un Flos Mundi, un com- pendio de historia universal en catalán, en cuyo prólogo se anuncia el propósito de continuar la obra hasta los tiempos del Rey Martí que vull poseex la corona d’Aragó170. Miquel Coll i Alentorn resaltó en su día la afición de lmonarca por la historia, llegando incluso a darle el epíteto de “Rey historiador” por sus eruditas incursiones en esta disciplina en sus discursos, sus cartas e incluso en su libro de horas171.

El capellán del Rey Martín, el fraile dominico formado en París Antonio Canals, fue el introductor de la devotio moderna en la Corona de Aragón. Ya Juan el Cazador le había encargado traducir varios libros del latín al catalán y fray Antonio dedicará al propio Rey Martín su influyente tratado de mística en lengua catalana titulado Scala de Comtemplació172.

También estuvo relacionado con el monarca el fraile Joan Eiximeno, un influyente místico que dedicó a la esposa de Don Martín, la reina María de Luna, su Vida de Jesucrist. También parece que tuvo tener alguna relación de mecenazgo con la traducción al catalán del De Officiis de Cicerón por parte de un magister franciscano protegido suyo, fray Nicolau Quilis, que se había formado en la Universidad de París173.


Los reyes y las universidades

  Jaime el Justo, Pedro el Ceremonioso y Martín el Humano se implicaron de lleno en la fundación de universidades, esto es, asumieron la función sapiencial regia del rex institutor scholarum. En este sentido, implicaron de lleno a la Corona en la fundación y sustento de la Universidad de Lérida que, fundada en 1300 por Jaime II y sostenida luego por Pedro IV, será el único Studium generalis de la Corona de Aragón durante todo el siglo XIV, obteniendo un privilegio real que le otorgaba el monopolio de la enseñanza universitaria en esos reinos174.

Como han señalado atinadamente García Ballester y Arrizabalaga, ‘no resulta aventurado imaginar que la particular sensibilidad del Rey Jaime II hacia la vida intelectual y su gusto por la lectura le hicieron receptivo al consejo que seguramente le ofrecieron los intelectuales que le rodeaban’ en el sentido de fundar una Universidad175.

Pero no se iban a limitar a la fundación del Studium de Lérida. La enseñanza universitaria de la medicina en la Corona de Aragón estaba muy focalizada desde el siglo XII en el Studium de la ciudad francesa de Montpellier, una de las mejores y más venerables universidades de Europa en lo referente a la enseñanza de la medicina, situada además en un señorío parte de los dominios de los reyes catalano-aragoneses desde el reinado de Jaime el Conquistador. Pero desde 1349 Montpellier había pasado a formar parte del reino de Francia176. Luego ahora quedaba fuera de las fronteras de la Corona catalano-aragonesa, en territorio del archi-enemigo del Casal d’Aragó.

A esto respondió el siempre preocupado por la cultura Pedro IV con la fundación de dos nuevas universidades en Perpiñán (año 1350) y Huesca (1354)177. Ciertamente, la Universidad de Lérida tenía estudios de medicina, al igual que el Estudio General de la Orden de Santo Domingo en Barcelona178, pero ambos resultaban claramente insuficientes para el tamaño y proyección de la poderosa y próspera y pujante Corona de Aragón del siglo XIV.

Según ha señalado Salvador Claramunt, también Martín el Humano tuvo una política universitaria bien definida179. Este soberano decidió fundar un estudi general de Medicina en Barcelona en 1401, una escuela de medicina que sería el embrión del futuro Studium generalis de Barcelona, la primera “Universidad” propiamente dicha que tuvo Barcelona, definitivamente instituida por Alfonso el Magnánimo en 1450.

Por consiguiente, Martín el Humano asumió el liderazgo cultural regio antes desplegado por su padre. El 20 de Mayo de 1406 reorganizó mediante un privilegio real la estructura y funcionamiento de la Universidad de Lérida180. Pero, sobre todo, dio un paso audaz y decisivo cuando unos años antes presentó solemnemente el 23 de Enero de 1398 ante el Consell de Cent de Barcelona la aceptación de un privilegio que pensaba pedir al Pontífice (el único facultado entonces para otorgarlo) para que sancionara la fundación en la ciudad condal de un Estudi General de tota facultat. Esta petición real significaba la fundación de una tercera universidad en tierras catalanas y era casi la primera medida de gobierno tomada por el Rey Martín, que acababa de regresar de Sicilia y ser coronado en la Seo de Zaragoza181.

Desde luego, la creación de una Universidad era algo que daba un prestigio sin igual a una ciudad en una época en que apenas había treinta con ese rango de studium generalis en toda la Europa cristiana (en los reinos hispánicos apenas cuatro o cinco). Pero también acarreaba disturbios ya que los estudiantes de la época eran un continuo foco de incidentes con la población local, como lo probaba la experiencia traumática sufrida por París y Oxford el siglo anterior. Enseguida, apenas una semana después, el 1 de Febrero, se reunía el Consell de Cent para responder con una rotunda negativa a la proposición regia, entendiendo que la escuela catedralicia de la ciudad, sobre la que venía ejerciendo un control absoluto, le bastaba y sobraba a Barcelona182.

