EL CONVENTO DE SAN FRANCISCO DE ASÍS DE BARCELONA (FRA MENORS)

 


Las Casas de religiosos en Cataluña durante el primer tercio del siglo XIX
Cayetano Barraquer i Roviralta (1839-1922)

Capítulo séptimo - Franciscos . Pàg. 433-480
1906


L
e llega su vez en el presente capitulo a la muy extendida orden franciscana, (...) la que en número de conventos superaba a todas las demás en el Principado, pues contaba aquí hasta treinta y dos casas, Sin embargo, a pesar del crecido número de conventos, la unidad de plan en la construcción de los más de ellos simplificará en gran manera mi tarea de describirlos. Diferenciábanse sustancialmente en los restantes del Grande de Barcelona y el de Gerona, los cuales sobrepujaban a los demás por la grandiosidad y magnificencia, y por el corte de su edificación; circunstancia debida a que éstos fueron levantados por la rama franciscana llamada conventual, que poseía rentas mientras los más de los restantes procedían de los franciscos observantes, que carecían de ellas. Tres casas de la Orden seráfica sostenían el territorio municipal de Barcelona, a saber, la mayor, conocida antiguamente por “Lo monastir de fra menors”, después vulgarmente por “Lo convent gran de San Francesch” y en el idioma oficial por “San Francesch”, o sea San Francisco de Asís; el colegio de San Buenaventura, y finalmente el convento de Jesús extramuros de la ciudad. 

Y no sin razón dábale el vulgo al primero el apellido de grande, pues indudablemente era la mayor de las casas franciscanas, y aun de todas las regulares, de nuestra población. De E. a O. extendíase desde mitad de la plaza del Duque de Medinaceli, llamada antiguamente de las barcas y después de fra menors, hasta frente el Banco de Barcelona; y de N. a S., desde la calle a la que una pieza de este convento dio el nombre de Dormitorio de San Francisco, hasta la primera línea de palmeras del paseo de Colón, en los últimos años terraplén de la muralla del mar. Ocupaba la parte Oriental el espacioso templo, extendido desde frente la boca de la calle Nueva de San Francisco hasta la indicada muralla, la Occidental la no muy grande huerta, y el centro el convento distribuido en tres claustros alineados de E. a O. y un claustrito que caía al S. de la edificación.





Ésta en su esquina propiamente N. tenía un patio o atrio, que, formando ángulo, corría por ante el frontis de la iglesia y parte de su lado oriental. Dos puertas de la cerca franqueaban paso a él desde la calle, una exactamente frente la nombrada calle Nueva, otra llamada del Beato Salvador en la cara de la plaza, a cuyo lado la misma cerca sostenía en la parte exterior una fuente pública. Después del patio lateral, desde allí caminando por junto al edificio hacia el mar, se hallaba a pocos pasos la puerta lateral del templo, llamada de San Antonio, y más allá la rampa de subida a la muralla. En el ángulo oriental, en forma redondeada que esta cuesta formaba con la muralla, alojaba el edificio un cuerpo de guardia de la guarnición, el cual databa del año 1800.


   Hasta 1697, en la plaza, entre la fuente y la puerta, veíase arrimado a la pared, el sepulcro del almirante Marquet, cuya piedad edificó el presbiterio de este templo y cuyos sucesores son los condes de Santa Coloma. Constaba del sarcófago, elevado por cuatro columnas algo más de un metro sobre la tierra, cobijado bajo una bóveda y dotado de una sepultura de familia a su pie. El indicado año una bomba francesa lo aniquiló.



Superada la indicada rampa que subía a la muralla del mar, y doblado el ángulo romo del edificio que contenía el cuerpo de guardia, dirigiéndose el visitante hacia Montjuich por sobre la muralla, dejaba a su derecha primero el ábside del templo, luego una pared de cerca de dos metros cincuenta a tres de altura, privada de toda abertura, tras de la cual había una como calle interior del convento, llamada aquí androna, que la separaba de él; y finalmente la huerta de éste. Llegado el visitante al fin de la muralla, revolvía hacia tierra y descendía del terraplén por otra rampa que conducía al cabo inferior de la Rambla. Revolviendo otra vez a Oriente por la calle del Dormitorio, encontrábase a la derecha primero el mentado huerto, luego otra cerca y androna, tras la que se levantaba el ala N. del convento, y en la que se abría la puerta de los carros, y finalmente el brazo de edificio que contenía la portería, y otra vez la cerca del patio de ante el templo.


Muralla de mar Mar y ábside del convento de San Francisco de Asís, 1830-1860
Joaquín Mosterini - AHCB

Por la puerta fronteriza a la calle Nueva de San Francisco, entrado el visitante en el patio, hallaba a su derecha la del convento, gótica, del siglo XV, coronada con un nicho con San Nicolás de Bari, imagen de escultura de unos 60 centímetros. Además, estaba adornada la puerta de una hermosa lápida mortuoria, de mármol, con figuras e inscripción del siglo XIV a la izquierda, y un arca también de mármol de igual siglo a la derecha. Al frente del visitante erguíase la fachada de los pies del templo, cuya humilde puerta principal, llamada de San Nicolás, pero ennoblecida con una lápida de mármol del siglo XIV a cada lado, ocultábase tras historiado cancel exterior; y cuyo rosetón de lo alto brillaba por su magnitud y afiligranados calados ojivales.

Cruzado el cancel aparecía la «nave de la iglesia, (la cual) tenía muy buenas proporciones, y se presentaba desahogada, a pesar de bajarse a ella por unos cuantos escalones», afeando sin embargo sus primitivas líneas ojivales muchas otras de gustos posteriores, la extraordinaria variedad de sus capillas y el encalado de los muros y bóvedas. Éstas conservaban la primitiva forma gótica y estaban divididas en ocho compartimientos con aristones cruzados en cada uno de ellos y clave central. De éstas la que cobijaba al presbiterio ostentaba en su orla las armas de los Marquet, la siguiente las de los Moneada, la tercera las de Cervelló, la cuarta las de Rajols y Valls, la quinta las de Escala de Valencia, la sexta las de Espuny, la séptima las de Fivaller, y la octava, que cerraba el compartimiento contiguo a la fachada, las de la Ciudad, todas ellas testimonios fehacientes de quienes sufragaron la construcción de cada compartimiento. No sin razón el arquitecto Mestre califica de proporcionada y desahogada esta nave, pues medía 58 metros de longitud y 13'90 de anchura. Testigos hubo que me la compararon con la del Pino; todos me ponderaron su magnificencia y grandiosidad, y el señor Pi y Arimón la llama «elevada y espaciosa, cuya traza podía dignamente compararse con las del mismo tipo que ostenta Barcelona». «En el lado izquierdo (del Evangelio) tenía las capillas muy grandes; más en el derecho eran de poca profundidad, con tribuna o galería corrida encima, que pasaba a ser salediza (colocada en el exterior del muro á guisa de balcón) en el lado opuesto», y circuía todo el templo. En el mismo lado del Evangelio, donde, según lo copiado, las capillas tenían mayor profundidad, la galería daba vista tanto al templo cuanto a la capilla, y en todo el circuito de aquél se hallaba esta galería velada por celosías doradas de listones en cuadrícula. Terminaba en el fondo la gran nave por el inmenso retablo mayor, pero por los costados de él, hasta darle vuelta por su detrás, introducíase un paso, o deambulatorio, provisto de capillas radiales en el lado exterior, a semejanza de nuestra catedral.

«El coro, colocado sobre la puerta principal, era precioso y bien iluminado, y hubo un tiempo en que ostentaba rica sillería», y hasta el postrero varios lienzos al óleo con sus marcos. «En este trienio (1703 a 1711) el M. R. P. Prval. a expensas de la Provincia formó en el coro las celosías con gravedura y escultura fabricadas hermosamente deshaciendo un tabique que había, formó un Atril majestuoso con un Santo Christo admirable, y puso la Reyna Santísima en el medio de la sillería del coro, obra toda muy famosa». «Siendo el P. Fr. Jaime Janer Maestro de Novicios, el año 1716 comenzó a adornar y componer la sillería del coro con unos medios cuerpos de Santos y Santas de la Orden en cada silla, los que se concluyeron en el año de 1724. Viendo que había salido la obra a gusto, y solamente faltaba dorar dichos Santos, para que del todo fuese sin segundo en hermosura dicho coro, dio este año, 1726, principió a dorar dichos Santos elP.Fr. Joseph Corominas, maestro de Novicios; y el Rdo. P. Guardián doró cinco por su parte». «A los 3 de octubres de 1727 se dio fin a la obra y sillería del coro... que doró el P. Guardián seis Santos, y el P. Fray Narciso Brell Maestro de Novicios hizo dorar 16 santos. A las diligencias de los dichos quedó el coro que no se hallara otro en toda la Corona». A tal coro no le faltaba su buena colección de libros de rezo y canto, muchos de ellos antiguos y restaurados, de los cuales teje circunstanciada reseña el P. Comes, cuyas son las palabras anteriores. Las del arquitecto D. José Oriol Mestres, muerto estos últimos años, arriba transcritas, en las que se expresa que la rica sillería fue de otro tiempo, indican que la descrita por el P. Comes no llegó al 1835; pero la paz religiosa y civil que gozó Barcelona desde 1727, en que aquélla se fabricó, hasta la guerra de la Independencia, y el silencio de los cronistas de la casa respecto a detrimentos, incendios, cambios y demás desgracias, no dejan duda de que esta sillería vio en su iglesia a las tropas napoleónicas.





«Por los años de 1739..., prosiguiendo la Guardianía del P. Font, concertóse el Retablo Mayor deshaciendo el viejo, formando el nuevo a la moderna... Dióse principio a dorar el Retablo mayor a los siete de febrero de 1742 con la obligación dentro el año de estar concluido». Con el año de esta obra queda enunciado su estilo. Mi buen amigo y tocayo Cornet y Mas, quien cuando niño concurría con harta frecuencia a este templo, me describía el retablo diciéndome que guardaba extremada semejanza con el de San Antonio Abad de Villanueva y Geltrú. Constaba de un ancho pedestal por lado, sobre el que se erguían dos grandes columnas también por lado, con San Francisco de Asís en un intercolumnio y Santo Domingo en el otro. Por encima de cada par de columnas corría anchísima cornisa; de la cornisa de un lado a la del opuesto pasaba un gran arco por el estilo del de San Justo y Pastor de esta ciudad; y sobre todo esto había un plano o plafón con un nicho con San Nicolás. Terminaba en lo alto por una cornisa horizontal y un remate en el centro. El grande arco cobijaba la mesa, las gradas, el sagrario, y sobre de él el nicho o balcón de la imagen principal, que era la de la Concepción, hermosa obra salida de las entendidas manos de Ramón Amadeu en 1779, y hoy (1899) poseída por la Tercera Regla establecida en San Francisco de Paula. Todo en este retablo brillaba, sino por el gusto, por el prolijo adorno, cuyo detalle no puedo precisar; y además por la extremada grandiosidad, tal que la imagen principal, o sea de la indicada Virgen, con medir 2'28 metros mirada desde el templo, parecía de poca dimensión.

De precioso un fraile de este convento me calificaba el camarín, el cual estaba bajo el patronato de los Condes de Santa Coloma, y constaba de sala y antesala, cuyos cuatro ángulos de ésta ostentaban sendas imágenes. Su escalera, cuya entrada caía en el pasillo o deambulatorio posterior, distinguíase sin duda por desahogada y monumental, ya que en su primer rellano a mano derecha guardaba el arca mortuoria de mármol, señalada con las armas de Aragón y una cruz, de Fray Juan de Aragón, arzobispo de Càller, y Fray Poncio Carbonell; y a su izquierda la de la venerable Leonor María, Reina de Chipre, de la que abajo trataré. Al presbiterio cerraba su correspondiente verja y adornaban los lados de él dos líneas de urnas de personas reales. A juzgar por la tapa de una de ellas, que se conserva en el Museo provincial de Antigüedades de esta ciudad, eran de mármol blanco, de la longitud del cuerpo humano, a lo que parece, góticas y de no escaso mérito artístico. De las circunstancias que de ellas revela el Padre Comes y Villanueva se deduce que se hallaban levantadas en alto, formando el respaldar de un banco corrido a uno y otro lado del presbiterio con una inscripción moderna en la parte delantera y un santo pintado en la trasera. He aquí la descripción de ellas y la copia de sus epitafios que escribe el Padre Berardo Comes:

«1. Anno Domini M.CCC Vº Idibus Aprillis hoc est. Nona die obiit Iltma Domina Regina Constant i a Monfredi filia Et Uxor Serenissimi Principis Domini Petri Regnantis tempore Gallornm, Quae jacet juxta altare S. Ni col ai, in parte sinistra, cum Abitu est Sepulta anno D.M.CCC1 Primo calendas Julii. ­- Sus huesos están en la parte del Evangelio, en la cuarta arca, con su rótulo, y a las espaldas está pintada S. Francisca Viuda Romana. Y en los años de 1692, fue el Cuerpo de esta Serma. Reyna trasladado de tierra firme que estaba, y puesto en esta urna, o caja; como también los demás Cuerpos que abajo diré...».

«2. Alfonsus Rex (III) Anno Domini M.CCXCI. X V. Calendas Julii Obiit Iltmus. Dominus Alfonsus Dei Gratia Rex Aragonum, et Sepultus est cum Abitu-in Ecclessia fratrum Minorum Barchinon. juxta Altare Sancti Nicolai (el altar mayor). «Este sepulcro, o, huesos, están ahora puestos en la parte de la Epístola, con su arca, y en sus espaldas está pintado un cuadro de San Pedro Regalado, Santo de la Orden.»

«3. Omito este sepulcro porque el Rey que en él descansó, ya en antiguos siglos fue trasladado al convento de franciscos de Lérida.

«4. Jacobus. Princ. Anno Domini M.CCC. Obiit die 3 Septembris Indi tus Infans Dominus Jacobus filius Regis, Comes Urgellinien. Et sepultus est in Ecclesia fratrum Minorum Juxta Altare S. Nicolai. Y fueron sus huesos trasladados, y puestos en la caja que está a la parte del Evangelio con su retrato como los demás, y a las espaldas está el Beato Jacome de la Marca».

«5. Federico Rey (Infante). Anno Domini M.CCCXX. Pridie Calendas Au-gusti, in vltimo mensis Julii Hobiit Fredericus filius praeclarissimi Domimini Alfonsi primogeniti Ilmi. D. Jacobí Regis Aragoniae, et sepultus est in Ecclesia fratrum Minorum In Capella Slae Elisabet Barchinone. Y sus cenizas fueron trasladadas, y puestas en su arca como están en el lado del Evangelio con su retrato, y en sus espaldas tiene pintado el B. Antonio Estranconio».

«6. Omito la descripción, porque, aunque del manuscrito se desprende que el sarcófago se hallaba allí, reza la inscripción que los reales restos habían sido trasladados a San Francisco de Lérida».

«7. Petrus Rex (Infante) Anno Domini M.CCC.XXXV. D. V. Januar. Obiit Illmus D. Petrus Dei Gratia Reg. Arag. Vltim. et sepultus est in hac Ecclesia fra. Minor. Bar. prop. altar S. Nicolai, cum Abitu S. Francisci... Fueron sus cenizas puestas en el arca donde hoy está su retrato, y a las espaldas está Pintado el Vener. B. Raymundo Lluy. Doctor».

    «8. Maria Reg. Anno Domini M CCC.XXVII. die 2 Novembris. Obiit jl ma Domina Maria, fili a Regís Hyerusalem, et Sypri, Dei Gratia Regina Aragoniae et Hyerusalem, Vxor IImi Domini Regis Jacobí (II). Qui sepnltus fuit in Ecclesia fratrum Minorum Barchin. In medio Cori (antes el coro estaba en el llano de la iglesia en su centro), cum Abitu ejusdcm ordinis, in sepulcro marmóreo, et ibi mansit vsque ad a M. CCCCX et cum sepulcro fuit translata In Altari Mayori Versus Capellam S. Estephani Protomartir. Y hoy sus cenizas en la caja, y con su retrato decifra como se hallan en la mesma parte de la epístola, y en sus espaldas está pintada la Vener. M. María de Jesús de Agreda, escritora, y de singular ciencia».


«9. Sibillia Reg. Anno Domini M.CCC.LXXXVI. (murió en 1406) die XX mcnsis Novembris, Obiit Il ma Domina Sibilia Dei Gratia Regina Aragoniae, Vxor IImi. Domini Petri Regis Arago-num. Fuit sepulta in Ecclesia fratrum Minorum juxta Altare S. Nicolai in sepulcro ubi jacuerat Rex Alfonsus qui translatus fuerat in Conv.fratr. Minor. Illerdae. Fuit sepulta in Vigilia Sae Luciae, quae fuit die Dominica, Juxta Sepulcrum Regis Alfonsi filii Dñae Constantiae Reginae. Están sus cenizas al lado de la Epístola, en el arca que está pintado su retrato, y a las espaldas, el B. Juan Duns Escoto, Dr. Sutil Mariano». De la estatua yacente de la tapa del sarcófago escribe D. Valentín Carderera: «labrada en piedra gris, fue, a nuestro parecer, hecha poco tiempo después del fallecimiento de la Reina, y se recomienda por sus elegantes y esbeltas proporciones y buen estilo. Notable es la expresión de amargo desdén que ofrece el semblante de Doña Sibila, como si el artífice profundamente conmovido por su triste suerte, que acaso presenció, hubiera querido trasladar y recordar al mundo la imagen de una alma lacerada por tan crueles desengaños. La cabeza de la Reina está adornada con una corona de grandes florones dorados, cuyo cerco conserva vestigios de las vistosas piedras que la esmaltaban, así como el anillo de su mano derecha».

«10. Vener Eleonor. Reg. Anno Domini M.CCCCXXVI. Die S. Estephani Prothomartiris Obiit Illma Domina Eleonor Regina Cypri, et filia Illmi Domini Infantis Fratris Petri de Aragonum, qui fui Frater Nri Ordin. et sepultus fuit cum fratribus suis in hac Ecclesia: Et fuit sepulta octavo die aun habitu, in Conveniu fratrum Minorum Barchin. Juxta Altare B. Nicolai. En la urna o, caja que dice su rótulo, y pintura, y a las espaldas le corresponde S. Catalina de Bolonia, aquí descansa el cuerpo; no es así. Porque al fabricar esta obra, y trasladar los Reyes, fue hallada incorrupta y entero su cuerpo; y camisa más buena, que la demás ropa estaba corrompido, se le hizo nueva camisa, y hábito con tocas, como está puesto en el tras del Altar Mayor, en un armario, con llave, y cerrojos que se le hizo, y allí se conserva al presente». 


Del monumento gótico sólo sobrevivió la figura yacente
A principios del XIX desapareció el convento barcelonés 
y una de las acuarelas de Joaquín Mosteyrin, barón de
Bellviure que retrató el edificio arruinado años más tarde,
nos descubre la efigie de una reina entre los restos 
arquitectónicos de la iglesia. Poco después fue recogida
y depositada en la Real Academia de Buenas Letras de 
Barcelona de donde pasó al Museo de Antigüedades. 
En la actualidad forma parte de los fondos del MNAC.


Hallábase el cuerpo, y se hallaba en 31 de octubre de 1889 en que yo por mis ojos la vi, en una grande caja paralelógrama, de madera, sin mérito artístico alguno, cuya cara exterior correspondiente a la derecha del cadáver quedaba oculto bajo un lienzo al óleo. Este representa una reina tendida con cetro, anillo y corona, cuyas líneas conservan resabios góticos. Sobre la cabeza leíase: HIC IACET V. M. ELEONOR REGINA CIPRI TERTII ORDINIS HVJVS CONVENTVS FILIA, y al pie de esta inscripción hállase un escudo de armas. Abierta esta tapa, vi una momia entera, bastante bien conservada, descalza, vestida con falda de seda de color claro, y toca de monja, cetro y corona real.


Una lápida de mármol del pavimento del presbiterio cubría la tumba de los vizcondes de Canet y señores de Pinós, familia célebre en los anales catalanes.