Ahora bien, el monarca no se desanimó y solicitó el 10 de Diciembre de 1400 de su aliado, el Papa aviñonés Benedicto XIII, el reconocimiento para la creación no ya de un Studium generalis en Barcelona (algo que sin el apoyo del Consell de Cent era inviable) sino de un Studium solo de Medicina con los mismo privilegios y alcance que el de Montpellier183.

Lo cierto es que el Pontífice aviñonés no respondió durante años a esta petición. Sabemos por otra carta del monarca fechada en Febrero de 1402 que todavía no había respondido ni positiva ni negativamente. Pero el monarca no había esperado a obtener respuesta del Papa para proceder a la fundación del Studium de Medicina de forma unilateral mediante un privilegio real fechado el 10 de Enero de 1401184.

Como si el soberano intuyera la oposición frontal de los burgueses de Barcelona, puso a todos los miembros del Estudi de Medicina bajo su protección y salvaguardia especiales, otorgándoles no solo el monopolio de la enseñanza de la Medicina en la ciudad sino también la condición de médicos de la Casa real185.

Sea como fuere, el enfrentamiento en el seno de la ciudad condal fue radical y se produjeron graves incidentes. Pero lejos de echarse atrás o recular el Rey Martín optó por ampliar el Estudio y crear una Facultad de Artes Liberales anexa a la de Medicina para beneficio de su feliz y sabia ciudad de Barcelona (Mayo de 1402)186.

Tan solo un año después, en Enero de 1403, el monarca se encontraba con otro obstáculo inesperado, uno que procedía del propio seno del Estudi de Medicina: el enfrentamiento entre los propios profesores llegó a tales niveles de acritud que, entre violentas amenazas, un grupo depuso al canciller Francecs de Granollachs y nombró, ignorando la potestad regia, como nuevo canciller a Pere Pau. La reacción inmediata del monarca fue reponer por la fuerza a Granollachs como canciller. Pero la guerra civil en el seno de la comunidad universitaria barcelonesa continuó y dos años después, en Septiembre de 1405, el soberano se veía obligado a nombrar como árbitro de la disputa a un deán de Tortosa. Como ha señalado Salvador Claramunt, ‘lo cierto es que esta medida demuestra un cierto cansancio del rey respecto a una institución por la que tanto había luchado’187.

Estas querellas intestinas unidas a la cerrada oposición tanto de las cofradías de médicos y cirujanos de la ciudad, como del propio Consell de Cent de la Ciudad que en Octubre de 1408 volvió a rechazar otra propuesta del soberano para fundar un Studium generalis que ampliara el de Medicina y Artes188, provocaron que finalmente el Rey Martín tuviera que abandonar el proyecto de Studium generalis harto de tanto obstáculo interno y externo. Solo Alfonso el Magnánimo conseguiría vencer definitivamente esas resistencias en Septiembre de 1450, cuando el propio Consell de Cent solicitara al monarca la fundación de un Studium generalis mediante la fusión del Estudi de Medicina fundado por Martín el Humano y la escuela catedralicia189.


La oratoria y los reyes

  En la tradición parlamentaria de la Corona de Aragón resultaba preceptivo que el soberano abriera las sesiones de las Corts con una proposicio, una suerte de discurso de apertura. Significativamente, estos discursos regios a las Cortes no eran en ningún modo los previsibles balances de la situación política o una aséptica enumeración de asuntos a abordar. De hecho, eran auténticos “sermones políticos” donde los monarcas catalano-aragoneses se servían de diversos exempla moralizantes extraídos de la Biblia y de autores clásicos y medievales para proyectar su propia visión del rumbo que debían tomar sus reinos190.

Un ejemplo señalado de estos sermones políticos regios lo encontramos en la proposicio de Pedro IV el Ceremonioso dirigida en las cortes de Valencia de 1369 contra la rebelión sarda del Juez de Arborea. Una copia manuscrita por la propia mano del Rey de este discurso sobrevive191 y ha llevado a Suzanne Cawsey a preguntarse por el grado de autoría personal que estos sermones políticos tenían. ¿Se trataba de mera propaganda compuesta por oficiales regios para ser leída por el soberano o reflejaba un pensamiento personal?192.

Cawsey apunta que el manuscrito autógrafo de la proposició petrina contiene correcciones de estilo y anotaciones al margen realizadas por el propio Pedro IV en su inconfundible caligrafía193, lo que implica necesariamente que el monarca trabajaba sobre el texto que iba a leer antes de pronunciar su discurso194.