El P. Comes en su descripción de este templo y sepulturas, trocando el nombre de altares por el de «capillas», le da veintitrés, cuando en realidad capillas, o sea piezas abiertas al revés de los muros, sólo contaba diez y nueve. Pero enmendando la palabra, y escribiendo altares donde capillas, él mismo queda corto, ya que luego en la reseña de todas enumera veinticuatro. Quizá muerto él, otros altares se levantaron, que en aquella iglesia brotaban aras e imágenes por todos lados, no sólo del fondo de las capillas, sino en la nave arrimadas a los pilares, que separaban unas de otras a aquéllas y hasta en la cara interior de la fachada. Y aún más, que con los tiempos cambiaron los santos, siendo trasladados de unos a otros sitios. En vista del enmarañado trabajo que me ocasionó desentrañar al través de la historia de tales traslaciones cuáles fuesen en definitiva los Santos venerados en cada una de las capillas, y deseando evitar semejante maraña, opto por limitarme a enumerarlas tal como se hallaban en los últimos tiempos, ya que una o varias manos, posteriores al Padre Comes, el cual escribió en 1735, continuaron en el manuscrito sus notas después de 1828.

Añadiré empero alguna noticia histórica, y seguiré el mismo orden del manuscrito, el cual empieza y sube por el lado del Evangelio, y dando la vuelta por detrás del retablo mayor baja por el de la Epístola.

Primer altar. «Al entrar de la Iglesia por la Puerta principal, dicha de San Nicolás, sea por estar sobre ella un cuadro del santo, o por ser a él la iglesia dedicada; Hay un cuadro y altar famoso a honor de la Assumpción de María S.ma Al lado de el Evangelio de la parte del Altar Mayor, El Patrono de ella es la esclarecida familia de Miquel; tiene el retablo sus armas; tiene su sepulcro aquí...». Este altar parece estaba en la nave adherido a la cara interior de la fachada, é ignoro si llegó al 1835.

2°. La primera capilla del lado del Evangelio en este último año estaba dedicada a San Benito de Palermo, cuya imagen llamaba mucho la atención a mi amigo señor Cornet y Mas cuando niño por representar un santo negro. Había fabricado esta capilla «la familia de Corbera y San-Climent; puso el escudo de sus armas dentro y fuera de ella, y en ella está su entierro.»

3°. En la segunda capilla se había antes venerado a San Antonio de Padua, pero en 1739 se dedicó al culto de San Luis, Obispo de Tolosa, que fue quien consagró este templo. «Per dit effeete se tragueren los taulons quey havia de la Istoria de St Antoni de Padua, y en lo lloch de aquells si posaren quadros de la Istoria del Gloriós sant Lluis Bisbe. La capilla de S. Luis Obispo... es de la Nobilísima familia de Favillers, con sus escudos de armas, que arriba quedan descifradas, y en ella está su entierro». «A causa de la última guerra con los franceses, se estropeó este altar, y el Exmo. Sr Marqués de Villel grande de España como Patrono lo ha hecho de nuevo, y ha querido que Sn Luis estuviera en medio del Altar, del mismo modo que hoy día en el mes de Octubre de 1818 se ha hecho y plantado como se ve». «Recuerdo, dice el Padre Francisco Mestres, que en él (en este altar) había en letra gótica sobre una tabla la siguiente cuartilla:

«El que al mundo causó espanto

Veinte y dos años tenía

Cuando fue en un solo día

Rey, obispo, fraile y santo».

 

4°. El lugar de la tercera capilla ocupaba la puerta ya indicada de San Antonio, la que, mediante un paso cubierto, daba por el frente a la plaza de fra menors, hoy de Medinaceli; y por el lado de este paso al patio de la misma iglesia. Llamábase de San Antonio «o por ser vecina a la capilla del glorioso Santo, o por estar sobre ella un cuadro del mismo Santo».

5°. La tercera capilla antiguamente venía dedicada a San Antonio de Padua, pero en 1725 pasó a poder del gremio de mancebos zapateros, quienes substituyeron al Paduano por sus patronos los Santos Crispín y Crispiniano, quedando sin embargo en los muros exteriores e interiores de ella las armas de los Cervelló, sus antiguos patronos.

6°. La cuarta capilla primitivamente pertenecía a la Virgen Santísima, pero en 1723 y 1724, mediante la cesión de terreno que a espaldas de ella poseía la noble casa de Espuny, se ensanchó en modo extraordinario, construyéndosele un gran crucero, con bóveda y cimborio y dos sacristías, y el último año, el día 13 de junio, que lo es de la fiesta de San Antonio, se trasladó a ella este Santo, al que quedó dedicada. Concluida la fiesta del glorioso santo que estuvo muy adornado en unas andas en el Presbiterio, a las 6 de la tarde se dio principio ala solemnísima Procesión que se le hizo este año; con la asistencia jamás vista de antorchas que le alumbraron, y numerosísimo concurso de gentes por las Plazas y Calles; dióse fin a la Procesión a las 9 de la noche: al entrar a la Iglesia se cantaron los gozos (que con tantas luces había parecía un cielo de gozo y contento) y al que se iban cantando, íbase previniendo, y sacando de las andas el Sto. para que a un tiempo se acabasen los gozos, y el santo quedase colocado en su altar, como así fue ejecutado» . Este retablo, colocado hoy en el brazo occidental del crucero de San Agustín, certifica del exquisito gusto que guio la obra. Aunque de estilo romano-corintio, luce por la grandiosidad, sobria elegancia y bien halladas líneas. La imagen del Santo fue cambiada, pues la del convento de menores se halla en la iglesia de los Santos Justo y Pastor. En 1776 aumentóse el adorno de esta capilla, pues en él «se han hecho de escultura y dorado cinco arcos de la capilla».

Además, en esta gran capilla, o mejor pequeña iglesia, se colocaron cuatro altares secundarios, a saber, en el lado del Evangelio en el crucero «Un retablo y altar de san Francisco Javier muy hermoso el cuadro y bien dorado»; pero «por la supresión del Convento acaecida en 1822 se destruyó, y no se pudo reedificar en 1825 por faltar el cuadro del Santo y faltar medios». En el mismo lado el otro altar de San Bernardo que pronto se transformó en altar de José bajo el patronato de Senillosa. «A la parte de la epístola en correspondencia de la capillita dicha» había la que ostentaba la «Imagen de la Purísima Concepción de bulto con un cuadro de la historia de San Antonio, la primera que se sentó en la Pirámide del Borne, por la Misa que se celebró presentes allí, el Invictisimo Defensor de la fe, Carlos VI Emperador (el Archiduque Carlos durante la guerra de sucesión), Consejeros de Barna., Diputados del Reyno, Obispos, y demás grandeza que en función tan devota, y pía, acompañaban a un Señor, que todo se dedicaba a los mayores cultos de la Madre de gracia María Santísima Ntra. Señora y Madre...  = Al pie de la Imagen bajo la basa, se halla esculpido con letras que aquella es la misma que estuvo en la pirámide del Borne la primera que hubo que fue pequeña; y lo demuestra el ser la figura o Imagen de barro, y tener el encaje regular, y antes era pintada al óleo para aguantar las lluvias; y para colocarla en el altar (en este altar) el Dr. Roma la hizo dorar. = Y el motivo de tenerla fue, que cuando se puso la segunda pirámide (cuya imagen de la Sta. Concepción está en Sta. Mònica), se retiró en el real palacio la dicha primera Imagen; y cuando se fue la Sra. Emperatriz en 19 de Marzo de 1713 la dio al Dr. Firmat tenedor de vestimentos del palacio, y éste la vendió en subasta; y llegó a mano del Dr. Romá» que la puso en este altar. El cual destruido en 1822 no se reedificó después. En el mismo lado de la Epístola hubo otro altar de la noble casa de Espuny. «Antes de la fundación deste Convento tenía la Casa de Espuny en sus barrios y cerca (es decir dentro del patio de la cerca de su casa situada allí), una capillita, el titular de ella, la Virgen Santísima de las Arenas Ntra. Madre y Señora.» Espuny cedió gratuitamente mucho terreno para la edificación de este convento; «solo para sí, y sus herederos, se ha querido y guardado el dominio y señorío del crucero de la capilla de San Antonio, donde está la Virgen Sma, de las Arenas, en la parte de la epístola, en la cual tiene su sepultura, patronato y dominio». Pero ya en el siglo XIV trocó este altar su título de la Virgen de las Arenas por el de Loreto; y destruido en el período constitucional, no obtuvo después reedificación. «En medio de la Capilla (de San Antonio) hay una famosa sepultura, con un ramito de azucena y letrero que dice, sepultura de los cofrades de San Antonio de Padua».

7°. La quinta capilla del lado del Evangelio estuvo primitivamente dedicada a Santa Magdalena, después al Beato Salvador de Horta, y, finalmente, «en 1828 se dedicó al Padre San Francisco» de Asís: De las palabras del Padre Comes se desprende que estaba blanqueada, el retablo dorado y «el cimborio hermosamente pintado». Puede aún hoy todo curioso examinar este retablo y su imagen en la parroquial de San Agustín, situado aquí el tercero del lado del Evangelio, y puede notar que, si le sobra barroquismo, no le falta ni grandiosidad, ni riqueza.


    En el pilar o contrafuerte que la separaba de la siguiente, apoyaba el notabilísimo pulpito de piedra, del cual muchos que lo vieron me han hablado, y todos con gran elogio, escribiendo de él Piferrer las siguientes palabras: «Entre las muchas bellezas que enriquecían a este templo descollaba el acabado pulpito, y la finura con que veíase esculpida aquella piedra y su originalidad atraíanle el aplauso y admiración de cuantos saben gozar toda la bondad de semejantes obras».

8°. «A la mesma parte izquierda, al llegar al presbiterio se encuentra una Capilla (la sexta) muy famosa, bajo la invocación de Santa Elisabet Reyna de Hungría. Es la Capilla Real y entierro del Rey de Aragón Don Jaime: Juntamente había en ella el entierro de Don Pedro de Aril», nombre notable en los fastos de la reconquista aragonesa. «... por los años de 1636… fue erigida y dedicada esta Capilla, al Smo. Sacramento, y que en ella se dispensara la sagrada Comunión a los fieles», y en 1724 se colocó en su retablo un gran Crucifijo.

9°. «Habiendo entrado por el rejado del presbiterio, por la parte izquierda caminando alrededor del altar Mayor, se encuentra una Capilla bajo la invocación de S. Pedro Apóstol, la que por los años de 1663 pasó a ser de San Pedro de Alcántara y de la Tercera Regla. A fin de darle ámbito capaz para contener los muchos terciarios, el síndico del convento, Don Juan Guinart, mediante piadosa cesión de terreno por parte de los de Espuny, efectuó en ella obras parecidas a las del ensanche de la de San Antonio, dotándola de gran crucero». Era esta capilla muy capaz, de manera que se podría llamar una segunda iglesia. Había (en 1835) «en ella coro, órgano, sacristía, y un patio o jardincito al lado de ésta. En medio de la capilla bajo el cimborio de ella, se halla un sepulcro... con una lápida grande, negra, con las armas de Guinart. Y un rótulo que dice: Aquí descansan los cuerpos de Don Juan Guinart y Dª Gerónima Vila y Guinart Cónyuges».

10°. «Dando vuelta, siguiendo al rededor del altar Mayor» se encontraba la octava capilla primitivamente dedicada a San Miguel y San Bartolomé, más en 1691 el Padre Provincial «alargóla... desde la banqueta todo lo que es presbiterio, hizo el retablo... y en medio del altar, puso como titular de la Capilla, el Serafín Doctor de la Iglesia, el señor San Buenaventura... Doró todo el retablo; hizo su lámpara de plata, pintó hermosamente toda la Capilla, acomodó la Reja de hierro, hizo una sacra hermosísima, con una Reliquia Insigne». La imagen hállase hoy en la iglesia de la Esperanza.

11°. Nona capilla. «Dando vuelta por tras del presbiterio se encuentra una Capilla bajo la invocación de la Natividad de N. Señora: Y es conocida y nombrada por Capilla de Sta. Anna.» En su presbiterio yacían los Agullanes.

12°. «La capilla que se sigue (la décima) es la del medio del tras del presbiterio, bajo la invocación de San Juan Bautista y San Juan Evangelista... Pidió el S. D. Joseph Mora, señor de Corbera, de la calle de Ginás, dha Capilla y sepultura para sí y sus herederos», gracia que le fue otorgada. «Por los años 1618 compuso admirablemente dicho señor la dicha Capilla, y puso sus Armas a los dos lados de la cap.a»  «Destruida en 1822, y no se reedificó en 1828».

13°. La undécima capilla, que como las próximas anteriores caía tras del retablo mayor, estaba puesta bajo la invocación del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo y de la Asunción de la Virgen con patronato y sepultura de la familia de Miquel y Blondel, la que en 1712 la «blanqueó; se hizo el retablo nuevo con todas las figuras que hay; se doró, se hicieron las vidrieras; con alacenas para el resguardo de lo que hay ofrecido, y concluido todo el año 1713». Mas «en 1828 la casa de Blondel, o Miquel, colocó en ella un Sto. Christo de Agonía por haber sido destruido su altar en 1822. Son en Montmeló los sepulcros y demás del altar». El día fatal de la última fuga de los frailes, un vecino de este convento sacó de él un precioso Crucifijo en la agonía, que en casa del hijo del mismo vecino vi en 1897. Su materia es obscura madera sin pintar, la dimensión de la figura unos 60 centímetros, pero el mérito artístico, a mi pobre juicio, muy superior. La igualdad del título de esta imagen, Cristo en la agonía, con el del altar, me induce a creer que ella, a pesar de su corta dimensión, ocupó este retablo.

14°. Capilla duodécima. «Por los años de 1695, siendo Mtro Prval N. M. R. P. Fr. Antonio Ros... Por su singular y especial devoción que tenía a Sta. Clara, viendo esta Capilla estaba muy devastada, y el retablo nada valía (a los ojos de los hombres del siglo XVII valdría poco, quizá a los de los anticuarios de hoy valiera harto), determinó componerlo todo, y dedicar la capilla, en todo, así que era en parte, a la gloriosa Sta. Clara. Ejecutó lo primero componer, blanquear, y pintar dicha capilla; hizo retablo nuevo poniendo la Santa en el medio, todo de escultura admirable, doró el retablo, e hizo de adornos cuanto era necesario para dicha capilla; y cuidó de ella, y de todo, hasta los años de 1719 que murió, y costó toda la obra pasados 245 doblones». Al pie del altar guardaba una sepultura con esta inscripción: «Vas de Bernardí Aramxapí y de los suyos; con sus armas, y son una estrella dos Perros y Palma». «Interinamente se colocó en 1828 Sta. Francisca»: Creo oportuno indicar en cada retablo la época de su construcción para que por ella deduzca, el entendido en antigüedades, el gusto de él.

15°. En el lugar de la capilla decimotercera, que fuera la última del deambulatorio que circuía las partes posterior y laterales del presbiterio, hallábase la muy desahogada sacristía, construida en 1762, y a la que se entraba desde la iglesia mediante unas gradas. Era grandiosa pieza, de 12 metros por 9'5 aditada con otra menor destinada a lavamanos, oratorio para dar gracias y celebrar los enfermos, patio de desahogo, comunicación directa con el presbiterio de la sala capitular y con el claustro. Ostentaba una regia y larguísima cómoda como que medía 14'50 metros, provista de elevados armarios sobrepuestos, todo de esculturada madera obscura, con incrustaciones de doradillo en éstos, y de marfil en aquélla, teniendo en el centro un cuerpo saliente, todo barroco, pero de gusto. Puede examinarlos el curioso en la sacristía de la parroquia de San Agustín, donde cómoda y armarios, algo ajados, prestan aún hoy (1899) su antiguo servicio. Guardaban en San Francisco de Asís abundantísimos utensilios de plata, como cálices, muchos de ellos dorados, ostensorios, o sea custodias, incensarios, navetas, cetros, etc., y muchísimos ternos é indumentos sagrados, algunos muy ricos. Reliquias tampoco allí escaseaban, pues Villanueva dice que vio allí «algunas reliquias buenas: la más notable es una moneda de plata poco mayor que una peseta... Dicen que es una de las treinta que sirvieron a la traición de Judas». Además, guardábase en un relicario con singular aprecio la capa pluvial con que San Luis consagró este templo, y en otro de plata un dedo de este santo.



Fragmento de representación de Barcelona.
Hermanos Chéreau - 1750

16°. La capilla decimotercera, o primera al salir nuevamente del deambulatorio al templo, estaba dedicada a los Santos Esteban y Apolonia, más en 1772 sus imágenes pasaron a ocupar lugares laterales en el retablo y la de San Pascual Baylón el central. «Se esmeraron al instante los devotos, hiciéronle al Sto. un camarín; blanquearon y doraron primorosamente el retablo, y quien se esmeró en particular fue la Ilte. Sra. Marquesa de Dos Aguas, quien entre otras cosas regaló una Reliquia del Sto con auténtica, compuesta en un relicario de plata, y se colocó bajo los pies del Sto. en una nube como sagrario.... En la reedificación (restauración) de la iglesia el año 1828 esta capilla se dedicó al Bto Salvador de Horta».

17°. Capilla del Ecce Homo representado en un lienzo de Antonio Viladomat. Comes llama muy primoroso al retablo: «en el que se colocó una piadosa imagen del Ecce Homo, cual imagen (por diligencias del P. Fr. Antonio Grau hijo de esta Prova) tocó en varios de los Lugares Santos de Jerusalén, y entre otros fue en el Balcón en que sacaron a Nuestro Divino y amado Redentor, diligencia que costó algún precio muy crecido. Se compuso dicha Capilla con unos lienzos encajados en la pared, y en ellos se pintaron muchos de los pasos de la Pasión de Nuestro siempre amado Jesús, que excitó y excita a grande devoción y piedad a los fieles».

18°. Junto a esta última capilla abríase la puerta ojival que daba al claustro, y después de ella en este lado de la Epístola, caminando para los pies del templo, hallábase la capilla de San Andrés apóstol. «Por los años de 1724 hallábase esta capilla muy estropeada, de lo que se siguió que el M. R. P. Fr. Franco Moragues, Ministro Pral. actual, movido de devoción al Santo Apóstol, se determinó componerla; ejecutó lo pensado haciendo un retablo a la romana, pintó la Capilla, doró aquel... En la reparación de 1828 se dedicó al Nacimiento de Jesús».

19°. En la nave arrimada al muro, que separaba de la siguiente la capilla anterior, hubo antes de 1828 (en este año se quitó) el altar de San Pedro Luccembo, y «a la pared sobre dicho... altar, hay un cuadro de San Juan Confesor de la tercera orden», cuadro de valor arqueológico, ya que quien mandó pintarlo falleció por los años de 1588.

20°. En la capilla decimosexta se veneraba al Nuestro Señor Jesucristo atado a la columna.

21°. También frente el pilar, o muro, en la nave, entre esta capilla de la Columna y la siguiente, hubo un altar, el cual estaba dedicado a la Virgen de la leche; pero en 1828 fue trasladado a la capilla siguiente que contaremos decimoséptima. El lienzo que representaba la titular procedía del acreditado pincel de Manuel Tramulles.

22°. En el pilar que separaba esta capilla de la Virgen de la de San Diego, que luego se dirá, en la nave apoyaba el pequeño altar de la Virgen del Buensuceso, y sobre de él veíase el cuadro de San Jacinto, dominico, pintura del siglo XVI.

23°. La capilla decimoctava estaba dedicada a San Diego de Alcalá, y en ella celebraba sus funciones el gremio de garballadores de la Plaça.

24°. En el muro, en la nave, entre la anterior capilla y la siguiente, hubo el altar de Santa Madrona, y sobre de él había el cuadro de San Onofre, mandado pintar y colocar allí por quien murió en 1525.

25°. En la capilla decimonona y última, se veneraba a la Virgen del Rosario.

El pavimento de este antiguo templo formábanlo infinitas losas que ocultaban tumbas de piadosas hermandades y de todo linaje de personas, indicado en las primeras por escudos de armas, emblemas e inscripciones. Mas no compadeciéndose la condición de este mi pobre libro con la prolija relación de todas, remito el curioso lector al mil veces citado manuscrito del Padre Berardo Comes, en estos días (1899) en publicación, bien que en ésta se han omitido la copia de las numerosísimas armas y emblemas que el manuscrito dibuja. Volviendo ahora a las capillas, anotaré que el indicado Padre, cuyas son las más de las noticias anteriores, apunta los nombres de los patronos de ellas, los cuales yacían en sendas tumbas. Asimismo, en algunas habla de la verja que las cerraba, de donde deduzco que todas la tendrían. El arquitecto muerto en nuestros días, Don José Oriol Mestres, escribe que «los altares eran de la época moderna, pero de buen gusto a la par que bien aseados», y a la verdad, a juzgar por los restos de ellos, que hemos visto después de la exclaustración colocados en otras iglesias, todo en la presente, a pesar de la peca de la diversidad de estilos arquitectónicos, respiraba grandeza y magnificencia; y, como indiqué arriba, son muchos los testigos que me ponderaron las muy anchas proporciones y hermosura de este templo, al que el entendido Capmany califica de «magnífico» .

No faltarían a esta iglesia los acostumbrados adornos y utensilios; y nos afirma en esta creencia la vista de algunos, distribuidos después del naufragio de 1835 por distintos lados. Así en San Justo y Pastor aun hoy (1899) adornan el templo (dos en el presbiterio y dos en la nave) cuatro grandes y esbeltas coronas de iluminación góticas de bronce, llamadas en la tierra salomones. En San Agustín estuvo montado y funcionó el órgano, que en su iglesia propia ocupaba un lugar próximo al coro en el lado de la Epístola. Y en la Merced señala las horas al vecindario el reloj de torre de San Francisco.

«El Excmo. S. Duque de Cardona tiene al lado del Evangelio — escribía el Padre Comes — su famosísima tribuna, con sus armas, que desde su casa por una puente que había antiguamente, venía a misa y otras celebraciones del oficio Divino, y (este derecho) no se alargaba a concesión, ni Dominio alguno por eso en el presbiterio: Por lo que siempre el Síndico Apostólico del Convto tiene acción y dominio en conceder sepulturas al que las pidiese en el presbiterio, resguardando siempre terreno al pie de la grada del presbiterio, y lugar necesario para la casa de los Católicos Reyes de Aragón, siempre singular amparo, y bienhechora de la Religión que si al presente (1735), Dios nos dio otra, permitirá su Divina Majestad, dárnosle cuando nos convenga, por bien del Universo y común particular consuelo de todos, y para honorificar esta su casa y entierro, y Religión suya como siempre lo hizo». ¡Pobre fraile! Muy ajeno estaba de ni soñar que, al cumplirse un siglo exacto del año en que escribía estas líneas, los mismos hijos de la patria, influidos por quien ni tiene ni ama ninguna, los masones, habían de profanar y aventar las cenizas de sus reyes aragoneses y arrasar los queridos monasterios que ellos con tanto cariño o levantaron o favorecieron. Aquellos que se titulan amigos y defensores de Cataluña, y no aman la Religión, ni descienden ni de aquellos reyes ni son de nuestra patria; pertenecen a la familia de los Mefistófeles de 1835.

«La casa de Moncada (o sea de Cardona) tenía el panteón en una pieza anterior a la tribuna: en las funciones que se celebraban en la iglesia, a las que la comunidad convidaba por esquela. El apoderado general del Excmo. Sor. Duque de Medinaceli (sucesor de los Cardona y Moncada) asistía en representación de su principal y ocupaba la silla y estrado correspondiente en el presbiterio al lado del Evangelio, que es el lugar que compete a los patronos». Para inteligencia de los jóvenes y venideros, debo aquí apuntar que la casa de Medinaceli ocupaba el solar de la actual de D. Manuel Girona, o  sea el limitado por la plaza de su nombre, y las calles Ancha, de la Merced y de Oriente, construcción aquella de mucho carácter arqueológico, de sólo dos pisos altos, con tejado de alargadísimo alero, y puerta redonda de grandes dovelas, continuadas con grandes sillares en las jambas, y una lápida o  escudo de armas en la mitad de su fachada.

Numerosas asociaciones piadosas y de caridad se abrigaban de los muros de este templo, tales como la de San Nicolás de Barí; la de los barqueros bajo la invocación de la Santísima Virgen; la de los descargadores bajo la de San Pedro; la de drogueros bajo la de la Inmaculada; la de cribadores (garballors) bajo la de la Dolorosa; la de los bastaxos del pes del Rey bajo la de la Santísima Trinidad; la Esclavitud bajo la de Jesús Sacramentado, María Inmaculada y San José; la de (abaixadors), que tenía por patrón a San Isidro; la de los carpinteros a San Juan degollado; otra de sastres bajo San Andrés; la de los zapateros bajo los Santos Crispin y Crispiniano; la célebre de San Antonio; la no menos nombrada del cordón de San Francisco de Asís ; y la Tercera Regla, de la que formaron aquí parte personas tan notables como el Rey Conquistador, Pedro IV y su mujer Doña Sibila, Doña Constanza mujer del tercer Pedro, Santa Isabel reina de Portugal y otras muchas .

De la consagración de este templo, efectuada, según se dijo arriba y abajo se repetirá, por San Luis Obispo de Tolosa en 1297, certificaba «una lápida dorada que se conserva al entrar (escribía Comes] a la Iglesia por la puerta del claustro.

A esta puerta habíala dibujado el arte ojival florido. Integrábanla en los lados multitud de baquetillas en degradación y un pilar a cada lado, las cuales baquetas cruzando hacia arriba el friso que suplía a los capiteles, formaban un elevado y gracioso arco conopial, guarnecido de una línea exterior de grandes y rizadas hojas, y terminando en la cúspide por una grande macolla, o sea col, dispuesta en forma de cruz. Completaban la ornamentación de esta puerta dos estatuítas por lado adheridas al muro sobre los costados del arco; y con esto nos hallamos en el primer y mejor claustro del convento.



La planta de este claustro dibujaba una forma casi cuadrada, midiendo en su total de E. a O. 33'80 metros y 34 de N. a S. «Al lado oeste de la iglesia levantóse en la propia época (siglo XIV), dice el arquitecto Don José Oriol Mestres, que vio la obra, un elegante claustro compuesto de dos órdenes de pisos, muy bien acabado y perfectamente combinados sus compartimientos... Esta iglesia y los claustros eran un bello modelo de la buena época de la arquitectura gótica. Pero en donde descollaba ésta en su mayor elegancia era en los claustros primitivos (los que ahora examinamos) ... Cada compartimiento estaba unido entre sí por medio de un arco ojival algo rebajado, que cobijaba dos ojivas apoyadas sobre delgada columna, entre las cuales campeaba rico y variado rosetón circular primorosamente calado. El todo del monumento era digno de conservarse y de ser estudiado con detención. Sus bellas formas, sus bien entendidos detalles, sus ricas esculturas en los bajos y capiteles de las columnas, así como en las claves de las bóvedas, y la decoración de algunas puertas graciosamente combinadas daban una relevante prueba de la cultura de nuestros antepasados. Su sistema de construcción era perfecto». Sobre los dos pisos mentados elevábase un segundo alto de distinto carácter. Cada lado en el piso bajo contaba seis grandes ojivas, apoyadas en contrafuertes, cada una de las cuales, como ha dicho Mestres, cobijaba dos arcos apuntados que en el centro del compartimiento u ojiva descansaban sobre una columnita, embelleciendo el trecho comprendido entre los dos arcos y la ojiva un afiligranado rosetón. Un antepecho enriquecido con lápidas sepulcrales separaba del patio, o luna, la galería airosamente abovedada al estilo gótico con aristones y claves. Como el patio del claustro de nuestra catedral, estaba éste dotado de árboles y de «un surtidor de agua de la ciudad, situado y cubierto de piedra picada, muy famosamente compuesto, a la esquina quien va desde la sacristía al refitorio (ángulo S). (que lo mudó, y puso en medio del claustro el M. R. P. Fr. Francisco Moragues, siendo Mro. Provincial en el año 1724.). Por las armas que a cada paso en este claustro se ven esculpidas es conocida cosa que fue hecho a expensas y limosnas del Illmo y Reveremo Señor Obispo Desbosch, que por el descuido y calamidades de los tiempos no hay otra noticia que dichas armas esculpidas al entrar por la puerta del claustro desde la iglesia a una y otra parte se ven: Luego a la otra parte quien va a la escalera mayor: Y otras, y estas muy grandes (en un hermosa lápida de mármol), sobre, o  alto, de la pared de la otra parte del claustro en medio de las dos capillas de caseras y de Nra. Señora de los Angeles de la Puerta Mayor». Pero como también en otros lados ostentaba este claustro las armas de la ciudad, aparece que igualmente contribuiría ésta a la obra. Adornaban además a este claustro, «solo comparable por su elegancia y riqueza con el del convento de Santa Catalina, mil otras esculturas, dándole no poco carácter las labradas puertas, sepulturas, lápidas sepulcrales y sarcófagos».




De éstos escribe Comes: «Una arca o sepultura de mármol. La que se halla junto a la puerta de la salida de la iglesia al claustro, fijada a la pared que corresponde a la sacristía (lado S. del claustro); con su cobertor, bien labrada sin armas con su rótulo de las cenizas que en ella se conservan... Hic jacet venerabilis Dominus Petrus Comitis (suprimo las abreviaturas y corrijo la ortografía) Doctor Legum, et Ciuis Barchinonae qui obiit anuo Domini MCCCXXIII. Obiit XVII Kalendis latinarii. Et Dominus Dalmatius Comitis; et Bernardus Comitis fratres eiusdem. Quorum animae per misericordiam Dei requiescant in pace. Amen». Este osario guárdase hoy en el Museo provincial de antigüedades en el que tiene el número 881.

«Un arca de mármol, y otra arca sobre ella. En la primera ventana que hay antes de la puerta del capítulo, que iluminaba dicha Capilla, se hallan dos arcas de piedra mármol, la una mayor que la otra. Una con armas y rótulo, y dice: «Haqui jau lo molt honorable mosen Pons Detença, en altre manera apellat Dalcald, Maiordom del Señor Rey en Martin, lo qual morí en Arles en Provença lo darrer día de Mars en lo any MCCCXLVII. Venint de Cicilia ablo Rey».

«La arca de mármol que está sobre, está sobre la sobredicha arca con rótulo y armas. Está tan labrada que no puede mejorar. Compone su frente una Religiosa Comunidad de Religiosos de la Orden: está sin rótulo, ni armas, su cobertor de dicha arca; es un cavallero vestido de punto en blanco con un león a sus pies...» No dudo que el citado frente de esta arca es el precioso relieve que hoy existe en el Museo de Antigüedades, número 94.

«Un arca, sobre otra, de mármol, pasada la puerta del capítulo, a una ventana que le iluminaba, se halla un arca de mármol garbosa con su rótulo y cuatro escudos de armas de Aragón. Hic iacet Bernardonns de Fonollario, filius Arnaldoni de Fonollario Militis, qui obiit in mense Junii anno Domini MCCCXXIII. Cnins anima per misericordiam Dei requiescat in pace. Amen

«La arca de mármol que se halla sobre la sobredicha arca, es lisa, sin rótulo, ni armas, con su cubierta de la misma piedra, y sin grabadura alguna, que nos diga quien en ella está enterrado...».

Los muros y antepecho mostraban notables lápidas mortuorias en la pared del lado oriental, tres de mármol, una del siglo xin y dos del siguiente, que hoy se hallan en el arriba indicado Museo. En la del septentrional una lápida de mármol decía así: «Anuo Domini MCCCXLIX pridie idus octobris Reverendus Pater Frater Palacinus Episcopus Sce Justae istud presens Claustrum, quod est sub tecto, in quatuorpartibus, et Capitulum, et etiam transitum, qui est de dicto claustro ad Simiterium consecrauit». También veíase otra lápida sepulcral de mármol en lo alto de uno de los pilares. En el lado meridional, en el muro, la que decía: «Assi jau lo honrat an Jaume Caramany Mercader e de tots los seus»; dos más del siglo XIV, una de ellas «muy floreada» , existentes hoy ambas en el Museo ; y dos también en el antepecho, una de las cuales decía: «Hic jacet Jacobus de Crudiliis, filius quondam Nobilis Gilaberli de Crudiliis»  (Cruïlles), conservadas las dos en el expresado Museo . Al pavimento de las galerías no le tapizaba un solo adoquín, ya que el de la oriental ocultaba 36 tumbas, el de la septentrional 35, el de la de Poniente 28 y el de la restante 27, adornadas las losas con escudos de armas y emblemas, que Comes curiosamente dibuja, e inscripciones que copia.

Otra joya de inmenso valor, que no por sobrepuesta dejaba de ser allí muy propia, atesoraba este claustro. Veinte grandes lienzos denuestro excelso pintor Antonio Viladomat, que presentaban la vida y muerte del Patriarca de Asís, tapizaban los muros. Dos décimas escritas en azulejos al pie de cada uno de ellos explicaban su asunto, y con una cortina corrediza, que sólo se descorría en determinados días, el cuidado de los frailes los defendía de la humedad, polvo y excesos de luz. El curioso que desee conocer estos cuadros y su extraordinario valor, puede leer los muchos datos que de ellos da y grandes elogios que les tributa el entendido D. J. Fontanals del Castillo, en su folleto: Un recuerdo de Antonio Viladomat, el pintor olvidado y maestro catalán del siglo XVIII; los mil párrafos que a su loa han dedicado cuantos en nuestra amada tierra trataron de pintura, y sobre todo puede verlos y contemplarlos actualmente en la Academia de Bellas Artes en la Lonja. Mandólos pintar y colocar por los años de 1722 o 1724 el Padre Provincial Francisco Moragues. Abierto como estaba el claustro a la visita pública, acudían allá los artistas a estudiar y admirar, que en todo resulta muy falsa la calumnia revolucionaria de que los frailes pretendieran monopolizar el saber. Piferrer ensalza el valor artístico de tales lienzos en las siguientes líneas:

«Reina en todo buen tono de color, arreglada composición y sobre todo naturalidad: esa es la prenda que más los distingue, prenda que a veces se busca en vano en las más acabadas producciones. Es admirable que siempre se conserve la fisonomía del Santo, marcando únicamente en cada cuadro las mudanzas o alteraciones que produce la edad. El que representa dos diablos azotando a San Francisco es notable por su originalidad y expresión, al paso que todos los inteligentes confiesan acordes el mérito preferente del cuadro del convite, lleno de ternura mística, el del Santo difunto y el del bautismo».



Serie de la vida de san Francisco, formada por 20 cuadros, todos ellos se encuentran en el MNAC. 
Óleo sobre lienzo, Siglo: XVIII
Procede del antiguo convento de Sant Francesc, Barcelona.

Y ya que copio palabras de Piferrer, y que termino la descripción del claustro, pongamos fin a este párrafo con otras por el mismo autor a él dedicadas. «Desapareció para siempre el claustro, rival en elegancia y riqueza al de Santa Catalina, y aquella producción del siglo XII y principios del XIV ya no embelesará a los amantes de lo más bello y puro del arte gótico. Las antiguas losas sepulcrales rodaron empujadas y holladas por la ignorancia; manos irreverentes revolvieron las cenizas de un descendiente de los Entenza, de aquella ilustre casa que tantos héroes y tanta gloria dio a Cataluña...».

En su ángulo N., o sea junto a la portería, tenía este claustro dos capillas dedicadas ambas, según confusas palabras del P. Comes, que no acierto a creer, a la Virgen de los Ángeles: «Al entrar por la puerta principal del convento, dice, al claustro primero, se encuentra una capilla muy famosa, y antigua, bajóla invocación de Ntra. Señora de los Ángeles, al pasar a la derecha; con una bóveda o sepultura sin armas ni rótulo, y siempre los que entran y salen pasan por encima de ella... El patrono y señor de la sobredicha es el Illmo Sr. Dn Pedro de Pinós, Bisconde de Canet é Illa: que hoy día es la Illma familia de los Duques de Hijar...».

«Segunda capilla. —Al entrar del claustro, pasaba la dicha capilla, tomando a la derecha, a 10 pasos, se encuentra una capilla, y retablo admirable bajo la invocación de Ntra. Señora de los Ángeles...» Por los años de 1656 dióse el dominio de esta capilla a Pedro Martín Casseras, quien «Hecho el retablo, dorado, con todo lo concerniente, una reja de hierro admirable, sobre el arco sus armas: Adornó todas las paredes de tapices con armas. Las casullas necesarias de todos colores con sus armas, albas, manteles. Al medio de dicha capilla mandó hacer su bóveda y sepultura con sus armas...». De uno de estos retablos de los Ángeles me dijo quien estudia el arte antiguo de Cataluña, que procedía del siglo XV, y tenía verja imitada a las riquísimas de nuestra Catedral.

En el lado de Poniente de este claustro hallábase la escalera principal y el salón de oposiciones y actos literarios. Pero la pieza o capilla más notable de este claustro era sin disputa la sala capitular, cuya ancha puerta se abría a mitad del lado meridional. Cruzada ésta y superadas sus dos gradas, hallábase un nuevo y verdadero templo cual no lo poseen muchos pueblos. Medía 15'10 metros de longitud de N. a S., y 10 de anchura de E. a O., bien que en el presbiterio ésta menguaba de 2'50 metros. Consagróla el obispo Fr. Palacino Camps en 1399, con lo que dicho queda su gusto arquitectónico, el ojival de la época mejor. Toda ella estaba construida de pulidos sillares. Una buena verja cerraba el presbiterio, al que también levantaban dos gradas. En 1619 o 1620 el patrono de esta capilla construyóle su retablo y dedicólo a la Purísima Concepción. «En medio del presbiterio... mandó hacer para sí, y sus herederos, su sepultura, con una lápida de piedra mármol, con sus armas y son: un sol, o luna, con un león: el rótulo dice así: Nobilis Dom. Petras Soler, Regi, ac audienti, ac Doctor, sepulcrum hoc sibi et suis faciendum curauit, anno Domini 1620». Bajo el pavimento de este templo ocultábase la grandísima bóveda, sepultura de los frailes, que contaba 54 nichos. Una puerta del lado del Evangelio del presbiterio comunicaba con la sacristía del templo mayor, por la que se atendía al servicio de las funciones de esta capilla. Para ellas no le faltaba su buen órgano. Para la asistencia de la comunidad rodeábanla filas de las características sillas de baqueta con grandes clavos, y acababan de darle carácter los sarcófagos y lápidas de sus muros. «A la parte de la Epístola a la pared de dicho capítulo (el marqués de Rupit) formó un hermoso mausoleo para el cuerpo incorrupto que muchos años a esta parte habían encontrado en el convento de Jesús Da María de Perapertusa, Madre del sobredicho Don Joseph de Bovrnomville (el marqués); y por haberse derribado el sobredicho convento de Jesús en el año 1714, después fue trasladado en este sepulcro». Esta señora había muerto en 1660. «Prop la porta del capítol al pujar los 2 graons están esculpidas las armas de la casa de Centellas». Otra lápida rezaba: «Assíjau Mosen Pera Espatafora, é de Managuera Cavaller fill del Noble Encorave Espatafora, é de Nobilisen (na lichsen) de Manguera, qui vengut de la questa (conquesta) de Serdeña, Morí als XV de Setembre del any de M. CCCXXIIII. Aquest sepulcre está a la paret cosa de 8 palmos en alto en una piedra, el rótulo que está sobre escrito en ella con dos escudos de armas...». La lápida se halla hoy en el Museo de antigüedades, donde tiene el número 915. Otro sarcófago se veía, del cual escribe Comes: «Este sepulcro (del P. Marqués, canciller, muerto en 1295) es una hermosa arca de piedra a lo alto de la pared, la que mantienen dos piedras labradas, y fijadas a la pared de la tierra distante unas tres canas poco más o menos con seis armas que hay en dicha arca». Sobre la puertecita, que de esta capilla daba paso al claustrito de la parte del mar, había en lo alto otro sarcófago con cuatro escudos de armas y esta inscripción: «Hic jacet Domina Agnes Uxor qui fui t Francisci Marqsii. Obiit anno Domini MCCCXVI».