También se conservan las notas manuscritas que indican un trabajo preparatorio similar por parte de Juan I para su proposició a las Cortes de Monzón de 1388, pero este discurso “difícilmente” se puede comparar con los de su padre195. Sí que alcanzó una altura similar su otro hijo, Martín I. En efecto, en el año 1406 las cortes catalanas fueron convocadas por Martín éste en Perpiñán y, siguiendo la tradición oratoria regia iniciada por su padre, el Rey hizo una exhibición de recursos retóricos en un vibrante discurso (conocido como la proposició de Perpinyà) a los parlamentarios allí reunidos plagado no solo de referencias a la historia de sus antepasados extraídas del Llibre del Feyts, la Crònica de Muntaner o la de Pedro IV, sino también de citas eruditas sacadas de un sinfín de autores clásicos, entre los que se contaban Homero, Valerio Máximo, Horacio, Ovidio, Virgilio, Tito Livio, Suetonio, Cicerón, Julio César, Sedulio, Pompeyo Trogo, Julio Frontino y Lucano196.

El tono clásico del discurso del Rey en Perpiñán quizá pueda colegirse de una carta que envió en el año 1397 al Consell de Valencia en la que comparaba la lucha de los valencianos contra los moros con la sostenida por la ciudad de Sagunto en la Segunda Guerra Púnica contra otros africanos, los Cartagineses: "Vosaltres combateu contra’ls descendents d’aquells africans". Se trataba, por tanto, de una acalorada exhortación al combate contra el Islam trufada de exempla de personajes de la antigua Roma republicana como Curcio o Marco Atilio, personajes probablemente por completo desconocidos para el común de los consellers valencianos197.


En definitiva, podemos concluir este trabajo con la atinada reflexión que hace Suzanne Cawsey al analizar las implicaciones de los sermones políticos de los reyes de Aragón en el siglo XIV: ‘son un potente indicio de que en Aragón (...) la propaganda regia no era, como en la Francia contemporánea, producida por legistas y eclesiásticos, sino por el propio Rey’198.

Sin entrar en matizaciones, ya que quizá este juicio no sea del todo exacto si tomamos como referencia el reinado del incomparable Carlos V el Sabio de Francia, lo cierto es que no cabe mejor balance de dos siglos de reyes sabios en la Corona de Aragón si se tiene en cuenta la extraordinaria pujanza cultural y política de la monarquía francesa en este período. Los condes-reyes de Aragón del Casal de Barcelona fueron, sin duda, un anticipo del renacimiento, siendo su sucesor “castellano”, Alfonso V el Magnánimo, un digno émulo de sus políticas y sus inquietudes.










1                Vid. H. Finke, “Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art en els segles XIII y XIV”, 66-79.
2               Para una aproximación al papel cultural de los Hohenstaufen, cf. D. Abulafia, Frederick II, A Medieval Emperor, 247-286. En torno al papel sapiencial de los Plantagenet, cf. M. Aurell, The Plantagenet Empire 1154-1224, pp. 94 y ss.
3               Vid. M. A. Rodríguez de la Peña, Los reyes sabios. Cultura y poder en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media.
4               Para el caso paralelo de Alfonso el Sabio, vid. D. Gregorio, “Alfonso X de Castilla, o la sabiduría como herramienta del poder”, 61-76 y, sobre todo, A. Rucquoi, “El Rey Sabio: cultura y poder en la monarquía medieval castellana”, 77-87.
5               La presencia en la corte aragonesa de exiliados gibelinos que habían servido a los Hohenstau- fen como el dignatario Ricardo Filangeri, el jurista Enrique de Isernia o Juan de Prócida (médico personal de Federico II y luego canciller del Rey Manfredo y del propio Pedro III) tuvo segura- mente que tener consecuencias en el orden de la recepción de las ideas políticas (S. Runciman, Vísperas Sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII, 200-203; y H. Wieruszowski, “La corte di Pietro d’Aragona e i precedenti dell’Impresa Siciliana”, primera parte, 142-146).
6               Curós de servar, saber e tractar, en aquell més que negun altre senyor, per lo gran enteniment e per lo gran compliment de tot bé que en ell és, e per so com sab e entén que’l saber és .i. dels majors béns que Déu ha donar a les gents (Jafudà Bonsenyor, Llíbre de parallles e díts de savis e filosofs, 1; J. Arrizabalaga, “Les universitats”, vol. 1, 373).
7               También tradujo para el Rey Jaime al catalán un tratado de medicina del padre de la cirugía árabe, el andalusí Albucasis (E. Balaguer, Arnau de Vilanova, 17).
8               E açó, si guardam los grans fets qui són estats en lo regne d’Aragó en temps nostre, com així com altre David (Crònica de Pere el Cerimoniós, 1003-1004); F. Alchalabi, “A Chronicler King: Rewriting History and the Quest for Image in the Catalan Chronicle of Peter III (1319-1336/1387)”, 179.
9               Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 74, n. 3.
10            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 74, n. 4: este autor pone como ejemplo el texto de la carta de donación de su biblioteca al monasterio de Poblet (A. Rubió i Lluch, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, doc. 331).
11            Alchalabi, A Chronicler King, 189.
12         Colección de documentos inéditos del Archivo de la Corona de Aragón, VI, 4, 69 (apud Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 66).
13       Vid. M.A. Ryan, “To Condemn a King: The Dream of Bernat Metge and King Joan’s Ties with the Occult”, 156-184.
14            Jerónimo Zurita, Anales de Aragón, X, 43, vol. IV, 729-30.
15           “A part of troubadour society” (L. Paterson, “Great Court Festivals in the South of France and Catalonia in the Twelfth and Thirteenth Centuries”, 213).
16             I. De Riquer, “Presencia trovadoresca en la Coronade Aragón”, 934.
17            I. Cluzel, “Princes et troubadours de la maison royale de Barcelone-Aragon”, 321.
18            S. Guida, “Pietro il Catolico ed i Trovatori”, 231.
19            Guida, Pietro il Catolico ed i Trovatori, p. 239.
20            M. De Riquer, Los Trovadores. Historia literaria y textos, 567.
21            De Riquer, Los Trovadores, 566; vid. J. E. Ruiz Domènec, “Alfons, Rei i trovador”, 7-11.
22            De Riquer, Presencia trovadoresca en la Corona de Aragón, 936.
23            De Riquer, Los Trovadores, 566; vid. el artículo de este mismo autor, “La littérature provençale à la tour d’Alphonse d’ Aragon”, 177-201.
24            Para una enumeración, cf. Cluzel, Princes et troubadours, 325-328.
25            De Riquer, Los Trovadores, 584.
26            De Riquer, Los Trovadores, 683.
27            Cluzel, Princes et troubadours, 329; De Riquer, Los Trovadores, 568.
28            De Riquer, Los Trovadores, 571. Milá y Fontanals supuso, equivocadamente, que el Rey que debate en esta tensó era Pedro II el Católico; Kolsen demostró que se trataba de Alfonso II, lo que ha sido admitido sin discusión, entre otros por William Pattison y Martín De Riquer.
29            Guida, Pietro il Catolico ed i Trovatori, 224.
30            S. Asperti, “I trovattori e la Corona d’Aragona. Riflessioni per una cronologia di referimento”, 15.
31            Guida, Pietro il Catolico ed i Trovatori, 231.
32            Guida, Pietro il Catolico ed i Trovatori, 234.
33            Guida, Pietro il Catolico ed i Trovatori, 237.
34            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 71.
35            De Riquer, Los Trovadores, 1560.
36            Vid. M. De Riquer, “Un trovador valenciano: Pedro el Grande de Aragón”, 291-311.
37            Cerverí de Gerona, Si cel que ditz entre saig e jutglar, VI; apud De Riquer, Los Trovadores, poesía 334, 1585.
38            De Riquer, Los Trovadores, 1590.
39            De Riquer, Los Trovadores, 1590-91.
40            De Riquer, Los Trovadores, 1592.
41            De Riquer, Los Trovadores, 1592.
42            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 68.
43         Publicado en la Revue des langues romanes, 31, 289; Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab laliteratura, la ciencia y l’art, 68.
44            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 67
45            Ramón Muntaner, Crònica, c. 297: Lo senyor infant en Pere, ab dos nobles qui ab ell se tenien per la ma, e ell el mig, vench primerament cantant una dança novella que ell hach feyta (Finke, Re- lacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 70; Cluzel, Princes et troubadours, 363). Este sirventés desgraciadamente se ha perdido.