Y con esto salgamos del Capítulo, o sala capitular, y torciendo hacia Poniente dejemos el primer claustro, y entremos en el segundo; en su longitud de N. a S. exactamente igual al primero, bien que menor en la latitud de E. a O. en la que medía sólo 30 metros. Contaba cuatro arcos en cada lado, mucho mayores que los del claustro anterior; y más anchos, como es natural, en los dos lados largos que en los cortos. Su construcción era de pulida piedra, y sus líneas ojivales. Mostraba, sin embargo, mayor sencillez que su hermano anterior, sin que por esto le faltase en su patio aliñado jardín con surtidor central, y en la cara de N., en un buen nicho, la capilla de San Berardo.

En la occidental abrían sus puertas la clase de Filosofía, y varias piezas; y en la S., casi en el ángulo con la anteriormente nombrada, la gran pieza del De profundis. Al frente esta pieza daba entrada a la cocina y sus dependencias, y a la izquierda al inmenso refectorio; y escribo inmenso porque medía 40'50 metros de longitud de E. a O. por 7'50 de anchura, de arte que su extraordinaria extensión indujo a un fraile de este convento, por mí interrogado, a igualarla a la del templo de San Jaime de esta ciudad, y a otro a considerarlo capaz y propio para una comunidad de 130 frailes. Ambas piezas, refectorio y De profundis, estaban formadas de pulidos sillares de piedra en formas góticas, de modo que el Padre Comes menciona algunas de las claves, de las bóvedas de la primera. Tan prolongadas piezas, que en junto sumaban 56'60 metros, cogían desde la sala capitular con la que lindaba el refectorio, buen trozo del primer claustro, todo el segundo y parte del cuerpo de edificio que a éste separaba del tercero.

La cocina, aunque menor, no desmererecía de tal refectorio, de la cual, para indicar su magnificencia, me decía el Padre Brugal que tenía tres espitas de agua fría y otras tres de caliente; y de la cual escribe acentuados elogios el continuador del Padre Comes.

Mas volviendo al segundo claustro, y caminando a Poniente, hallábase el tercero, también igual en longitud de N. a S. a los dos anteriores, aunque menor a todos en la amplitud. El cual en elogio de su comunidad ofrecía la rara circunstancia de que, construido en 1752, no presentó las formas neopaganas de su tiempo, sino, bien que, con sencillez, las ojivales de los otros dos claustros sus hermanos; circunstancia}'mérito que en ningún modo llegara yo a creer a no atestiguármelo personas tan calificadas como un sesudo fraile de este convento y el justamente renombrado profesor de la escuela de Bellas Artes Don Luis Rigalt il4). En su lado E. presentaban sus arcos notable irregularidad, la que desaparecía en los tres que contaban en cada uno de las N. y S. y en los cinco de la occidental. Ignoro en qué forma, pero sé que contenía tantos nichos que bien podía calificarse de cementerio.

Las calles de Barcelona
Víctor Balaguer   1865  

    Aquí terminaba por Poniente el edificio y entraba la huerta, pero antes de abandonar a aquél debo mencionar una estancia, si no olorosa, muy notable, no sólo por su grandiosidad, digna del todo de la casa, sino por el señaladísimo servicio que, además del cotidiano, prestó a la comunidad en día aciago. Consistía en un muy ancho aposento, cuyas bóvedas eran sostenidas, además de los muros, por dos pilares. Tenía una regular escalera que a él bajaba, y un desahogado albañal que, saliendo de él, y cruzando por bajo la muralla del mar, vertía en éste sus impuras materias.

La huerta no concordaba con la indicada grandiosidad del edificio, cuya superficie vendría próximamente a triplicar la de ella. Poseía en su ángulo S. su buena noria y aljibe, y la rodeaba la natural cerca, la que en el ángulo de Poniente, o sea el del extremo de la calle del Dormitorio de San Francisco, unos pasos adelante del lugar donde hoy (1899) se abre la entrada del Parque de Ingenieros frente del Banco de Barcelona, sostenía un farol del público alumbrado, del cual en su día deberé hablar.

Además de las indicadas construcciones existía otra histórica y anterior, el departamento llamado claustrito o Antiguo Hospital De Peregrinos de San Nicolás, el cual, según parece, cedido a principios del siglo XIII a la Orden, fue en esta ciudad su primer convento. Caía al S. del refectorio, o sea entre éste y la muralla del mar. Constaba de un pequeño claustro de 13'25 por 19'25 metros, y una buena capilla, dedicada a San Francisco, llamada del Perdón. Entrábase en la capilla por el claustrito, y a éste por la Sala Capitular.

 Como se indicó, preexistió al convento, y en él, cuando hospital, se alojó en su visita a Barcelona el Santo Patriarca de Asís; más en 1500, no levantada aún la muralla del mar, las embravecidas olas lo arrasaron, hasta que en 1600 el M. I. Don Fr. Adriano Maymó, Prior de la Orden de San Juan de Jerusalén, en Cataluña, lo reedificó, según testificaban dos inscripciones de la misma estancia , y puso en la capilla «un buen cuadro que representa a San Francisco como está en su sepulcro» , el cual lienzo formaría sin duda la imagen del altar. Murió en 1612 este Prior y fue enterrado en la misma capilla. Por ella los barceloneses sentían tan gran devoción que, prohibida por los cánones la entrada de mujeres en la clausura monacal, tuvo el Pontífice que establecer aquí una excepción, permitiendo el acceso hasta este claustrito o capilla a la inmensa multitud de ambos sexos que concurría a visitarlos «singularmente los días del glorioso Patriarca... e el día de N. S. de los Angeles, o Porciúncula, que no entrando a visitarlo publican no haber ganado el Jubileo». Y fui acierto y tino particular el del Prior Maymó, quien al reedificar esta obra empleó en cuanto pudo las mismas piedras del anterior (ex destructiu lapidibus reediftcandum erigendumque curavit, decía su epitafio), lo que le permitió conservar al claustro su estilo románico, según dan pie para pensarlo dos hermosos capiteles de este género que procedentes de este convento figuran hoy en el Museo provincial. «Por los años de 1764... se compuso el claustro y celda que habitó N. S. Patriarca, rodeando dicho claustro de unos lienzos, en los que se pintaron los conventos que fundó en España N. S. y amado Patriarca y varios casos sucedidos de la devoción de los fieles a Nuestro Padre...». Y en 1630 «una montañuela con variedad de personajes é invenciones de agua tienen dispuesta los religiosos» en este claustrito. Invenciones las últimas que, sin embargo, dudo mucho llegaran a nuestro siglo. Finalmente el suelo de la capilla ocultaba varias tumbas indicadas por sus respectivas losas.



Sobre la planta baja de este convento, a grandes brochazos aquí descrita, levantábanse dos pisos altos, atravesados de largos y anchos corredores, abovedados. Estaban éstos provistos de numerosísimas celdas, muchas de las cuales ostentaron sobre su puerta las armas de la noble familia que a la salida de los Padres conventuales y entrada de los observantes en el siglo XVI respectivamente las construyeron, las cuales armas empero, resbalando los siglos, ocultáronse bajo capas de cal pedidas por la limpieza.

En el primer piso alto de la fachada occidental del edificio hallábase la enfermería. «Por los años de 1752... considerando dichos RR. PP., junto con el R. y Venerable Definitorio, lo muy recomendado nos tiene (escribe el continuador del padre Comes) Nuestro Seráfico Patriarca de que se asistan los enfermos, y se sirvan, así como nosotros quisiéramos ser servidos. Atendiendo a tan grande cargo, y viendo lo muy incómodo estaba la enfermería, se dispuso ensanchar dicha; por cuyo efecto se hizo el tercer claustro, que hoy día existe con sus oficinas de botica, ropería, oficina de alpargatero, y hortelano, con sus correspondientes celdicas, cuyo territorio se tomó de alguna parte de huerta, y de algunos edificios viejos, que se arruinaron. Se hicieron diez celdas de bastante capacidad, cinco en la parte del claustro y cinco en 1a parte de la huerta con una capilla en cada parte para que los pobres enfermos pudiesen con más comodidad exhalar su espíritu al Criador en el Sto. Sacrificio de la Misa y demás devociones, a cuyo fin se hicieron dentro las celdas unas ventanillas para que imposibilitados de asistir en dichas pudiesen lograr el beneficio dentro de sus respectivas camas. Contiguo a dichas celdas se hizo una particular para que en ella recogido el enfermero pudiese con más prontitud subvenir las necesidades de los pobres enfermos. Siguiendo el mesmo piso se fabricó una cocina y refitorio para que, convaleciendo los enfermos, tuviesen más comodidad para tomar sus refecciones, y una azotea, a que los pobres viejos en tiempo de frío pudiesen tomar el sol». En sus últimos tiempos cada cuarto de la enfermería estaba a cargo de un magnate protector, revistiendo notabilísima solemnidad los viáticos, para los cuales hasta se tapizaban de damascos las celdas y se adornaban con cornucopias y velas, y asistía al acto toda la Comunidad.

El noviciado hallábase establecido en la parte meridional de uno de los pisos altos del tercer claustro, sobre el indicado depósito de letrinas, al cabo occidental de la cara del mar. En el mismo lado S. del convento vivían también con separación hasta de refectorios religiosos de la Comisaría de los Santos Lugares.

Un fraile de este convento, para ponderarme la grandiosidad de él, decíame que en aquella época, en que no se usaba el lujo de comodidades de la presente, y en que las espitas de agua o fuentes no se colocaban en otros lugares que los públicos o de uso común, esta casa contaba en su interior treinta y tres espitas.

Cual si los frailes adivinaran el mote de obscurantistas que contra ellos debía un día injustamente lanzar la revolución, tenía abierto al público este convento una biblioteca muy rica, además de otra privada para sólo los religiosos. Ocupaba aquélla una gran sala en el primer piso alto del Dormitorio de San Francisco, tapizada de libros de arriba abajo, para cuyo manejo rodeaban la sala dos pisos de galerías. Para su servicio el convento destinaba dos o tres frailes. Y para que todo estudioso pudiese acudir cómodamente a ella, abríase unas horas por la mañana y otras por la tarde, exceptuada ésta en los jueves. La Orden miraba con particular afecto al Padre bibliotecario, «y en atención de este trabajo, reza un decreto del definitorio de 1772, se le señala el lugar inmediato al Maestro de Estudiantes ex-Lector con la prerrogativa de poder decir Misa desde las 6, o entre 6 y 7, con el goze de extraordinario». Por suerte puedo aquí copiar una descripción autorizada del estado de esta biblioteca pública, no cual se encontraba en sus buenos tiempos de principios del siglo, sino cual la dejaron los trastornos de 1808 y posteriores.

«Descripción o Estado de la Biblioteca Mariana del suprimido Convento de S" Franco de Asís de la Ciudad de Barita.»

 

«ZAGUÁN»

«El zaguán contiene el Globo o Esfera del Mundo.»

«8.  Ocho Mapas; los 3 Generales; uno particular de España; otro de Portugal, y otro de Cataluña.»

«2. Dos tablas: una es pauta o modelo de todos los caracteres de letras; y la otra es el Rescripto de Clemente IV (sic. léase XIV) en que se prohíbe extraer y enajenar cualquier libro del Cuerpo de la Biblioteca.»

 

«CUERPO»

«Armarios 36. Volúmenes 10289.— El Cuerpo de la Biblioteca está dividido por facultades en 36 Armarios, los cuales abrazan colocados en orden y signados en los índices por escrinio (sic) y número 10289 volums

«Armarios pequeños 4. Manuscritos... 66.— Contiene a más 4 Armarios pequeños y disimulados, donde bajo llave se hallan los Manuscritos en 66 volum.s numerados en su lista particular en el último folio del índice mayor. Ocho mesas; las seis con sus avios de escribir para comodidad del Público asistente: y por fin 4 canapés con otras tantas sillas.»

 

«RETRETE»

«Cubierto en su mitad de estantes, contiene recogidos los libros duplicados a su derecha, y los de obras truncadas a la siniestra: La otra mitad es de Armarios y cajones cerrados. En el Armario mayor se hallan 394 volúmenes mandados retirar en tiempo de la Inquisición. Dos menores, los ocupa una buena porción de impresos en pliego o sin encuadernar cuyas materias se hallan continuadas en la última hoja del suplemento del índice general. Otro Armario ocupa un pequeño depósito de libros n." 109 que pertenecía al limo. D. Joaquín Compañ Diff't° y algunos pliegos de Gazetas y Diarios de Barña. En otro 3°. inferior se guarda un cajón de libros en n°. 23 vol. mandados retirar por disposición que hizo en la hora de su muerte del P. Fr. Antonio Baylina Calificador de la Inquisición, cento {sic) perteneciente a aquel tribunal. Confrirse {sic) a la nota extendida en el citado folio del suplemento del índice general.»

«En el otro 2°. superior no hay más que ejemplares de conclusiones generales, y otros papeles sueltos varios.»

«En el 3°. están las filosofías antiguas manuscritas; sermones asimismo manuscritos: Breviarios viejos, Diurnos, y otros oficios de santos: Con una colección de Estampas y un Mapa de la entrada y posesión de Clemente XIV en Roma.»

«En los dos últimos se custodian los plumeros... Por fin dividen los armarios 6 cajones, por cuyos rótulos se ven las materias que encierran.»

«Barna Dbre de 1822.»

«Miguel Rosselló, Prbro., Bibliotecº »

(Rubrica).

 


    Los anteriores datos no admiten réplica, y por si aún quedase duda del número de volúmenes, otra nota procedente de la misma biblioteca y escrita en 2 de octubre de 1819, dice que en tiempo del provincialato del P. Narciso Lalana (de 1815 a 1818) «se hicieron imprimir doce mil números de diferentes colores para poner, como se pusieron en cada uno de los libros de la Biblioteca...». Otro papel, que al parecer estaba destinado a portada de un índice de los libros, nos cerciora del carácter oficial de ella al escribir: «Biblioteca—Mariana speciali Clementis XIIII Pont. Max. Rescripto erecta: et benigno Regii Matritensis Senatus assensujirmata». Este Papa, al autorizar solemnemente la biblioteca, fulminó excomunión mayor contra todo atrevido, seglar o religioso, que extrajera de ella algún volumen.

Enriquecieron en modo especial esta biblioteca los legados que de las suyas le hicieron los obispos de Barcelona señores D. José Climent y D. Pedro Díaz Valdés, aquél del siglo XVIII, y éste de principios del XIX. En memoria del primer legado el retrato del Sr. Climent veíase sobre los armarios de sus libros. La causa del segundo consistió en la gratitud del Obispo por haber sido su caritativo enfermero un fraile lego de esta casa de nombre José Forns. El religioso de este convento P. Joaquín Martí calificóme a esta biblioteca de riquísima en manuscritos. Por mis ojos en la sala de manuscritos de la provincial-universitaria he visto muchos, de entre los cuales recuerdo los dos tomos en folio de la Chronica seraphica de la Provincia de Cathaluña... escrita por el R. P. Fr. Joseph Batlle. La Revista franciscana del año XVIII de su publicación número 206 enumera doce volúmenes manuscritos franciscanos, existentes en dicha provincial, y por conjetura natural debemos pensar que proceden de este convento. La descripción preinserta del P. Rosselló da a la Mariana 66 volúmenes de manuscritos. Y, sin embargo, Villanueva escribe que «en la biblioteca, que es pública, hay pocos manuscritos». Creo que pueden perfectamente concordarse afirmaciones, al parecer tan contradictorias, distinguiendo entre manuscritos de los siglos medios, que son, los perquiridos por Villanueva, y de los cuales no abundaría la Mariana, y manuscritos posteriores por aquel autor poco menos que despreciados, y aquí no pocos en número. El mismo Villanueva, al estampar que los manuscritos son pocos, añade: «pero útiles para la bibliografía. Tal es la traducción catalana del Speculum crucis, que escribió en italiano Fr. Domingo Cavalca, de mi orden (dominico)... «Todo esto consta del título del libro manuscrito en el siglo xv... Más larga descripción necesita un volumen fol. que contiene: 1. Alanus de Planctu naturae. 2. Líber Birriae (es una imitación del Amphitruo de Plauto).

 

3. De arbore in qna se suspendebant mulieres (son ejemplos morales de la vanidad de las mujeres). 4. Séneca de formula vitae. 5. Philosophia magistri Philippi Elephantis... 6. Régimen contra epide-miam editum a Magistro Sanccio de Riva áurea (Ridaura)... Este volumen curioso compró Pedro Miguel Carbonell, archivero real, de Pedro Visars, por precio de 18 sueldos a 16 de febrero de 1473, y lo dio a la biblioteca del convento de Jesús... extramuros de esta ciudad... Todo esto notó de su mano el mismo Carbonell al fin del libro. —Otro vol. hay fol. men. vit. con adornos en el frontis é iniciales, del cual da razón el prólogo, de quien son las siguientes palabras: Prolech primer sobre la incepcio de la exposició de la postilla de Papa Ignocent tercer sobre los VII. psalms penitenciáis segons la translació romana. Por desgracia ninguno de estos manuscritos figura en los reseñados por la Revista franciscana, y por lo mismo por harto preciosos se habrán perdido.

De los impresos decíame un religioso de esta casa que por regla general brillaban por lo bien escogidos, y a la verdad, mis cortas observaciones no le desmienten, pues en la Provincial-universitaria, al estudiar cuestiones ajenas al presente capítulo, me han venido a la mano volúmenes de la preciosa colección de concilios de Mansi y de la historia de Poblet de Finestres, ambas procedentes de la Mariana. Hasta el índice de esta biblioteca se guarda en la dicha Provincial, y a él puede acudir quien desee ulteriores conocimientos de ella. He aquí noticias procedentes del mismo índice, escritas por mano franciscana:

«Inventario de la Librería de San Francisco de Barcelona. —Los conventos encerraban en sus recintos tesoros preciosos, que eran la admiración de los sabios. Todos estos tesoros se han perdido y solamente quedan algunos retazos que los Gobiernos liberales han almacenado en las Bibliotecas provinciales o nacionales; pero lo más precioso ha desaparecido de nuestra nación, y ha ido a parar a naciones extranjeras, y a las fábricas para hacer cola, o las tiendas de especierías para envoltorios. De las obras en vitela hemos visto ejemplares preciosísimos, que una mano piadosa rescató cuando las llevaban a las fábricas, y hoy se conservan en la Biblioteca universitaria de Barcelona. En ésta se conservan también los inventarios de las librerías de los conventos, y hemos tenido la curiosidad de registrar el de la de San Francisco, en el que hemos visto obras preciosas, cuyo paradero ignoramos.»

«Entre esas obras merece especial mención la Biblia políglota de nuestro venerable cardenal Jiménez de Cisneros, la Biblia de nuestro Juan de la Haye; la Vulgata con once comentarios selectos, en veintiocho tomos, y las Bulas pontificias desde San Pedro hasta 1734 en diez y nueve tomos. Diccionarios enciclopédicos contaba un gran número, y obras escogidas en todos los ramos del saber humano.»

«El inventario está dividido en diez y seis secciones, y contiene 2140 autores, si no nos engañamos.»

«He aquí ahora los autores de cada sección»:

«Libros sagrados y litúrgicos                         129 autores

«Santos Padres                                               110 id.

«Santos Padres y Bulas Pontificias                112 id.

«Expositivos Sagrados                                   142 id.

«Morales                                                        140 id.

«Escolásticos                                                   92 id.

«Piadosos y místicos                                      178 id.

«Predicables                                                   116 id.

«Canónicos                                                    141 id.

«Dogmáticos                                                  177 id.

«Humanistas                                                  276 id.

«Historia eclesiástica                                    117 id.

«Historia profana                                             89 id.

«Matemáticas                                                 123 id.

«Filósofos                                                      113 id.

«Diccionarios                                                  85 id.