46        Lo qual és molt graciós e savi senyor, e el plus subtil que señor qui e’l món sia tan jove (Ramón Muntaner, Crònica, c. 291).
47            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 70.
48            De Riquer, Los Trovadores, p. 1687.
49            Federico III de Sicilia, Ges per guerra no’m chal aver consir, 9-12; apud De Riquer, Los Trova- dores, poesía 361, 1689.
50            De Riquer, Los Trovadores, 1687.
51            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 70-71.
52            Cluzel, Princes et troubadours, 364.
53            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 71.
54            Jerónimo Zurita, Anales de Aragón, X, 43, vol. IV, 729-30.
55          A. Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, docs. 266 y 267; Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 71.
56            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 71; vid. F. Pedrell, “Jean I d`Aragon compositeur de musique”, 229-240.
57             Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 71.
58            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 69.
59            Tantum quod homo laycus sciens ipsas, erit supereminens in intellectu omni alii layco qui non sciat: quare erit bonum quod infantes hunc adiscant ad hoc ut regnare sciant.
60            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 70.
61            A. Beauchamp, “De l’action à l’écriture: Le De Regimine Principum de l’Infant Pierre d’Aragon”, 234-235; W. Berges, Die Fürstenspiegel des hohen und späten Mittelalters, 345-348.
62            B. Palacios Martín, “El mundo de las ideas políticas en los tratados doctrinales españoles: los espejos de príncipes (1250-1350)”, 482; A. Beauchamp, De l’action à l’écriture, 265-268.
63            M. C. García Herrero, “Martín I”, 136.
64           M. J. Roy Marín y D. Navarro Bonilla, “La librería de Martín I el Humano: Aproximación metodológica para su estudio”, 1371.
65            Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, vol. I, doc. 244; M. Coll, “El Rei Martí historiador”, 217.
66            Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, vol. I, doc. 374; M. Coll, El Rei Martí historiador, loc. cit.
67            Sirva como referencia en este sentido la idea de autoría regia en Alfonso el Sabio: el Rey faze un libro, non porquél el escriva con sus manos, mas porque compone las razones dél, e las emienda e yegua e enderesça (A. G. Solalinde, “Intervención de Alfonso X en la redacción de sus obras,” 286; J. Aurell, “From Genealogies to Chronicles: The Power of the Form in Medieval Catalan Historiography”, 253).
68            Como ya dejara establecido más allá de toda duda razonable Ferrán Soldevila en su edición canónica de las cuatro grandes crónicas catalanas (Les quatre grans croniques, 36-37).
69            J. Aurell, “La chronique de Jacques Ier, une fiction autobiographique. Auteur, auctorialité et autorité au Moyen Âge”, 301; vid. L. Nicolau d’Olwer, “La Crònica del Conqueridor i els seus problemes,” 79–88.
70            E per tal que.ls hòmens coneguessen e sabessen, can (quan) hauríem passada aquesta vida mortal, ço que nós hauríem feyt ajudan-nos lo Senyor poderós, en qui és vera trinitat, leixam aquest libre per memòria. E aquells qui volran hoir de les gràcies que nostre Senyor nos ha feytes e per dar exempli a tots los altres hòmens del món, que façen ço que nós havem feyt: de metre sa fe en aquest Senyor que és tant poderós (Llibre dels Feits, I, vol. 2, 7; Aurell, From Genealogies to Chronicles, 252).
71            Aurell, From Genealogies to Chronicles, 252; vid. D. J. Smith, “James I and God. Legitimacy, Protection and Consolation in the Llibre dels Fets”, 105-119, y R. I. Burns, “The Spiritual Life of James I the Conqueror, king of Aragon-Catalonia, 1208-1276: portrait and self-portrait”, 328 y ss.
72            Smith, James I and God, 109. El que un monarca con una vida privada tan cuestionable como la de Jaime el Conquistador alcanzara fama de santidad en el siglo XIV (sant e virtuos Rei en Jacme) tiene mucho que ver con la eficacia de la propaganda dinástica (Burns, The Spiritual Life of James I, 5).
73            Robert I. Burns sugiere que incluso pudo ser analfabeto (Burns, The Spiritual Life of James I, 5).
74            Aurell, From Genealogies to Chronicles, 253. Acaso este dictado fuera a un auditorio de caballe- ros de la corte con los escribas tomando notas (S. Asperti, “Indagini sull’ Llibre dels Feyts di Jaume I: dall’originale all’archetipo”, 271; Smith, James I and God, 108).
75            Aurell, La chronique de Jacques Ier, 305.
76            Aurell, From Genealogies to Chronicles, 253; Burns, The Spiritual Life of James I, 328.
77            T. Bisson, The Medieval Crown of Aragon, 84.
78            Carta del Rey de 1 de Abril de 1371 datada en Tortosa e instrucciones del Rey de 1375 (vid. J.  Coroleu, “Descubrimiento del verdadero autor de la Crónica de Pedro el Ceremonioso”, 530-536).
79            Para una revisión historiográfica del debate sobre la autoría, vid. la introducción de Amadeu Pagès a su edición de la Crònica (Chronique catalane de Pierre IV d’Aragon, III de Catalogne) y R. Gubern i Domenech, “Notes sobre la redacció de la Crònica de Pere el Cerimoniós”, 135-148.
80            Gubern, Notes sobre la redacció de la Crònica de Pere el Cerimoniós, 146.
81            Alchalabi, A Chronicler King, 178.
82            H. J. Chaytor, A History of Aragon and Catalonia, 270.
83            The Chronicle of San Juan de la Peña: A Fourteenth Century Official History of the Crown of Aragon, xiv.
84            Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, 143 y 169; Gubern, Notes sobre la redacció de la Crònica de Pere el Cerimoniós, 136.
85            M. y J. N. Hillgarth, eds., Pere III of Catalonia. Chronicle, Toronto, 1980, vol. 1, pp. 53–64; Gubern, Notes sobre la redacció de la Crònica de Pere el Cerimoniós, 141.
86            En concreto, el título II, ley 5 de la Segunda Partida queda reflejada en la tercera llei del Tractat de Cavalleria (P. Bohigas, “Nota sobre el Tractat de Cavalleria del Rei Pere III”, 150)..
87            P. Bohigas, Nota sobre el Tractat de Cavalleria, 151.
88            E. Balaguer, “Arnau de Vilanova. La medicina, la ciencia y la técnica en tiempos de Jaime II”, 16.
89            Balaguer, Arnau de Vilanova, 17; vid. L. García Ballester, “La ciencia en Valencia después de la conquista”, 239-254.
90            Balaguer, Arnau de Vilanova, 16.
91            Balaguer, Arnau de Vilanova, 20.
92      S. Giralt Soler, Decus Arnaldi, Estudis entorn dels escrits de medicina pràctica, l’occultisme i la pervivencia del corpus atribuït a Arnau de Vilanova, 116-117; vid. O. Casassas i Simó, “La molt honorable sanitat de Jaume II”, 13-26 y J. Carreras Artau, Relaciones de Arnau de Vilanova con los reyes de la Casa de Aragón.
93            E. García Sánchez, “Traducciones catalanas de textos científicos andalusíes en la Corona de Aragón”, 385.
94            E. García Sánchez, Traducciones catalanas de textos científicos andalusíes, 387-388.
95            García Sánchez, Traducciones catalanas de textos científicos andalusíes, 387.
96            García Sánchez, Traducciones catalanas de textos científicos andalusíes, 388.
97            Jerónimo Zurita, Anales de Aragón, X, 43, vol. 4, 713.
98            Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 73.
99            Tablas de las que hay versiones latina, catalana y hebraica (E. García Sánchez, Traducciones catalanas de textos científicos andalusíes, p. 389; vid. J. M. Millás Villacrosa, “En torno de las tablas astronómicas del Rey Pedro IV de Aragón”, 279-285).
100         M. A. Ryan, A Kingdom of Stargazers. Astrology and Authority in the Late Medieval Crown of Aragon, 105-123; L. Cifuentes, La ciencia en català a l’Edat Mitjana i el Renaixement, 207-220.
101         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 78.
102         Cluzel, Princes et troubadours, 362, n. 1.
103         Ryan, A Kingdom of Stargazers, 115-123.
104         Ryan, A Kingdom of Stargazers, 126-133.
105         Ryan, A Kingdom of Stargazers, 154-159.
106         J. M. Monsalvo Antón, La Baja Edad Media en los siglos XIV-XV. Política y cultura, 187.
107         I. Beceiro Pita, “Temas y tipos de lectura entre los sectores laicos de la Península Ibérica (ss. XIII-XV)”, 12.
108         Vid. J. Aurell y A. Puigarnau, La cultura del mercader en la Barcelona del siglo XV.
109         J. Hernando i Delgado, “Una biblioteca privada pluridisciplinar del segle XIV. La bibliotecadel jurista Ramón Vinader (m. 1351)”, 11.
110         Monsalvo, La Baja Edad Media en los siglos XIV-XV, 191; vid. C. Battle, “Las bibliotecas de los ciudadanos de Barcelona en el siglo XV”, 15-31.
111         Beceiro, Temas y tipos de lectura, 12.
112         A. Canellas, “Bibliotecas medievales hispanas”, 265.
113         Beceiro, Temas y tipos de lectura, 16.
114         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 75.
115         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 75.
116         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 75.
117         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 78.
118         Cifuentes, La ciencia en català, 40 y 46.
119         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 79.
120         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 76.
121         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 76-77.
122         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 78.
123         Canellas, Bibliotecas medievales hispanas, 265.
124         P. Bohigas, El libro español. Ensayo histórico, 134; A. Antelo Iglesias, “Las bibliotecas del Otoño medieval. Con especial referencia a las de Castilla en el siglo XV”, 291. Antes, en 1376, el monarca había hecho construir un scriptorium sobre la cámara del consejo del Palau major de Barcelona para que le sirviera de estudio a él y a sus copistas y cronistas (Gubern, Notes sobre la redacció de la Crònica de Pere el Cerimoniós, 142).
125         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, doc. 331; Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 76.
126         Vid. Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval.
127         El Guiron el Cortès, carta de 31 de Agosto de 1383 ( J. Vielliard, “Nouveaux documents sur la culture catalane au Moyen Age”, 31; Coll, El Rei Martí historiador, 217; M. Miquel Juan, “Martín I y la aparición del Gótico internacional en el Reino de Valencia”, 786, n. 17).
128         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, doc. 419; Coll, El Rei Martí historiador, 217.
129         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 76.
130         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, docs. 259, 283, 317 331 y 403; Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 76, n. 1.
131          Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, 307; Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 786; Vielliard, Nouveaux documents sur la culture catalane au Moyen Age, 31. Violante de Bar, que también era una gran amante de los libros, recibió de su tío un ejemplar del Roman de la Rose (carta del 8 de Marzo de 1383 (Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 786, n. 17). Sobre la bibliofilia de Violante de Bar, vid. I. De Riquer, “Los libros de Violante de Bar”, Las sabias mujeres: educación, saber y autoría (siglos III-XVII), 161-174.