 

«La librería nuestra no era la principal, si nos guiamos por lo abultado de sus inventarios; pues figura en primera línea la de los Padres Dominicos, y sigue la de los Agustinos, Trinitarios, Mercenarios, etc. De los restos de todas estas librerías se ha formado la Biblioteca Universitaria de Barcelona, que consta hoy de más de 100.000 volúmenes».

Además de la biblioteca pública, apellidada Mariana, poseía el convento otra, no escasa, privada. De las dos podían servirse los frailes, más de la primera acudiendo a su salón, y sin extraer volumen alguno, mientras que de la segunda les era lícito llevar los necesarios a la celda, mediante empero el apunte de la extracción en la correspondiente libreta, que todo en el convento venía previsto, ordenado y reglamentado. En la Provincial he visto esta libreta.

De la existencia de un buen y ordenado archivo no cabe duda, que el P. Comes al dar sus noticias sobre este convento, especialmente de las concesiones de sepulturas a particulares, remite siempre a la escritura que dice se halla en el archivo del mismo cenobio, y su continuador nos habla de copias de documentos colocadas «en el Archivo, signadas con la letra A» de donde consta el orden en la colocación. El sabio P. Ramón Buldú, religioso de esta casa, me aseguró que el archivo contenía «muchos y antiguos pergaminos, amén de manuscritos sobre distintas materias importantes, obra de varios religiosos.»

Tejida ya en las anteriores páginas la ciertamente harto larga descripción de este famoso convento, debo ahora escribir siquiera unas líneas de su fundación. Una de las puertas de la ciudad, en la Edad media llamábase de los Leones, caía, al extremo inferior de la calle actual de Ataúlfo, nombrada hasta en días de mi mocedad Bajada de los Leones. «A la derecha, saliendo por la Puerta de les Leones caminando asi a la montaña de Monjuich, a cosa de 120 pasos, se encontraba una capillita, y heremitorio dedicado a Sta Eulalia virgen y mártir. Hoy (1735) vemos este heremitorio y capillita transmutado en un convento celebérrimo y cabeza de la esclarecida Religión Militar de los PP. Mercenarios...». Caminando en la misma dirección, y a cosa de 350 pasos de la indicada puerta de la ciudad, hallábase el hospital de peregrinos de San Nicolás de Bari, separado del mar por un arenal y rodeado de las casas del Duque de Cardona, de la de Pinós y de la de Espuny, enriquecida ésta en su terreno, según arriba apunté, con una capilla dedicada a la Virgen de Loreto. A principios del siglo XIII (disputan los autores si en 1211 o 1214) San Francisco de Asís vino a Barcelona. «En l’any 1214, vingué a Barcelona, escribe la Rúbrica de Bruniquer, lo gloriós S' Francesch,y la ciutat lo hospeda en lo Hospital de St Nicolau destinat per primer convent del orde en España, ahont entengué lo Poble la gran gloria de nostre Patrona Sta Eulalia...» . Predicó con grande edificación de los fieles y autoridades el Santo Patriarca en la capilla de dicho Hospital. «Comino vio la Predicación y ejemplar vida... de Ntro Patriarca... a los Exmos Señores Consejeros Magistrados y comunmente a todos los ánimos de los barceloneses, que sin dilación, ni más tardanza, de común acenso, consentimiento y acuerdo, resolvieron dar, y absolutamente como Patronos dieron, desde luego por convento aquel antiquísimo hospital de San Nicolás Obispo a Ntro P. San Francisco, por él, y sus compañeros que le habitasen en adelante sus hijos, como desde luego empezaron a vivir y habitar en dicho hospital» . Sobre terreno cedido por las casas de Cardona, y especialmente de Espuny, cuyo edificio para el efecto se derribó, edificaron los franciscos muy pronto su grandioso templo. «Por los años de 1247 estuvo concluida la dicha fábrica. Y el día 6 de Diciembre, día del tutelar de la Iglesia, se empezaron a celebrar en ella los oficios Divinos, con la asistencia del S. D. Jayme I Rey de Aragón, de la Serena Infanta Da Leonor, Dn Fr. Juan de Aragón, y Exma Ciudad de Barcelona Consistorialmente (Los que siempre este día concurren sin que el R. P. Guardian tenga estilo de convidarlos, como en otras festividades del año se acostumbra) con toda la Nobleza de los barceloneses y concurso popular...».

Como era natural, el convento necesitaba ensanchar sus tapias, y el nombrado Don Jaime I, por escritura de 1257, le concedió el contiguo arenal. Al principio, el templo sólo tendría la bendición, pues le vemos consagrar antes de terminar su siglo. «Gobernando la nave de S. Pedro Inocencio IV, El Imperio Romano Honorio VII, El Reyno de Aragón Dn Alfonso II, y la Iglesia Catedral de Barna Dn Fr. Bernardo Pelegrí, Religioso menor... San Luis Obispo de Tolosa, Religioso menor, que por serlo renunció la púrpura y Corona Real de Sicilia por visitar y ver la casa Real de Aragón sus deudos, vino a Barcelona, y más para visitar la dicha Iglesia, y sus hermanos religiosos, que en el convento vivían, donde el Sto había alcanzado con su enseñanza la santidad, y letras que obtenía, acordándose del voto que en ella había ofrecido al señor... entró en Barna... aposentóse con sus hermanos religiosos en el convento; y para manifestar lo mucho que apreciaba aquella iglesia determinó el consagrarla... Ejecutólo con singular devoción, consagrándola toda, con todas las aras de todos los altares, consagrando al mismo tiempo el Obispo de Barna Fr. Bernardo Pelegrí el altar y ara de la capilla de N. S. P. S. Franco. Fue tan solemne esta función como majestuosa, asistían los dos Obispos operantes, el Rey, la Reyna, la Exma Ciudad y senado, los Señores Diputados, Nobleza y Corte, y un sin número del pueblo. Fue a los 15 de Julio de 1297». El Obispo consagrante «era sobrino de San Luis, rey de Francia, e hijo de Carlos de Anjou, rey de Nápoles, quien (el hijo), hallándose prisionero de guerra en Barcelona con otros dos hermanos... desde la victoria del Almirante de Aragón D. Rogerio de Lauria, tomó el hábito de esta Orden en cuyo convento cursó sus estudios». De esta consagración certifica una hermosa lápida depositada hoy en el Museo de Antigüedades de la provincia, y empotrada antes en la puerta de la iglesia del convento que daba al claustro, según arriba apunté.

    Pronto, igualmente que el templo, fue levantándose el claustro, la sala capitular, y así otras dependencias, y al mismo tiempo iba creciendo el número de sus moradores. Pero pronto también en la primitiva rigidez monástica se fueron introduciendo privilegios y exenciones, ya para las adquisiciones de bienes por parte del convento, prohibida por el fundador, tanto al individuo como a la comunidad, ya también para el uso de calzado y otros ensanches. De aquí que en un mismo claustro se vieran entonces religiosos adictos a la primitiva observancia, y por esto llamados observantes, y otros con las exenciones, llamados conventuales. No podía durar la coexistencia de las dos ramas en un mismo albergue, y así se dividieron entonces, no sólo los individuos, sino los conventos en unos de conventuales, de los cuales fue el nuestro, y otros de observantes, de los que fue el de Jesús extramuros de esta ciudad. Esta mancha de la disciplina monacal no debía escapar a la sólida piedad y nunca bien alabado celo del Rey Prudente, quien en 1566 obtuvo del Papa San Pío V un breve, por el cual se mandaba que los religiosos conventuales de España entregaran todos sus conventos a los observantes; que de aquellos cuantos quisiesen ingresar en la observancia fuesen admitidos mediante noviciado y renuncia de exenciones; y que los que lo rehusasen salieran del reino. El día 12 de junio del siguiente año de 1567 ejecutóse en Barcelona el decreto, y llegada procesionalmente al convento de San Francisco la comunidad de Jesús, las autoridades civiles y eclesiásticas, allí presentes, le hicieron entrega de la casa con público contentamiento de ellas y de la ciudad.

El cambio de disciplina exigía cambios en la forma del edificio, y entonces el Obispo, la ciudad, la nobleza y los fieles rivalizaron en sacrificios para transformar las habitaciones particulares de los conventuales en corredores y celdas. El Prelado diocesano levantó gran parte del segundo claustro, dejando allí esculpido su escudo de armas, mientras las familias nobles fijaban el suyo sobre la puerta de las celdas que iban construyendo en los pisos altos. Y de este modo, deslizándose los lustros y aun los siglos, la piedad de prelados, gobernantes, magnates y fieles perfeccionó y acabó la grandiosa obra.

Debía sin embargo en el siglo XVII sufrir un quebranto. El arenal cedido por Don Jaime I al convento extendíase hasta frente la Rambla, y entonces la huerta cogía con este terreno mucha extensión. Mas el Rey Carlos III por Real Orden de 31 de mayo de 1774 mandó que «se construyese un fortín en la Huerta de este Convto para resguarde de sus Reales Atarazanas (el baluarte que todos los de mi edad vimos al cabo inferior de la Rambla en el terreno que hoy forma la plaza de la Pas) y se ensanchase la muralla que está detrás dicha huerta y Convento». Para lo último debía destruirse parte de lo edificado en la cara meridional de la casa. Contra las Reales órdenes recurrieron los religiosos, pero en vano, pues tuvieron que aceptar la indemnización según peritos del gobierno (que el convento no quiso nombrarlos), y en 1774 y 1775 vieron derribar el hospicio de Tierra Santa, parte de la cocina y otras dependencias, y luego a costa del Estado edificar nueva cocina y dependencias, bien que de buenas disposiciones y arregladas. 



Dejóse al convento unos grandes subterráneos bajo la muralla, a nivel de su plan terreno, de los cuales los tres más próximos a la cocina destináronse a leñero, y los demás a almacenes de objetos de iglesia y otros, de donde resulta que entre aquélla y el convento no mediaba calle pública, cual la vimos después, sino una como calle interior, espacio de unos «30 palmos» de ancho, llamada en esta ciudad androna, protegida por la parte de la muralla por una pared de cerca. Esta androna quedó del dominio del convento.

La Comunidad albergada en tan espacioso convento pasaba de cien religiosos, incluidos empero en este número cuantos se abrigaban de sus techos, como son profesos de coro, legos, comisionados de Tierra Santa, novicios y donados; además de todos los cuales servían al templo cinco monaguillos. En la «Relación oficial de la seráfica Provincia de Cataluña y Menorca 1832-1835» se lee que este convento tenía «41 Padres, 11 Coristas, 20 Legos, 18 Novicios y 13 Donados. En la Comisaría de T. S. había 1 Padre y 7 Legos.» Total 111.



San Francisco Asís. Fragmento de la obra de Anton Van Den Wyngaerde.




El convento de San Francisco guardaba dulces recuerdos de la vida política y glorias de la patria catalana. «Por la Majestad de Don Jayme I, Rey de Aragón y Conde de Barcelona, ordenó y dispuso por sí y sus descendientes de prestar, y él prestó, antes del ingreso al régimen y gobierno de la Real Corona, juramento: para que después de prestado, el conservar y guardar a sus vasallos, sus privilegios y inmunidades a ellos otorgados por los antecesores Condes de Barcelona, y Reyes y Condes de Aragón; estar apto su Real Majestad, y sus descendientes y sucesores, para recibir de sus vasallos el juramento de fidelidad, sacramento y homenaje, como se lo prestan los tres brazos.»

«Del juramento que ordenó su Majestad hacer por las Islas Mallorca, Serdeña, Iviza, y Sicilia dispuso que fuese tomado de manos del R. P. Guardián del convento de S. Francisco de Barcelona en su propio terreno, y dominio, que es en la plaza pública, dicha de San Francisco, el día de la entrada pública haze Su Real Majestad, antes de ir a su palacio; con la advertencia que han pretendido, ya Obispos, ya Arzobispo ya Patriarcas, y otras Personas en dignidades condecoradas, nunca sus Majestades han permitido, ni han querido despojar esta gran prerrogativa que goza, y ha gozado siempre el Guardián de este Regio convento...»

«Prevención del Guardián. —Prevenido el tablado que lo hacen en la Plaza de S. Francisco, junto a la pared de la casa del Conde de la Rosa, con el trono, y silla, como dice la Rúbrica de la Ciudad con su dosel. . el R. P. Guardián de su mano ponga un misal abierto sobre la almoadilla del Real asiento.»

«Luego se irá a la sacristía en donde a su tiempo se revista con capa pluvial. Diácono, subdiacono, y dos acólitos para los ciriales. Tomara sobre sus hombros una banda, para con más reverencia, y decencia, tome, y pueda tomar la Santa Vera Cruz. Los ornamentos y vestiduras serán de color blanco. Salga de la iglesia por la puerta que dicen de San Antonio, y se detenga a los mesmos umbrales de la Puerta dicha. Al tiempo que la Magd Real sube al trono, dicho P. Guardián y Ministros se vayan encaminando allá, de modo que luego que Su Mag. esté sentado suba ya el P. Guardián, y Ministros, la escalera del Trono, y al entrar al plano de dicho trono, P. Guardián y Ministros a un tiempo, harán un grave, y atento acatamiento al Rey. En llegar en medio de dicho trono, harán otro grave y atento acatamiento al Rey; y a la que llegan a ajuntarse con su Real asiento, con toda uniformidad hagan otro grave y atento acatamiento... El cual ejecutado el R. P. Guardián, ponga la Santa Vera Cruz, sobre el Misal, y se quedará con las manos juntas mientras que va leyendo el Protonotario lo que ha de jurar el Rey; y acabado de leer dará el R. P. Guardián la S. Vera Cruz al diácono... Y tomará el Misal, acercándose al Rey, y puesta la Real mano sobre los Santos Evangelios, le diga... Lo JURA V. MAGD ... Dada por el Rey la respuesta Sí LO JURO, dé a la adorar el Santo Evangelio dejando el R. P. Guardián el Misal, y tome la S. Vera Cruz y la dará a adorar al Rey.»

«Luego el R. P. Guardián diga unas breves razones al Rey, dándole las gracias de la honrra, merced y gracia ha hecho en la nueva confirmación de los privilegios, que por sus antecesores gozan las Islas sobredichas; y las mesmas gracias le dará de la honrra Persona haze, a la ciudad, y condado de Barcelona.»

«Concluido... el R. P. Guardián con la S. Vera Cruz a sus manos, y los ministros, se retornarán del mesmo modo caminando de lado para no volver las espaldas al Rey, haciendo las tres graves, y atentas cortesías, o  acatamientos, que cuando fueron, y se irán por el mesmo camino a la sacristía, para colocar la S. Vera Cruz, y despojarse. Luego sube al teatro, y pie del Rey, todo el Magistrado, a prestarle sacramento y homenaje» .

Cree, no sin fundamento, el P. Comes, que por regla general, al aunarse Cortes del Principado en Barcelona, se reunían en este convento, y funda su creencia en la noticia cierta de haberse efectuado así algunas veces, tales como bajo Carlos Emperador, Carlos II y Felipe V. No desplacerá al lector ver aquí la detallada relación de las ceremonias de las últimas celebradas, que fue en 1701, bien que por un rey que muy luego, dejando su primitiva senda, malamente nos oprimió. La copio de un impreso barcelonés anónimo, de 1702. «Del principio que dio Su Majestad a las Cortes Generales del Principado de Cataluña, asistiendo al Solio.»

«El lugar señalado era el suntuosísimo Convento de la Seráfica Observancia desta Ciudad, en cuyos espaciosos ámbitos a discretas providencias, y considerables gastos del muy Ilustre y Fidelísimo Consistorio de los Deputados, y Oydores, se distribuyeron los puestos proporcionados para los tres Estamentos, y para todos sus Oficiales, como también para todas las Juntas particulares.»

«Para el día señalado se previno en la Iglesia del mismo Convento un Magestuoso Solio, en esta forma: Fabricóse un tablado sobre el Presbiterio con once gradas de tres cuartos cada una, para subirse a él, que llegaban por el pavimento de la Iglesia hasta la segunda Capilla: Formaban estas gradas dos ángulos, uno por cada parte de su espaciosa frente, por donde se había de subir, y por arriba se formó una balustrada, que se cubrió después, como todo lo demás del tablado, y gradas, de paños amarillos, y colorados, proporcionadamente distribuidos. Sobre este tablado se levantaron otras tres gradas, cuyo llano llegaba hasta el Retablo del Altar mayor, en el cual se puso un rico Dosel, con sus colgaduras a los lados, a disposición de los de la Familia de su Majestad, y debajo del Dosel se colocó una rica Silla con su Estrado, y almohadas de terciopelo carmesí, con franjas de oro. Por el llano del pavimento de la Iglesia, a la parte derecha, se pusieron dos líneas de bancos sin respaldo, que empezando junto a las gradas del Solio, llegaban hasta la Capilla de San Antonio, para que se sentasen en ellos los sujetos del Estamento Eclesiástico. A la otra parte se pusieron seis líneas de bancos, ocupando la misma longitud para todo el Estamento Militar. Y por el ancho de la Iglesia haciendo frente al Solio, concluyendo los dos extremos de parte a parte de los bancos del Estamento Eclesiástico, y Militar, se pusieron tres líneas de bancos para el Estamento Real.»

«Con esta disposición, el día 12 de Octubre a las 3 de la tarde se poblaron los bancos, de las personas de los tres Estamentos, presidiendo en el Eclesiástico, el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Tarragona, en el Militar el muy Ilustre Señor Marqués de Anglasola Conde de Peralada, y en el Real el Excelentísimo Conseller en Cap de Barcelona. Y a lo que se tuvo noticia que venía su Majestad, salió toda la Comunidad del Convento con la Cruz alta procesionalmente, y el Padre Guardián concluyéndola con su Capa Pluvial, Vera-Cruz, y Asistentes, y salieron todos hasta la puerta del patio, y al que llegó su Majestad, salió a recetarle el Excelentísimo Conseller en Cap con sus dos Maceros, y apeándose su Majestad del Coche, con los debidos acatamientos se puso a su lado a la mano izquierda, y tomando seis Religiosos revestidos, un Palio, que tenían prevenido, se puso su Majestad debajo del, y el Excelentísimo Conseller en Cap a su lado, y los dos mazeros de la Excelentísima Ciudad con sus Mazas delante el mismo Palio, 3' el Excelentísimo Señor Duque de Medina Sidonia, con su Estoque desnudo en la mano, iba delante de su Majestad, y la Guardia de Corps con las demás Guardias iban detrás, y cuatro Reyes de Armas iban a los lados del Palio, y en esta forma se encaminaron a la puerta de la Iglesia, precediendo toda la Procesión de los Religiosos, y al entrar en ella entonaron el Te Deum laudamus, continuándole hasta que su Majestad estuvo en el Solio.»


«Al llegar al pie de las gradas del Tablado, el Excelentísimo Conseller en Cap, haciendo el debido acatamiento se despidió de su Majestad, y se volvió a su lugar, y su Majestad con el Palio se subió al llano grande del Tablado, y después al Solio, y los Religiosos arrimaron el Palio a un lado del mismo Tablado, adonde se concluyó el Te Deum, y todos los Religiosos se retiraron por la otra parte de la Sacristía.»

«Asentose su Majestad en su Silla, y el Excelentísimo Señor Duque de Medina Sidonia se puso a su lado en pie, y después puso el Estoque desnudo en manos de su Majestad, y se bajó al llano del Tablado, y allí estuvo en pie todo el tiempo que duró la función. Estaban los Reyes de Armas dos a cada parte del llano del mismo Tablado, y en la parte derecha de las gradas estaban el Ilustrísimo Señor Canciller Obispo de Gerona, con uno de los muy Ilustres Regentes del Supremo de Aragón, 3" los Ministros de su Sala, y a la otra parte estaban tres Ilustres Regentes del Supremo de Aragón, el muy Ilustre Regente de Cataluña con lo restante de los demás Ministros, que estuvieron toda la función en pie, y descubiertos.»

«Estando todo en esta disposición, un Rey de Armas, de orden de su Majestad, con alta, é inteligible voz dijo: «Silencio, Silencio:» y luego después que todo aquel lucido concurso, y autorizado congreso se puso en un profundo silencio, dijo otra vez con esforzada voz: «El Rey manda que os sentéis,» y en esto se sentaron todos los sujetos de los tres Estamentos, y luego después volvió a decir: «El Rey manda que os cubráis,» e inmediatamente se cubrieron todos los sujetos, y finalmente dijo: «El Rey manda que atendáis,» y luego después el muy Ilustre Don Joseph de Villanueva, Proto-Notario del Supremo de Aragón, de orden de su Majestad, con clara, é inteligible voz, leyó la Proposición que hacia su Majestad a la Corte, que fue del tenor siguiente.»

La proposición dice a las Cortes que deliberen y propongan lo más conveniente justo y útil al buen gobierno del Principado. —Y luego sigue así:

«Entendida por todos los tres Estamentos tan justificada, discreta y celosa Proposición, subieron al Tablado, y a ponerse delante de su Majestad el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Tarragona, el muy Ilustre Marqués de Anglasola, y el Excelentísimo Señor Conseller en Cap, Presidentes, respectivamente, de los tres Estamentos, y haciendo los acostumbrados obsequios, puestos a la presencia de su Majestad, dijo el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Tarragona, que con mucho gusto reportaría la Proposición, que su Majestad les había hecho, a su Estamento Eclesiástico, asegurando a su Majestad que en todas las dependencias de aquellas Cortes se procuraría la mayor honra, y gloria de Dios, lo que se juzgaría más útil al Real servicio, y al beneficio público del Principado; lo que en substancia vinieron después a repetir el muy Ilustre Marqués de Anglasola, y el Excelentísimo Señor Conseller en Cap, y arrodillándose por su orden a las Reales plantas, besando la Real mano, se volvieron con los acostumbrados acatamientos cada uno a su lugar.»

«Subieron después el Ilustrísimo Señor Chanciller, y los muy Ilustres Regentes del Supremo de Aragón, y el del Principado de Cataluña con todos los demás Ministros, y con la acostumbrada ceremonia se llegaron por su orden a besar la Real mano de su Majestad, y hecha esta función, el Excelentísimo Señor Duque de Medina-Sidonia con los acostumbrados acatamientos se llegó a su Majestad, y aceptó de su Real mano el Real Estoque desnudo, que por todo aquel tiempo había tenido su Majestad en la suya. Y bajando su Majestad del Solio, y las gradas del Tablado, llegó el Excelentísimo Señor Conseller en Cap, y le fue sirviendo, y acompañando en la misma conformidad, que cuando vino, hasta tomar el Coche, y volviéndose a su lugar, se fueron los tres Presidentes, cada uno con todo su Estamento, a los puestos que se les tenían prevenidos. El Eclesiástico en la Capilla del Claustro, que comúnmente llaman del Perdón: El Estamento Militar en el Refitorio: Y el Estamento Real, en la pieza que dicen el de Profundis

«Estaban estas tres piezas decentemente aderezadas con sus bancos, y sobre ellos unos colchoncillos de brocatelos, con sus mesas con tapetes de damasco carmesí con franjas de oro para los Presidentes, y sobre ellas sus campanillas con todo el recado de escribir, y a las puertas sus cortinas del mismo damasco; y todas las demás piezas, que eran muchas, en que habían de juntarse los Habilitadores, Constitucioneros, del Redreso, Promovedores, Tassadores de Salarios, de medios, Recogedores de agravios, en que se habían de tener las juntas particulares de los Abogados, Escribanos, y demás Oficiales, estaban también adornadas decentemente con sus mesas, y tapetes, con tinteros, pulseras y demás piezas de bronce, con sus escribanías doradas, con sus bancos, y sobre ellos los mismos colchoncillos de brocatelos, arquillas para guardar los papeles, y todo lo demás que era necesario para conferir, averiguar, reconocer, y actuar con los demás ministerios de las Cortes, y todo esto con lo demás necesario, para que de día, y de noche se pudiese continuar la Corte, se dispuso a providencia, y gasto del muy Ilustre, y Fidelísimo Consistorio de los Deputados, como también la satisfacción de todos los salarios, en que consumió una considerable cantidad».

El libro que nos da estos datos no reseña las deliberaciones de las Cortes, ni de hacerlo habría aquí lugar para copiarle. Explica la terminación de ellas en las siguientes palabras. «De la conclusión de las Cortes Generales, que celebró su Majestad a este Principado.»

«Llegó el deseado día de 14 de Enero del corriente año de 1702 en que su Majestad deliberó dar complemento a las Cortes Generales: y habiéndose prevenido el mismo Solio en la Iglesia del Convento de San Francisco, en la misma forma que estuvo dispuesto, y adornado el día que se dio principio a ellas, con la distribución de los bancos para los tres Estamentos: Estando ya estos ocupados de los tres Presidentes, y demás personas que les componen, con el mismo modo que queda ya descrito en el §. 7, pág. 112. A las 4 de la tarde llegaron sus Majestades a la Iglesia de dicho Convento, y saliendo a su puerta mayor toda la Comunidad de Religiosos en Procesión con el Padre Guardian con su Vera-Cruz, y Asistentes, y con su Palio, salió también el Excelentísimo Conseller en Cap, que les hizo el obsequio de recibirles, y puestos sus Majestades debajo del Palio, se puso a mano izquierda del Rey nuestro Señor, y entonando los Religiosos el Te Deum, se encaminaron al Solio.»

«Sentado el Rey nuestro Señor en la silla de mano derecha, y en la de mano izquierda debajo el mismo Dosel la Reyna nuestra Señora, se puso al lado de la silla del Rey el Excelentísimo Señor Duque de Medina Sidonia con su estoque desnudo en la mano, y a la parte de la Reyna estaba la Excelentísima Princesa de Ursino su Camarera Mayor, sentada en la primera grada de las tres de la Tarima. El Ilustrísimo Señor Canciller Obispo de Gerona, muy Ilustres Regentes del Consejo Supremo de Aragón, y de Cataluña, y los demás Ministros estaban en las gradas en la misma conformidad que se ha dicho en la pág. 115. En el llano del Tablado estaba el muy Ilustre Proto-Notario, y Reyes de Armas, y demás comitiva de su Majestad.»

«Con esta disposición subieron al Solio el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Tarragona, el muy Ilustre Conde de Peralada Marqués de Anglasola, y el Excelentísimo Señor Conseller en Cap, Presidentes de los tres Braços; y el Ilustrísimo Señor Arzobispo de Tarragona presentó a su Majestad el Cuaderno de las nuevas Constituciones, y Capítulos de Corte con el debido obsequio, diciendo en substancia: «S. C. R. M. De parte de la Corte se presenta a V. Majestad este Cuaderno, en que están continuadas todas las Constituciones, y Capítulos de Corte, que V. Majestad se ha servido otorgar: suplicando la presente Corte a V. Majestad sea de su Real agrado jurarlas, como han acostumbrado los gloriosos predecesores de V. Majestad»; Y hecha esta Suplica, puestas después las Constituciones sobre una mesa, que estaba prevenida con su Misal, y Vera-Cruz, se volvieron los tres Presidentes con los acostumbrados acatamientos cada uno a su puesto.»

Festivas demostraciones y magestuosos 
obsequios con que el Consistorio de
Cataluña celebró el arribo e himeneo de los
Reyes Felipe IV de Aragón y V de Castilla...

Barcelona 1702


    «Bajó después el Rey del Solio, y arrodillado en una almohada, delante de la mesa prevenida, leyendo el muy Ilustre Proto-Notario con alta, é inteligible voz su juramento, poniendo la Real mano sobre la Vera-Cruz, y Misal, juró las Constituciones, y Capítulos de Corte, y se volvió a su Solio.»

«El juramento de su Majestad no se transcribe, por haberse ya impreso en las mismas Constituciones.»

«Subieron segunda vez al Solio los tres Presidentes, y con mucho obsequio, y rendimiento, dando las gracias a su Majestad, le presentaron la Suplica con la Oferta del Donativo de un millón, y medio, que por ir impresa también en las mismas Constituciones no se transcribe; y después de haber besado la Real mano, como también la de la Reyna nuestra Señora, haciendo los acostumbrados obsequios se volvieron a sus puestos. Leyó el Proto-Notario con alta, e inteligible voz la Suplica, y después uno de los Reyes de Armas, con alta voz, dijo a los Presidentes, y Braços de la Corte: «Subid, subid a besar la mano a sus Majestades»: y subiendo los Presidentes con todos los sujetos de sus Braços, por su orden, hicieron la función del Besamano; y después de concluida volvió el mismo Rey de Armas a decir con alta voz, que su Majestad licenciaba a la Corte, para que cada uno se pudiera volver a su casa, siempre que quisiere: Y levantándose sus Majestades del Solio, con la misma Procesión debajo del Palio, obsequiándoles el Excelentísimo Conseller en Cap hasta la puerta mayor, con su Real comitiva, se volvieron a su Real Palacio.»

«Ostentóse tan soberanamente benigno su Majestad en estas Cortes, que concedió generosamente Magnánimo todas las Constituciones y Capítulos de Corte en el modo, y forma que se le pidieron, quedando todos los Estamentos, y aun todos los Naturales deste Principado con la eterna gratitud de haber experimentado tanto favor, y gracia de su Rey, y Señor. Y si las gracias que benignamente generosos franquean los Príncipes a sus Vasallos, se califican de los Políticos, del más calificado imán para atraer suavemente sus voluntades, llegándolas a acreditar de licito hechizo de los corazones, con que llegan a ser adorados de sus súbditos; por dos singulares motivos debe quedar este Principado eternamente rendido a las Reales plantas de nuestro gran Monarca obsequiosamente postrado, y finamente agradecido; el uno, por averse dignado su Majestad favorecerle, en que fuera el primero de todos sus Reinos a quien ha celebrado Cortes. El otro, por haberle en ellas concedido, y otorgado más señaladas gracias, y mercedes, y más favorables Leyes, y Constituciones, que cualquiera otro de los Serenísimos Reyes sus gloriosos predecesores.»

Hasta aquí las noticias del impreso. Siguen ahora otras del P. Comes: «Siempre que en este Regio Convento se han celebrado Cortes, todo el aparato, y gasto dellas, en los puestos que se determinan, corre, y ha corrido siempre, a cuenta de la Diputación, sin que el convento haya tenido interesencia, ni gasto alguno, en aquellos parajes, y puestos, que para ello se componen, para los tres brazos, y estados.»

«Cuando se ofrece dar algún memorial al Rey, alguno de los tres brazos, viene Su Magd al convento para recibirle, que no se lo llevan a palacio, por ser de privilegio.»

«Para esto, aquel brazo que da el memorial al Rey, debe prevenir la sacristía, sacando la mesa del medio de ella, poner dosel, silla y lo necesario, en frente de la entrada de ella, que viene a ser delante del estante donde se ponen los misales, y allí puesto el Rey, recibe el memorial.»

«Siempre y cuando para esto, u otro término el Rey viene en el convento, al entrar a la puerta principal de él el R. P. Guardian se pone al lado Real guiándole, y acompañándole al lugar destinado y no le deje hasta que se vuelva a salir del convento.»

«Debe ir su Paternidad con singular precaución y vigilancia, que como acuden tantos hijos de diversas madres, en tan gran concurso de gentes suceden muchos cuentos y robos.»

«Deberá antes de concluirse las Cortes, y su Real Magd firmarlas, dar Su Pd Rda al Rey, un memorial pidiendo los despojos de las Cortes, que consisten en muchas tablas, mesas, bancos, otras maderas, tapetes de las mesas, cortinajes de diversas puertas, y otras muchas cosas, que importa mucho, y se remedia mucho el convento con ello, y con lo que da de ordinario la Diputación al convento» .



Maqueta del Litoral de Barcelona - Convento de San Francisco o Framenors


Por otros conceptos, además de los hasta aquí explicados, se hallaba este convento ligado con la patria catalana. «Es el M. R. P. Guardian de S. Francisco Capellán Mayor de la Exa Casa de la Ciudad de Barcelona, y de sus Consejeros (consellers) en todo muy venerado, estimado, atendido, y reverenciado: a cuyo fin debe su Pd (Paternidad) tener asignado de continuo un religso, de prendas, para que todos los días del año vaya a decir la Misa en dicha capilla, y casa, y cuando en aquella Exma casa va alguna visita, deberá acudir el Religioso a ella, para agua bendita, y en algunas otras funciones tiene lugar, de que le avisan. No entra, ni ha entrado jamás a decir misa en dicha capilla y consistorio, sino Religioso menor, aunque lo han procurado muchos.»

«Por los meses de enero, febrero y marzo, ha de haber cuidado el R. P. Guardian a asignar un religioso de prendas, para que todos los días vaya a la Diputación para decir la Misa a los Exmos Señores Deputados del Principado, y en los domingos, y fiestas tendrá este Religioso el cuidado de ir a la cárcel Real, a decir la Misa a los presos.»

«Convite debe hacer el P. Guar.n »

«Tres veces en el discurso del año acostumbra venir a los Divinos Oficios, el Exmo Virrey, y Capitán general en esta iglesia, esto es, el día de N. S. P. S. Francisco, el día de S.n Nicolás Obispo, y el día de San Juan Evangelista. Para lo que el R. P. Guardian le deberá visitar y convidar antes de la fiesta.»

«Otras tres veces, y en las mismas fiestas dichas, acostumbran venir a los Divinos Oficios en esta Regia iglesia los Exmos Señores Diputados del Principado La Ema Ciudad y Concelleres de Barna las tres fiestas arriba dichas acostumbra todos los años acudir a los Divinos Oficios en esta regia iglesia...»

«Cuando el Rey, o la Reyna mueren, esta la Exma Casa y Concejeros juntos en la sala del Consejo de Ciento, para recetar el pésame, a lo que van Virrey, Obispo, Relignes y Nobleza, a lo que no deberá faltar el P. Guarn como se dice en el tomo 2 del Lib. vero en fol. 176 que se guarda en la sacristía, y consta de 237 páginas» .

Gobernaba a toda la Orden el General asistido de su junta definitorio, ambos de nombramiento del Capítulo general, el que se reunía cada seis años, término de la duración de aquellos cargos. Dividíase la Orden en dos grandes familias, la transmontana, o sea italiana, y la cismontana o de aquende los Alpes, teniendo aquélla a su frente al General, y ésta un Comisario General, quien, si bien gobernaba directamente y por sí la familia, quedaba bajo el mando del Ministro General. Proveía en un sexenio de General la una, y de Comisario la otra; y viceversa en el siguiente. Cada una de las distintas provincias regulares que integraban las familias era regida por un Ministro Provincial asistido de su Definitorio, junta que constaba del mismo Provincial, el Custodio y cuatro Definidores, todos de nominación del Capítulo provincial. Este se aunaba cada trienio, resultando también trienales aquellos cargos. A los conventos gobernaban por tres años los Guardianes, asistidos de la junta Discretorio, todos de nombramiento del Definitorio en Capítulo provincial; bien que como a los diez y ocho meses de la celebración de este Capítulo se reunía el llamado intermedio, y los Guardianes, tanto en este como en el provincial, debían presentar, y presentaban, su dimisión, podían en tal tiempo ser relevados por otros. Precedía a los Capítulos provinciales la visita de los conventos, girada por el Comisario General o un delegado suyo, quien presidía el Capítulo; y a los intermedios la del Provincial, que luego los presidía.

El General de los franciscos gozaba de elevadísimos honores de parte del Estado en España. Si no me equivoco, era Grande de España, y «yo mismo vi en 1819, escribe un autor perverso, al P. Cirilo General de los Franciscanos pasar la visita a Segovia, y enviarle una compañía de granaderos con sus banderas a hacerle la guardia de honor al convento de su misma Orden donde se hospedaba, y en donde por desgracia yo estudiaba».

De manos del Santo Patriarca y de la aprobación apostólica salió la Orden con todo el rigor de la observancia. Mitigaciones de la regla posteriores dieron vida, según escribí arriba, a la rama conventual, extrañada de España desde el siglo XVI. De la misma rama observante procedieron reformas, a saber, la llamada Descalza, o alcantarina, fundada por fray Juan de Guadalupe en 1500, y propagada por San Pedro de Alcántara; la de los Recoletos, obra de dos frailes españoles de nombre Esteban de Molina y Martín de Guzmán; la de los reformados alemanes; y, finalmente, la de los Capuchinos erigida por Fr. Mateo Bassi en 1525. Todas estas ramas profesaban la regla franciscana, pero distintas constituciones, es decir, guardaban uniformidad en lo esencial, diferenciándose en puntos de segundo orden. Las observante, descalza, reformada y recoleta, como más identificadas, vivían y militaban bajo un mismo supremo superior, el Ministro General, que legítimamente se titulaba Minister Generalis totins ordinis Sancti Francisci. La conventual, muy reducida en número de individuos, reconocía otro Maestro General, como igualmente la capuchina, la que profesa todo el rigor de la regla aumentado por el de sus constituciones. En Cataluña, dejada a parte la rama capuchina, a la que debo capítulo especial, la familia franciscana contaba treinta y dos conventos pertenecientes los más a los observantes y los restantes en número de nueve a los recoletos, dependientes no obstante todos del mismo Ministro Provincial, excepto Escornalbou que venía inmediatamente sujeto al General. Los recoletos eran los de Escornalbou, Tortosa, Figueras, Horta, La Bisbal, Alcover, Riudoms, Tarrasa y Mora de Ebro. «Por lo regular lo que ha dado origen a un fraccionamiento (o reforma) (salvo algunos pocos casos) no ha sido la relajación propiamente dicha (porque en este caso, en lugar de fraccionarse, todos se han unido para combatirla); sino el diferente modo de xer las cosas». «León XIII, por su Bula Felicítate quadam de 4 de octubre de 1897, ordena que la Orden de Menores, dividida hasta el día de hoy en distintas familias, tenga la debida unión; y para lograrlo, abolidos los nombres de Observantes, Reformados, Descalzos o Alcantarinos y Recoletos, manda que, según la intención del Padre San Francisco, todas estas familias formen y se llamen la Orden de Frailes Menores, sin otro apelativo» 

Admitido un joven en la Orden, entraba en un convento donde hubiese noviciado, que en los últimos tiempos antes del 35 lo tenían los de Barcelona, Reus y Gerona. Practicaba el noviciado con todo rigor, sin ni un día cruzar la puerta; y finido el año, profesaba. Destinábasele entonces o al mismo convento, o a otro, para allí esperar la apertura del curso , o  sea el día 4 de octubre, fiesta del Santo Fundador. Para este día se le mandaba a un convento donde hubiese curso de Filosofía, que en la mentada época lo habían en los de Barcelona, Gerona, Lérida, Bellpuig, Reus, Tarragona, Montblanch, Villafranca del Panadés, Berga, Figueras, Horta y Riudeperas. Duraba el curso hasta el día 13 de julio. Acabada la Filosofía, pasaba el joven a un convento que albergase cursos de Teología dogmática, que eran los de Barcelona, Gerona, Reus, Tarragona, Tortosa y Riudeperas. Estudiada ésta, a otro que tuviese curso de Moral, que eran Barcelona, Reus, Tarragona, Gerona y Riudeperas. Enseñábase además cánones en Barcelona, Reus y Riudeperas. Los estudios no dispensaban del coro ni de los ejercicios de piedad. En Teología los actos literarios del curso consistían, además de la vela, en dos horas de clase por la mañana, una y cuarto por la tarde y argumentos aparte; y durante las vacaciones, en estudio de Retórica, escribir sermones, y resolver cuestiones filosóficas. La Moral ocupaba sólo un año, pero con dos horas de clase por la mañana y hora y media por la tarde y dos conferencias semanales de casos prácticos.