132         Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 786, n. 18; J. Planas Badenas, El esplendor del gótico catalán. La miniatura a comienzos del siglo XV, 23.
133         Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 786, n. 18.
134         Carta de 26 de Marzo de 1386 (Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 786, n. 17). La reina Violante también recibió en préstamo del conde de Foix un libro de Guillem Machault.
135         M. J. Roy y D. Navarro, La librería de Martín I el Humano, 1371; A. Canellas y J. Trenchs, “Martín I y la cultura”, Cancillería y Cultura. La cultura de los escribanos y notarios de la Corona de Aragón (1344-1479), 71-73.
136         Publicado por J. Massó i Torrens, “Inventari dels béns mobles del rey Marti d’Aragó”, 413-590.
137         Roy y Navarro, La librería de Martín I el Humano, 1372 y 1381. El propio monarca había ordenado un inventario de sus libros en 1399, pero éste se ha perdido. Ahora bien, se tiene noticia de seis libros de la biblioteca no inventariados en 1410, seis libros que fueron vendidos en Febrero de 1421: la traducción del Corán al catalán realizada por fray Jaume Domenech por encargo de Pedro IV, dos biblias, el Libro de los Ángeles de Francesc de Eiximenis, el De Bello Iudaico de Flavio Josefo y el Compendi Istorial, una crónica universal en catalán ordenada compilar por Pedro IV para su hijo Martín cuando aún era niño (vid. J. Miret i Sans, “Venda de llibres del Rey Martí en 1421”, 199-220).
138         Roy y Navarro, La librería de Martín I el Humano, 1374.
139         M. A. Rodríguez de la Peña, “Los reyes bibliófilos: bibliotecas, cultura escrita y poder en el Occidente medieval”, 147-170.
140         Roy y Navarro, La librería de Martín I el Humano, 1377.
141         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, doc. 509; Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 77.
142         Monsalvo, La Baja Edad Media en los siglos XIV-XV, 192.
143         Carta del 16 de Octubre de 1399 (Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig- eval, doc. 468; Coll, El Rei Martí historiador, 217).
144         Carta del 6 de Julio de 1407; Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, II, 388; Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 786.
145         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, docs. 340 y 467; Coll, El Rei Martí historiador, 217.
146         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, doc. 498; Coll, El Rei Martí historiador, 218.
147         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, 431; Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 787.
148         A.C.A., C, reg. 2252, ff. 65 v. 66 r. (M. T. Ferrer i Mallol, “Un aragonés consejero de Juan I y de Martín el Humano: Francisco de Aranda”, 544).
149         Ms. Rothschild 2529, BN de París; Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 787. En este Breviario el Rey hizo insertar los obituarios de trece personajes de su familia con todo tipo de detalles biográficos (Coll, El Rei Martí historiador, 5).
150         Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, doc. 380; Miquel Juan, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 784.
151         Para esta conjetura, cf. Coll, El Rei Martí historiador, 218, n. 22.
152         Roy y Navarro, La librería de Martín I el Humano, 1380-81; Beceiro, Temas y tipos de lectura, 15; Coll, El Rei Martí historiador, 218-19.
153         Roy y Navarro, La librería de Martín I el Humano, 1380. Por otro lado, cabe consignar que el Rey Martín profundizó en las reformas de la cancillería iniciadas por su padre con las Ordina- cions de la Casa y Cort de 1348. Ampliando las disposiciones de Pedro el Ceremonioso, Martín el Humano creó una oficina de copistas, racionalizó la estructura del archivo de la Corona y creó el cargo de archivero real (Canellas y Trenchs, Cancillería y Cultura, 15-27).
154         Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 79-80.
155         Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 790.
156         Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 807.
157         Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 787-788; R. M. Terés i Tomás, “El Palau del rei Martí a Poblet: una obra inacabada d’Arnau Bargués i Françoi Slau”, 19-39.
158         M. C. Gómez Muntané, La música en la Casa real Catalano-Aragonesa, 1336-1442, y “Musi- que et musiciens dans les chapelles de la Maison royale d’Aragon (1336-1415)”, 159 y ss.
159         A. Descalzo, “Músicos en la corte de Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387)”, 1; F. Baldelló, “La música en la Casa de los reyes de Aragón”, 37-51.
160          Como el provenzal Colinet o el alemán Eberling.
161         J. Carreras, “La música en la cort de Johan I”, 81. En este sentido, también cabe destacar la figura del gran músico Jacomi de Senleches que trabajó para Juan el Cazador y Martín el Humano entre 1372 y 1404 (H. Anglès, “El músic Jacomi al servei de Joan I i Martí I durant els anys 1372- 1404”, 617 y ss).
162         Carta al obispo de Lérida de 4 de Septiembre de 1406 (Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, II, 384); Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 785); vid. F. Español, “Ecos aviñoneses en la Corona de Aragón: la Capilla de los Ángeles del Palacio Papal”, 58-68.
163          M. De Riquer, Historia de la Literatura catalana, 450.
164         Carta del monarca fechada el 28 de Abril de 1398 (Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 784).
165         Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 784.
166         J. Butiñà Jiménez, “El humanismo catalán”, 29.