La vida del franciscano participa de contemplativa y activa, ocupada en la meditación, coro con oficio divino y Misa conventual, lectura espiritual, exámenes de conciencia y demás prácticas de la primera, añadidos al desempeño de los ministerios propios de la segunda. A las cuatro de la madrugada todos los frailes estaban de pie; todos, mañana y tarde, asistían a la meditación en común en el coro, de la cual nadie, ni aun los superiores, estaban dispensados; a las vísperas y completas, cada día sin excepción cantadas; al restante rezo del oficio, semitonado en los días regulares, cantado en los clásicos, y esto con mayor o menor solemnidad según la de la fiesta. Empero de la asistencia a alguno o algunos de los rezos del oficio en el coro estaban exentos los religiosos de determinados grados o cargos. Anualmente todos los conventos practicaban ejercicios espirituales, y en este punto era tal el precepto que su cumplimiento se hacía constar sobre la firma de los superiores en el libro de cuentas. Nunca se prescindía de la lectura del refectorio, pues sólo tres o cuatro días señaladísimos del año se permitía hablar un ratito al fin de la comida. Todos los viernes celebrábase en el mismo refectorio el Capítulo de culpas; y en él, desde el fraile más joven al más reverendo, salían todos, un día cada uno, y arrodillados en medio de la pieza, decían su culpa, y con toda humildad pedían penitencia, la que acompañada de la competente reprehensión recibían allí de boca del superior. La vista no se levantaba de la mesa o del suelo, ni aun para curiosear sobre el de enfrente. En ciertos días, en el mismo refectorio, antes de servir la sopa, los novicios, postrados de cuatro manos en tierra, besaban los pies a los padres, quienes empero, ocultando tal extremidad bajo el hábito, hacían que éste recibiese el ósculo en lugar del pie. Los jóvenes con inocente chiste decían que en aquel día tenían principi de peus. En martes y viernes la comunidad tomaba disciplina. Nunca un religioso cruzaba el umbral de la portería como no se dirigiera a un fin determinado, previa venia del superior y por lo común acompañado. Escrupulosamente se guardaban dos cuaresmas, la de la Iglesia y otra establecida por el Fundador, que abarcaba desde el día de difuntos hasta el de Navidad; y además de ellas muchos padres observaban una tercera, sólo aconsejada, que empezaba el día de la Epifanía y se extendía hasta el cumplimiento de cuarenta ayunos: dato elocuentísimo que prueba cuan fervoroso y elevado espíritu animaba a la comunidad, y cuan sin razón calumnian a los frailes los que con la pluma o  con el pincel les motejan de glotones. De donde resulta en tales impíos, que rehusando ellos abstenerse hasta de promiscuar un solo día, osan acriminar a los que en su mayor número ayunaban siete meses del año.



Relieve funerario. 2ª mitad del sXIV - MNAC

El hábito consistía en calzoncillos, túnica interior de lana en lugar de camisa, otra superior ceñida al cuerpo con un cordón y capilla, a lo que en invierno se añadía la capa, todo de burdísima lana aquí de color ceniciento, que modernas órdenes de León XIII, uniformando las provincias franciscanas, cambiaron por el de chocolate. Desde el Provincial al último lego debían usar la misma tela. Afeaba la cabeza la gran rasura con el cerquillo, mientras por opuesta parte los pies carecían de todo calzado que no fuera unas pobres sandalias en los presbíteros y unas alpargatas en los demás.

Vivían en celdas de un corredor común, compuestas de cámara, alcoba y muy estrecha recámara, ésta con ventanilla reducida y aquélla con mayor, circunstancia que en los muros exteriores daba una alternativa de vanos grandes y pequeños peculiar de las casas franciscas. Los balcones estaban prohibidos. La cama componíase de pobres tablas, un simple jergón de paja y manta de lana, sin sábana ni aun en verano, de modo que me aseguraba un respetable padre que en todo el convento no se hallara una hebra de hilo. El fraile dormía vestido.

No poseía un céntimo ni el individuo ni el convento, el cual nombraba un síndico, por regla general seglar, quien, con autorización apostólica, y en nombre del Papa guardaba cuanto se daba a la Comunidad, y de tal arte ésta no se consideraba con dominio que, si el síndico hubiese cometido hurto, ella no podía reclamar en juicio como dueña. Ni el religioso ni el convento podía poseer réditos anuales, y si la piedad de algún testador disponía que anualmente para la celebración de misas o sufragios se entregase alguna cantidad al convento, ésta pasaba a manos del síndico y el Padre Guardián debía entregar al que cumplía tal manda una protestación por escrito firmada y sellada, manifestando que los religiosos no tenían derecho a ella. Hasta las limosnas de las cotidianas Misas eventuales no pasaban por la mano del fraile, sino que se entregaban al síndico. Tan privado de dominio se hallaba el religioso que no sólo debía abstenerse de todo acto de él, sino de cualquiera otro que lo significara. Como el superior debía dar al religioso, sano todo alimento y vestido, y en enfermedad cuanto necesitara, de aquí que entre los franciscos no se conociera el peculio de otras órdenes. Sólo en caso de verdadera necesidad podía el fraile, con licencia del prelado, procurarse algún dinero, o mejor limosna, la que colocada en poder del síndico era empleada con consentimiento del donante y en su nombre o en el de «la Sede Apostólica, a la cual declaramos, dicen los Estatutos de la Orden», pertenecer el dominio de la pecunia lícitamente ofrecida para las necesidades de los religiosos, según está declarado por Martín V y Pío IV» v5).

Con gran empeño previnieron los Estatutos la entrada de la ociosidad en los conventos dictando disposiciones que literalmente copio. «Para evitar el ocio ordenamos que todos los religiosos sean compelidos por los superiores a ocuparse en los ministerios y trabajos, que según sus estados les convienen; y los que fueren notablemente viciosos en la falta de la ociosidad, sean privados por el Ministro o Custodio de voz activa y pasiva.»

«Si los Superiores fueren en esto negligentes, sean por los visitadores castigados, los cuales inquirirán en sus visitas como se guarda esta constitución». El hecho venía concorde con el derecho, pues el elocuente y franco Padre Rafael Sans me aseguró que nunca los superiores permitían un fraile ocioso.

En la rama recoleta el rigor crecía en modo extraordinario. Allí el retiro era completo: no podía el religioso salir al pueblo más que mandado: nunca hablaba fuera de los recreos: y la vida era tan común que ni aun el tabaco de caja se proporcionaba el mismo fraile, recibiéndolo todo del fondo de la casa.

Tan severas prácticas y disciplinas de la Orden franciscana eran conservadas con edificante constancia, que no en vano vigilaban los superiores y los Capítulos provinciales y generales, pero sobre todo la visita del General giraba cada tres años. Y no solamente las conservaban, sino que cuando la natural tendencia de la humana flaqueza, o las guerras u otras circunstancias, como acaeció en el primer cuarto del siglo XIX, producían en ella algún quebranto, diligentemente las curaban y restituían a su primitivo ser, de lo que sale por buen fiador el célebre y fecundísimo Capítulo general de Alcalá de Henares de 1830 y varias otras acertadas y decididas providencias, que muy luego reseñaré.

 


San Francisco Asís. Fragmento de la obra de Anton Van Den Wyngaerde.


Además de los mentados actos de piedad, ocupaban de continuo al religioso franciscano los de instrucción y ministerio, como son, tres conferencias semanales, interiores de la casa, ya de Moral, ya de Rúbricas, ya de Ascética; confesar, asistir a enfermos, predicar, misionar, y mil otras obras de caridad espiritual. Del celo de estos religiosos dan testimonio los periódicos de sus últimos tiempos, en cuyos anuncios de funciones religiosas de la ciudad se lee el nombre de numerosos franciscos que predican en ellas, a los que deberían añadirse el de las más abundantes de las del campo. Dos religiosos del convento de Barcelona desempeñaban el cargo de confesores de las monjas de Jerusalén, y servían al culto de su templo viviendo por lo mismo en la casa destinada al capellán; otro el de las de Santa Clara, dos el de las de San Pedro de las Puellas y otros el de las de Pedralbes. Estos últimos sin duda, para prevenir el mote de holgazanes que los modernos dan a los religiosos, dedicaban los ratos libres a la enseñanza de numerosos muchachos. «Dos frailes de San Francisco» acompañaban los reos al patíbulo, y «no le abandonaban hasta después de su muerte», distinguiéndose en tan triste cargo en los últimos años el P. Pons, hombre de potentísima voz. En los postreros días de esta Comunidad dos padres de ella escribían un diccionario catalán-castellano y viceversa.

Unas líneas atrás escribí que cuando la natural tendencia de la humana flaqueza, o las guerras, u otras circunstancias adversas producían alguna quiebra en la disciplina, la superior vigilancia diligentemente restituía ésta a su vigor; y aquí los hechos, inmediatamente posteriores a la paz de 1814, plenamente nos certifican de esta verdad. El P. Provincial Narciso Lalana, en su carta pastoral de entrada en el cargo, fecha a los 30 de noviembre de 1815, dice: «Testigos son Dios y nuestra conciencia de que no mentimos cuando os aseguramos que nuestro corazón se reanima al considerar que no faltan en nuestra Provincia Religiosa (hombres) llenos de celo santo y de probidad, que nos ayudarán a restablecer la observancia, que con lágrimas en los ojos miramos tan decaída por un efecto natural de las pésimas circunstancias en que por espacio de seis años hemos estado envueltos». ¿Y cómo no si durante tan largo período muchos frailes viéronse obligados a vivir lejos de sus claustros, sin hábitos que no los toleraba el invasor, con dinero indispensable para la vida no común, empleados unos en hospitales militares, otros en errantes batallones ejerciendo de capellanes castrenses, y todos del modo que las persecuciones daban lugar? Resplandece la sabiduría y celo del indicado P. Provincial Lalana al prescribir remedio a los males que deplora, pues lo primero que en dicha pastoral manda, antes de otras disposiciones de secundaria importancia, es que luego de recibida la presente todos «confundan su peculio con las limosnas comunes de la Comunidad, entregándolas luego al Señor Síndico o Subsíndico.»

Asimismo iguales muestras de tino y celo da el Vicario General de la Orden, español, Fr. Manuel Malcampo, quien en su pastoral de 15 de septiembre de 1816, dirigida a restablecer la observancia, escribe que para ello «pedimos instrucciones, consejos y auxilios a los Religiosos de probidad y suficiencia, conociendo que abundan afortunadamente en nuestras Provincias varones ilustres por su virtud y doctrina...» y en su consecuencia dispone que los Provinciales vigilen sobre si los Guardianes hacen cumplir con la oración mental diaria, aun en las comunidades cuyos edificios se hallan en reedificación, y que ningún religioso goce de excepción para no asistir a ella, de la que nunca nadie se ha dispensado .

En asunto tan capital los superiores no levantan mano y muestran empeño muy decidido. En la otra pastoral, o circular, del mentado Provincial Lalana, fecha en Barcelona a 5 de abril de 1817, comunica éste a la provincia las resoluciones del Capítulo intermedio celebrado en la misma ciudad a 8 de marzo anterior, que son principalmente las siguientes: 1°. La prohibición absoluta del peculio bajo ningún pretexto, y el precepto de que toda cantidad se guarde en poder del síndico, inclusas las que los parientes y amigos regalen al fraile para atender a alguna especial necesidad. —2°. La prohibición de viajar de otro modo que no sea a pie, a no mediar licencia por escrito del Superior. —3° El riguroso precepto de las medias horas de meditación diarias, y el mandato de que el Guardián fácil en dispensarlas sea depuesto, decidido y acertado empeño. — 4°. La prohibición de salir del convento sin licencia del Superior y sin compañero. —Y 5°. La exhortación a la caridad fraterna; en lo que veo un indicio de que la idea liberal había quizá invadido alguna cabeza franciscana, y por ende producido alguna división.

Y si en la demostración del enérgico empeño de los Superiores de restablecer observancia, estos datos no bastaran, aparece el Breve de Pío VII de 25 de mayo de 1818, por el que el Pontífice nombra comisario apostólico al General español Fr. Cirilo de Alameda, invistiéndole para la reforma de la disciplina de amplísimas facultades que le ponen sobre las leyes ordinarias de la Orden.

Entre estos trabajos de edificación sobrevino repentinamente la tempestad de 1820 al 1823, que en mayor o  menor grado debió contrariarlos, pero menos recia y duradera que la napoleónica, apenas dejó "huellas; y pasada, los superiores continuaron sus empeños ya por medio de pastorales, ya de visitas, ya por la celebración de Capítulos provinciales é intermedios, ya por todo medio, logrando en gran parte el efecto deseado, como evidentemente se desprende del lenguaje tranquilo y manso de las pastorales y demás documentos de este tiempo. Finalmente, el celo de los superiores alcanzó lo que hacía 62 años no había obtenido, esto es la celebración de un Capítulo General, logrando la del nunca bastantemente ponderado de Alcalá de Henares de 1830; el cual, si no dejó a la Orden sin mancha y sin arruga, meta imposible en la tierra, dejóla cerca de ella, como diré y demostraré muy luego.

Ignorando voluntaria o involuntariamente todos estos datos los autores revolucionarios, aun aquellos que reprueban el modo brutal de la exclaustración de 1835, adversos como son a las órdenes monásticas, alegan para disfrazar su enemiga masónica la pretendida decadencia de la disciplina y espíritu regular de los conventos. No dijeran tal si les guiara el sincero amor a la verdad, y por lo mismo se hubiesen tomado la pena de examinar los hechos, y con ellos comprobar sus afirmaciones. De hacerlo vieran todos los edificantes actos de la vida religiosa que arriba en este mismo párrafo reseñé. Vieran aquel mortificado noviciado exactísimo en todas sus prácticas. Vieran a los novicios en la cocina divididos en dos secciones, una lavando humildemente los platos, mientras la otra, colocada allí tras de "un gran atril, cantaba el oficio parvo, al que respondía la primera. Vieran la sencillez y pobreza de aquellos novicios, que celebraron como preciosísimo regalo el de los enseres de escribir usados por el Padre General en su visita poco anterior al 1835, otorgado por el mismo General al novicio Buldú, que le sirvió. Vieran al célebre Padre Pedro Gual, entonces novicio, empeñarse en lavar los pies al donado Antonio Vivó que en su convalecencia le servía, y luego a éste, para detenerle en su empeño, exigirle, para acceder, la recíproca. Vieran la asiduidad del trabajo del Padre Francisco Aragonés, que pasaba las noches en claro, al par que, lleno de fervor santo, si por un lado guardaba perpetuo silencio, por otro cuando en los corredores hallaba un novicio introducíalo en su celda, poníale ante un Crucifijo y le dirigía una piadosísima exhortación a la virtud .Vieran el aseo de la iglesia, del cual nos certifican las palabras de Don José Oriol Mestres arriba citadas, y el aseo y orden esmeradísimo que por mis ojos he observado en los actuales conventos de la misma Orden que llevo visitados. Vieran aquellas bien dispuestas cuentas que los conventos rendían en cada Capítulo provincial y en cada intermedio, algunas de las cuales examiné por mis propios ojos en el Archivo Real de la Corona de Aragón, en limpio y muy ordenado libro de ellas. Vieran al pie de cada cuenta la renuncia que de su cargo presentaba el Guardián, y allí mismo también el certificado de haber la comunidad practicado ejercicios espirituales. Vieran la constante y regular celebración de aquellas salutíferas asambleas, los Capítulos. Vieran aquel devotísimo Via-crucis de los viernes de cuaresma que en Barcelona se hacía en el claustro, y aquella tierna Salve cantada por toda la comunidad en el templo los sábados  Vieran a los franciscos apenas escapados de las garras de la fiera de la noche de Santiago, y separados de los puñales revolucionarios sólo por los muros de Montjuich, vieran, digo, allí a los franciscos, a pesar de las agrias angustias que sufrían, continuar sus prácticas de comunidad, y en común, como en su claustro, efectuar las meditaciones, rezos y demás, prueba evidente de su amor a la disciplina y del imperio que ésta ejercía sobre los ánimos de aquellos atribulados. Vieran aquella multitud de religiosos, que arrojados del convento en el nefasto año 1835 marchan al pronto a Francia e Italia, pero luego en alas de su celo vuelan a las misiones de América, de entre los cuales recuerdo las expediciones a Bolivia y Perú que por los años de 1837 guio el Padre Andrés Herrero, y a los Padres Gual, autor de notabilísimos libros, que marchó al Perú en 1847 , al Padre José María Ciuret, partido para Bolivia por los mismos años, donde trabajó cuarenta , al Padre Lorenzo Badía que murió en Arequipa, al Padre Rafael Sans, que ha pasado su vida en las misiones de América del Sur, donde ha desempeñado honrosísimos cargos, y a otros mil. Vieran, o mejor oyeran, al mismo Padre Pedro Gual ponderando después, cuando viejo, en ocasión de haber regresado a España, no para gozar aquí de descanso, sino para reclutar jóvenes para sus misiones, oyéranle, digo, ponderar el edificantísimo espíritu de los jóvenes franciscos catalanes del 35 y la brillantez que en todos terrenos mostraba aquella juventud. Yo, decía, deseaba que me mataran para ser mártir. Vieran lo que veían todos los que entraban en San Francisco de Asís, y trataban con intimidad a los frailes, y no vieran lo que han propalado, escribiendo o dibujando, aquellos que nunca alternaron con los religiosos. Oyeran a testigos presenciales, como monaguillos de sus conventos, a los que llevo interrogados, en fin, contemporáneos de todo partido, certificándome que nunca notaron los extravíos imputados. Vieran la casi unanimidad de opiniones político-religiosas de estos frailes, pues los franciscos (¿por qué no decirlo si el liberalismo es pecado?) todos, menos una muy exigua minoría de pocos individuos de la que hablaré en sus lugares, profesaban convicciones antiliberales, con causa del odio de los revolucionarios contra los frailes. Vieran a muchos pueblos y a muchos obispos de los lugares donde antes de las turbulencias del primer cuarto de este siglo XIX hubo convento, pasadas aquéllas, pedir con insistencia su restablecimiento. Oyeran al General de la Orden Malcampo exclamar: «¡Con cuánta satisfacción recibimos diariamente exposiciones de Rdos Obispos, Cabildos Eclesiásticos, Ayuntamientos, Justicias y Párrocos pidiéndonos Religiosos para desempeñar los ministerios de sus Iglesias! ¡Con cuánta insistencia nos han pedido la reedificación de algunos conventos ofreciéndose las Justicias y el clero a contribuir con sus intereses y aun con sus mismas personas!».