167         Butiñà, El humanismo catalán, 30.
168         Butiñà, El humanismo catalán, 30; vid. J. De Puig i Oliver, “Notes sobre Bernat Metge i la filosofia”, 215-229 y P. Santonja, “L’humanisme i el tema de la immortalitat en el primer llibre de Lo somni de Bernat Metge”, 135-147.
169         Butiñà, El humanismo catalán, 30.
170         Miquel, Martín I y la aparición del Gótico internacional, 783.
171         Coll, El Rei Martí historiador, 220-224
172         Canellas y Trenchs, Cancillería y Cultura, 63; Miquel, Martín I y la aparición del Gótico in- ternacional, 784.
173     Esta relación de mecenazgo quedaría demostrada por una carta del propio monarca a los jurats de Morella fechada el 20 de Mayo de 1405 (C. J. Wittlin, “Sens lima e correcció de pus dols estill. Fra Nicolau Quilis traduint el Llibre De Officiis de Ciceró” , 129-130).
174         Política similar a la seguida antes por otros monarcas fundadores de universidades en Europa. Repárese en las figuras del emperador Federico II (Nápoles), Alfonso VIII de Castilla (Palencia), Alfonso IX de León y Alfonso X de Castilla (Salamanca), Dionís de Portugal (Coimbra), Carlos IV de Bohemia (Praga), Casimiro III de Polonia (Cracovia), Eduardo II y III de Inglaterra (colle- ges en Cambridge), Enrique VI de Inglaterra (King’s College en Cambridge).
175         L. García Ballester y J. Arrizabalaga, “El Regiment de Jacme d’Agramont y el Estudi de medi- cina de Lleida”, 20.
176         Al serle vendida la ciudad a Felipe VI por Jaime III de Mallorca.
177         Arrizabalaga, Les universitats, 376-377.
178         Financiados por Jaime II según consta en un documento de 1297 (S. Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 737).
179         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 735-745.
180         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 744.
181         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 737.
182         Cabe señalar en este sentido que el Consell de Cent ya se había opuesto con éxito en 1377 al proyecto de trasladar la Universidad de Lérida a Barcelona.
183         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 738-739.
184         A pesar de que algún cronista asegura que la bula pontificia se expidió el 2 de Mayo de 1400, lo cierto es que tal documento, de haber existido, no se conserva (Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 739).
185         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 739.
186         ‘El rey Martín desea favorecer el Estudio de Medicina recientemente fundado en su feliz y sabia ciudad de Barcelona, con el concurso de algunos maestros en las Artes Liberales sin las cuales es casi inútil el estudio de la medicina, a fin de que sea fuente que riegue y fecunde los corazones de los que quieran alcanzar los dones de la ciencia médica para honor de la época y gloria y salud perpetua de sus súbditos, y en la ciudad la tierra produzca gran abundancia de capaces maestros’ (A.C.A., reg. 2197, 165; en Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, loc. cit.).
187         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 743.
188         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 743-44.
189         Claramunt, “La política universitaria de Martín el Humano”, 741.
190         S. F. Cawsey, “King Pedro IV of Aragon, royal propaganda and the tradition of royal spee- chwriting”, 357; ver también su obra Kingship and Propaganda: Royal Eloquence and the Crown of Aragon, c. 1200–1450.
191         R. Albert y J. Gassot, Parlaments a les Corts Catalanes, 33-42. Transcripción del documento en Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig-eval, I, doc. 229. Una carta del pro- pio Rey a su archivero datada el 20 de Junio de ese mismo año 1369 confirma que el manuscrito del discurso fue escrito por su propia mano (Cawsey, King Pedro IV of Aragon, royal propaganda, 358; Albert y Gassot, Parlaments a les Corts Catalanes, 254-255).
192         Cawsey, King Pedro IV of Aragon, royal propaganda, 357.
193         Cawsey, King Pedro IV of Aragon, royal propaganda, 358.
194         Cawsey, King Pedro IV of Aragon, royal propaganda, 359.
195         Cawsey, King Pedro IV of Aragon, royal propaganda, 365.
196         Además de autores de la Antigüedad Tardía como Paulo Orosio o Eutropio y diversos libros del Antiguo Testamento (Chaytor, A History of Aragon and Catalonia, 261; Albert y Gassot, Parlaments a les Corts Catalanes, 58; Coll, El Rei Martí historiador, 221-222). En otro discurso, pronunciado ante las Cortes de Barcelona de 1408, el soberano también recogía citas de Valerio Máximo y la Crónica de Pedro el Ceremonioso. Por otra parte, existen numerosas evidencias que apuntan a que el Rey Martín, al igual que su padre, preparaba personalmente sus discursos recopilando materiales. Por ejemplo, el 3 de Enero de 1398 solicitaba del archivo el libro donde estaban transcritos todos los discursos de su padre. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que sus secretarios, Bernat Metge y Guillem Ponç, no le ayudaran (Cawsey, King Pedro IV of Aragon, royal propaganda, 365).
197         Carta de 9 de Noviembre de 1397 (Rubió, Documents per l’historia de la cultura catalana mig eval, I, docs. 339, 429 y 437; Finke, Relacions deis Reys d’Aragó ab la literatura, la ciencia y l’art, 77; Coll, El Rei Martí historiador, 222-223).1                

198          Cawsey, King Pedro IV of Aragon, royal propaganda, 365. 



Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña
Universidad CEU San Pablo
Revista Chilena de Estudios Medievales
Número 2, julio-diciembre 2012, 81-120




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X.M.C.  1/2020



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