Pues bien, se dirá aquí: ¿debemos confesar que la observancia llegaba en los franciscos a su mayor perfección? Lejos de mi ánimo exageraciones y apasionamientos: la verdad busqué con mil preguntas e investigaciones, y no dudo haberla hallado en dos testimonios. Forman el primero las siguientes palabras del virtuoso, sabio y frío P. Ramón Buldú, profeso que fue del convento de Barcelona antes del 35, y en estos últimos años restaurador de la Orden en Cataluña: «En toda Orden, me dijo, y hasta en la Iglesia misma, hay que distinguir dos períodos, el de la fundación y el de la vida posterior. En el primero Dios se complace en hacer brillar grandes virtudes, grandes fervores y santos con su aureola de milagros. Así la Iglesia tuvo en los primitivos tiempos la época de los apóstoles y de los infinitos mártires; y las órdenes monásticas los hechos heroicos y el pleno espíritu de los fundadores, con una cohorte de santos, discípulos inmediatos de aquéllos. Después decrece un tanto aquel antiguo fervor, pero continúa la santidad en la Iglesia, y en muchas órdenes regulares el cumplimiento de la regla y el espíritu de la fundación. Dios dispone el extraordinario fervor de los fundadores y de sus compañeros para arraigar el árbol de su fundación. Pues bien, el fervor de un San Francisco y de un San Antonio con sus milagros no existía en la Orden en 1835; pero, esto exceptuado, la religión franciscana estaba en todo el vigor de la observancia, y el fraile más tibio era mucho más edificante que el cristiano más ejemplar.» Constituye el segundo testimonio la pastoral que desde el convento de San Francisco de Barcelona, en 11 de junio de 1834, el nuevo Provincial Fr. Buenaventura Clariana dirige a sus frailes al ingresar en el cargo. En ella con la mano diestra dibuja el elogio de la observancia de su provincia, y en verdad usa colores subidos; y con la siniestra indica las quiebras, las que, según se desprende de las mismas palabras, no alcanzan marcada importancia. Dice así: «Es verdad que la Provincia, de quien somos Prelado Superior y Jefe, tiene sentados con no menos justicia que gloria los créditos de Religiosa, de observante celosa de la disciplina regular. Pero ¿podré con eso contar con tanta confianza que en medio de sus hermosos y brillantes resplandores de virtud, perfección y santidad, no se descubran algunas manchas bastantes a obscurecerlos aunque no a eclipsarlos? - Quisiera el cielo que fuera así... Debemos confesar, RR. PP. y HH. míos, que estos son unos males inseparables de los cuerpos más puros y más bien complexionados, que son unos resultados necesarios de la debilidad y flaqueza del ser del hombre... Es verdad que tenemos el consuelo de conocer a muchos súbditos celosos de nuestro apostólico instituto, de mirar en nuestro convento la observancia de nuestra Santa Regla en toda su pureza, y la disciplina conforme y arreglada a nuestras leyes...» Hasta aquí los elogios, que no carecen de acentuación, pues afirma públicamente que con justicia y gloria esta provincia tiene ganado el crédito de religiosa, de observante y de celosa de la disciplina regular, y que en el convento de esta ciudad reina la observancia de la regla en toda su pureza y la disciplina franciscana. Pero sigue la enumeración de los defectos cuando dice: «¿Podemos negar que faltan defectos, que se descubren inobservancias, faltas de regularidad, tibiezas en la oración, en el oficio divino, en las prácticas devotas, aversiones recíprocas, odios y rencores en perjuicio de la caridad y descrédito de la vida religiosa?... Es indispensable acabar con estas faltas y transgresiones, que semejantes a las pequeñas zorras de que habla el Sabio (Cant. 2), talarían y aniquilarían esta abundante viña del Señor». Nadie podrá pretextar que oculto la verdad, ya que copio literalmente la reseña de las manchas que el Provincial señala; y por su lectura deberá el imparcial convencerse de la leve importancia de ellas. El mismo prelado, valiéndose de palabras del sagrado texto, que todos los autores ascéticos aplican a las faltas veniales, y sólo a las veniales, las califica de pequeñas sorras, no de lobos, ni de leones, ni de tempestades, ni granizos, que fácilmente asuelen los viñedos; de donde por legítima consecuencia fluye que él mismo las juzga leves. Además ya antes de exponerlas vertió la misma apreciación cuando confiesa que son «unos males inseparables de los cuerpos más puros y más bien complexionados.» Es decir, que en resumen viene a declarar que la provincia franciscana, como compuesta de hombres, llega a subidísimo punto de observancia, pero que tiene pequeñas manchas que la distinguen de una sociedad de ángeles.

Por otro lado, mil abonados testigos convinieron en la poquedad de estas faltas, reduciéndolas a alguna escapatoria o paseo sin el debido permiso del Guardián, contrabando que el ponderativo Provincial citado calificaría sin duda de transgresión de uno de los principales preceptos de la Regla; a alguna partida de juego de naipes sin interés en oculta celda durante un recreo, a alguna ingeniosa al par que chistosa rapiña de postres, perpetrada por los jóvenes, etc. Alguna mayor gravedad que estas chiquilladas importa la falta de caridad, o enemistades entre los frailes, que escribe el indicado P. Clariana; pero hube de darle poca importancia al considerar: 1°. Que ninguno de los muchos testigos imparciales interrogados por mí después de años del hecho, ninguno, repito, ni por pienso indicó divisiones, sino que antes al contrario, algunos me ponderaron la unión casi unánime de los franciscos en punto a política. 2°. Que la misma pastoral poco menos que a renglón seguido de nombrar esta falta, a ella con las demás la califica de pequeña zorra; y 3°. finalmente, que, a pesar de aquella como unanimidad, no faltaban en la Orden media docena de liberales, quienes, formando partido, podían dar lugar a esta insinuada división, que en nada afectaría el gran núcleo de los religiosos. Resulta, pues, en definitiva, que entre los franciscos en los días de su exclaustración imperaba la observancia, que las quiebras de ésta no llegaban a graves, y que ni aun así eran ni remotamente toleradas por los superiores.

Contra esta afirmación quizá se alegará el hecho de que, en el período constitucional, o sea de 1820 a 1823, se secularizasen en Cataluña una treintena de frailes franciscos. De octubre de 1820 a julio de 1821, época del mayor empeño en secularizarse, lo efectuaron, según anuncio del gobierno revolucionario, 29 franciscos. Suponiendo que después de aquel hervor aún se secularizase algún otro, nunca el número de los desfrailados pasaría de treinta y tantos, y por esto escribo una treintena. En vista de estos datos confesará por un lado todo imparcial que el número de treinta comparado con los centenares que poblaban los treinta y dos conventos no merece mención; y por otro que los secularizados de aquel tiempo eran por regla general los liberales y los mal avenidos con la rigidez de la observancia; y así que su salida del claustro, mejor favoreció a la observancia que la dañaba, librando a los conventos de quien no la amaba.


    Por otra parte, el hecho mismo de salirse de sus conventos algunos frailes prueba el buen estado de disciplina; que si en dichas casas la vida fuera libre y regalona; si allí cada cual pudiera dedicarse a sus trabajos favoritos, y en cambio de ellos tener cama y mesa asegurada, nadie de mente sana abandonara el claustro. Algo reinaba allí que aprisionaba el espíritu más de lo que valía el goce de lo necesario para la manutención, ya que los que se secularizaban renunciaban a ésta en cambio de la liberación de aquellos ligámenes.

Terminemos ya este asunto del estado de la disciplina, no sin antes alegar como punto final un hecho que abona el proceder de los jóvenes frailes. Cuando el General de la Orden poco antes de la última exclaustración pasó visita al convento de Barcelona, dirigiéndose a los coristas, les dijo que tenía noticia de su observancia y de que cumplían con su deber, y que en muestra de su satisfacción les concedía por este motivo tres días de campo. La diversión, que consistió en ir a pie tres días por la mañana a Pedralbes, y volver por la tarde, presta doble testimonio, o sea el de la observancia del coristado y de la sencillez francisca. Convienen cuantos conocieron a la Orden en Cataluña de 1835 en la brillantez de su juventud, sobresaliente por su observancia, virtud y saber.

Y no sólo brillaban por su ciencia y otras dotes los jóvenes, sino toda la corporación, de lo que nos certifica el considerable número de hombres notables que produjo en sus últimos tiempos, quienes adquirieron justo renombre unos antes y otros después de la exclaustración. He aquí la reseña de los principales.

El Padre José Rius, quien una vez profeso, fue destinado a Escornalbou, para esperar allí la apertura del próximo curso, y de consiguiente sólo por unos meses, durante los cuales aprendió perfectamente el griego. Sus conocimientos se extendían a toda disciplina, pero especialmente a Religión y lenguas. Una de las dos clases de que estaban encargados los franciscos en la universidad de Cervera la desempeñaba Rius, el más lucido de los regulares que allí ejercían tales cargos. Explicaba Religión, y a pesar de que a su aula concurrían los alumnos de todas las facultades, inclusa la de Medicina, y a pesar de la revolución que bullía en las ideas, el silencio y respeto que su saber imponía a la numerosa concurrencia era completo. Se le ofrecieron tres mitras que humildemente rechazó. Entre ellas la de Urgel, para la que al rehusarla él mismo indicó al Abad de Montserrat Guardiola, que realmente empuñó el báculo. Igualmente rechazó el generalato de la Orden con el que quiso investirle el Capítulo general de Alcalá de 1830. Su pluma produjo varias interesantes obras, de las cuales la más notable es el Tractatus de vera religione. En 1833, en Cervera murió.

El Padre Francisco María Pedrerol, natural de Barcelona, ocupaba la otra cátedra de la universidad de Cervera, y allí y en Igualada, donde vivió sus últimos años, y en todas partes gozó gran fama de sabio.

El Padre Matías Espinas, salido del colegio de San Buenaventura, a donde había entrado por oposición, leyó Filosofía en su convento de Barcelona, teniendo por discípulos a los célebres frailes Buldú, Salvador Mestres, Gual, etc. Muerto el nombrado Padre Rius, ocupó su vacante en la universidad de Cervera. Después de la exclaustración enseñó Moral en el seminario de Rávena, donde el Cardenal le distinguía con su particular dilección; y regresado a España, desempeñó la cátedra de lugares teológicos en el de Barcelona. Por boca de sus discípulos, tales como el señor Cardenal Casañas y otros hombres notables, he oído calificarle de muy profundo y sabio teólogo.

El Padre Francisco Aragonés fue compañero del nombrado arriba Padre Rius en la corta estancia de Escornalbou, y en aquellos meses en que Rius aprendió el griego, Aragonés aprendió de memoria gran parte de la Sagrada Escritura. El mismo, defendiéndose de los ataques de los autores revolucionarios, y hablando como en tercera persona del Filósofo arrinconado, seudónimo bajo el cual solía él ocultar su nombre, escribe que «era muy joven todavía cuando había leído ya varias veces toda la Biblia con sus principales expositores; y al último de su adolescencia sabía de memoria todo lo que tenía relación con aquellos misterios y prerrogativas, tanto que podía citar hasta los versos de los profetas y demás autores sagrados en que se trataba de algún modo de su Dios humana-nado.» Fue lector, definidor, padre de provincia y cronista de la provincia regular. Rayaba en lo increíble su aplicación al estudio y trabajo, en los que empleaba la mayor parte de la noche, y con tanta afición que, engolfado en ellos, se le pasaba a veces toda en claro, de modo que a la hora de la Misa, sorprendido por el monacillo que acudía a llamarle, reñíale porque A su parecer le avisaba antes de tiempo. Guardaba completo silencio y la santidad trasudaba por todos sus poros. Su aspecto exterior bien lo manifestaba, pues quien le trató en la vejez me lo pintaba hombre alto, flaco y encorvado. Alcanzóle el 1835, y en 4 de marzo de 1837 murió en el cuarto de San Francisco de Asís del hospital de la Santa Cruz de esta ciudad, donde poco antes le había visitado el donado D. Antonio Vivó, como me consta de su propia boca.

Decidido y valiente campeón de la fe y de la patria, con la palabra y con la pluma pugnó contra los franceses, los doceanistas y los impíos constitucionales del 1820. Así con sus persuasiones logró en 1812 que el célebre obispo de Vich señor Vean y Mola «no consintiese de modo alguno la publicación de aquel decreto (el de abolición de la Inquisición) en el ofertorio de la Misa...». Así publicó entonces varios opúsculos contra los revolucionarios de Cádiz. En el período constitucional dio al público varias cartas en las que combatió al perverso don Antonio Llorente, al cismático D. Macario Padua Melato, que no era otro que el obispo D. Félix Amat, y a otros impíos, lo que le valió la persecución de aquellos por antítesis llamados liberales, y verse precisado a cruzar el Pirineo. Desde Francia continuó combatiendo con la pluma contra la revolución lo mismo que a su regreso del destierro.

Escribió igualmente la Historia de Jesucristo y otros libros; pero de ellos merece aquí especial mención la titulada: El Filósofo arrinconado. Frailes Franciscos de Cataluña. Su historia de veinte años, o sea, lo que hicieron y padecieron por la Religión, por el Rey y por la Patria, desde el año ocho hasta el veinte y ocho del siglo decimonono. El título lo dice todo, y comprenderá el más lerdo que en mis trabajos ha de prestar este libro gran servicio. Imprimiéronse en 1833 en casa Rubió de Barcelona las tres primeras entregas, que abarcaban el período del año 1808 al 1820; pero no se lanzaron al público porque en vista del espíritu varonilmente antirrevolucionario que en ellas palpita, y de los peligros que a la sazón amenazaban a las órdenes monásticas, los superiores temieron irritar a la fiera y estimaron prudente esperar para la divulgación del libro época más propicia, la que para ellos no ha llegado hasta 1891 en que el actual P. Provincial Fr. Jerónimo Aguillo ha dado al público impresas no sólo lastres dichas entregas, sino todo el resto de la obra que existía manuscrito y, perdido en el naufragio de 1835, había pasado por mil terribles peligros. El P. Mestres decía en 1857: «hallé por casualidad el manuscrito en un baratillo de libros de donde lo recogí». Por los años aproximadamente de 1884 me los prestó bondadosamente el conocido bibliófilo, amigo mío, D. Luis de Mayora, ignorando yo completamente cómo del P. Mestres pasaron a él. Saqué de ellos numerosos apuntes, y doliéndome en el alma que joya de tanto valer histórico no estuviera en su lugar, di noticia de su existencia al entonces Provincial franciscano P. Ramón Buldú, quien alborozado con el hallazgo, encargóme que en su nombre los pidiera para el archivo francisco a su antiguo discípulo el entonces poseedor. Noble y prontamente accedió D. Luis a la demanda, y así los manuscritos, por cierto de letra diminuta y pulcra, pasaron de mi poder al del P. Buldú, y de este modo el actual prelado P. Aguillo, para prevenir otro extravío, los dio a la luz en la dicha fecha de 1891.

El virtuosísimo P. Pedro Gual, después de la exclaustración, pasó a las misiones del Perú, donde varias veces fue Guardián de su convento, y después Comisario general de los misioneros de Propaganda Fide de la América meridional. «Fue un virtuoso y sabio misionero, escritor distinguido y noble campeón de la causa católica en el Perú, en donde defendió denodadamente a la Iglesia». Escribió muchas y sólidas obras, entre las que descuellan El equilibrio entre las dos potestades y La vida de Jesús por Ernesto Renán ante el tribunal de la Filosofía y de la Historia.

Mi padre, hijo de la provincia de Gerona, hablábame con gran encomio del padre Manuel Cúndaro, en lo que no hacía más que reflejar el sentir de sus contemporáneos. «Fue capitán de la séptima compañía de la Cruzada gerundense» y como tal durante el sitio estuvo al frente del baluarte de la Merced, puesto al cuidado de los regulares. «Cuantas veces probó el enemigo atacar y asaltar por aquella parte, otras tantas fue rechazado con el acierto y un valor increíble.» A la sazón era «lector de Sagrada Teología, después jubilado y definidor de la provincia, religioso de mucha virtud, de un talento extraordinario, muy erudito, dotado de mucha facilidad en concebir las ideas... y brillantez en expresarlas...». Entre otras obras escribió una detallada historia de los sucesos de Gerona desde la entrada en España del francés hasta su salida.

Mereció igualmente renombre el Padre Francisco Anglada, Guardián del convento de Gerona en el año de la exclaustración. Lector de Teología en la Orden, mereció después ser catedrático de la misma ciencia en Tarragona, muy querido del señor Arzobispo Echanove, confesor de tres obispos. Publicó una novela religiosa de vivo y delicado sentimiento titulada: Plácido y Ticiana.

Todos conocimos y tratamos al humilde al parque sabio y profundo P. Ramón Buldú, cuyas virtudes y sermones, y libros estuvieron a la vista de cuantos en estos años hemos habitado la ciudad condal. La erudición, lógica y elocuencia desplegadas en las cuaresmas que predicó en la Catedral por los años aproximadamente de 1847 a 1852, disiparon la terrible prevención que en los anteriores había la impiedad sembrado contra las órdenes monásticas. Escribió muchos opúsculos, dirigió la publicación de otras obras, entre las que ocupa el primer lugar La Historia de la Iglesia de España. Cábele al P. Buldú la gloria de haber fundado las Hermanas franciscanas, y ser el restaurador de su Orden en Cataluña en este último tercio del siglo XIX.

Debiérase ahora dedicar un aparte al «conceptuado sabio de primer orden en el libro, la cátedra y el pulpito» P. Francisco Mestres, de todos mis coetáneos conocido, y otro aparte al hermano de éste, D Salvador Mestres; pero temiendo traspasar los justos límites de esta obra, los omito. Otra tal injuria infiero al gran número de predicadores elocuentes, que en los franciscos brillaron durante este mi siglo antes y después de la exclaustración, de entre los cuales recuerdo a los Padres Manuel Font y José Feu, éste además Provincial, quienes predicaron con universal aplauso los sermones de Cuaresma al Acuerdo, o  sea a los magistrados de la Audiencia, que en ciertos días de la semana acudían en cuerpo a Santa María para oír la divina palabra; al P. Oró, muy célebre predicador de la región de Berga, y a otros. Omito igualmente hacer mención de religiosos notables por diversos conceptos, de los que recuerdo a los Padres Juan Marqués, Provincial, y José Montblanch, quienes por humildad rehusaron aceptar las mitras que se les ofrecían; los P. Antonio Ala-bau, Provincial y Director de hospitales militares durante la guerra de la Independencia, Moliner y otros.

Inmediatamente después de la catástrofe de 1835 los frailes de todas las Ordenes huyeron a extrañas tierras; más al cabo de un tiempo, regresados muchos, los vimos en nuestra ciudad y diócesis llenando los pulpitos, los confesonarios, la dirección de los conventos de monjas, las clases religiosas, la cura de hospicios y hospitales, en una palabra, los ministerios sacerdotales, y desempeñarlos asidua y cumplidamente, y esto lo vimos todos por nuestros ojos. En fin, la virtud, saber y laboriosidad de la generalidad de los franciscos ha estado a la vista y por lo mismo en la conciencia de todos.

He aquí la reseña de los capítulos provinciales del siglo XIX, y los nombres de los Ministros también Provinciales en ellos elegidos. En 1800, el ministro se llamaba Padre Francisco Barrera, quien en el Capítulo de 26 de mayo de 1801 fue substituido por el Padre Francisco Escarrá. El siguiente Capítulo, reunido en 26 de mayo de 1804, nombró al Padre Bernardino Sala; así como el de 24 de octubre de 1807 eligió al Padre Antonio Alabau; quien, como arriba se dijo, sostuvo el peso del gobierno regular de la provincia hasta el siguiente Capítulo de 26 de agosto de 1815, en el que se nombró al Padre Narciso Lalana. El próximo Capítulo de 31 de octubre de 1818 eligió al Padre Félix Fuster. El inmediato, reunido en 28 de abril de 1824, nombró al Padre José Planes. El de 25 de noviembre de 1826, al Padre Antonio Marqués. Del siguiente, o sea de el de 17 de octubre de 1829, salió Provincial el Padre Pablo Aragó; y del postrero, celebrado en 24 de agosto de 1833, el Padre José Feu, quien sin duda murió muy luego, pues en los aciagos momentos de la exclaustración de 1835 gobernaba la provincia el Vicario provincial Padre Buenaventura Clariana. En los tiempos intermedios de uno a otro Capítulo aunáronse las congregaciones por esta razón llamadas también intermedias, siendo la última la de 6 de abril de 1835.



Acuarela representando el desapareció el convento
Barcelonés, obra de Joaquín Mosteyrin, barón de
Bellviure

En 1792 entró en el cargo de General de la Orden el Padre Joaquín Compañ, quien por disposición de Pío VI continuó ejerciéndolo, a pesar de su nombramiento de Arzobispo de Valencia. En 20 de mayo de 1806 fue nombrado General el Padre Hilario Cervelli, italiano. En 30 de septiembre de 1814 el Padre Gaudencio Patriquani, elevado al episcopado en 1818. El Padre Cirilo Alameda y Brea, español, fue nombrado en 28 de noviembre de 1817, quien desempeñó esta dignidad durante seis años, y en 1831 ciñó la mitra arzobispal de Santiago de Cuba. En 1824 entró en el Generalato el italiano Padre Juan Tecca, siendo substituido en 29 de mayo de 1830 por el Padre Luis Iglesias, español, quien murió a 10 de agosto de 1834. En 30 de enero de 1835, Gregorio XVI nombró al Padre Bartolomé Altemir y Paul, que gobernó sólo tres años.




Pisos de alquiler construidos el en solar del convento.



   Y con estos datos pongamos punto final al capítulo del convento de franciscos de Barcelona, casa a la que Don Francisco Manuel de Melo califica de «casa de suma reverencia, que ofrecía con suma autoridad y devoción inviolable sagrado a los temerosos».




Convento de San Francisco visto desde muralla de mar, 1826
Adolphe Hedwige Alphonse Delamare - MNAC










X.M.C.  8/2022




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